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SOS COSTA GRANDE

(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Antes eran los estudiantes a los que las autoridades les tenían miedo en sus manifestaciones. En Guerrero y Oaxaca se sumaban los maestros de la CETEG, que junto con los normalistas de Ayotzinapa son aún foco rojo para las corporaciones policiales, encargadas de mantener el orden público.

Pero a estas alturas parece que las mujeres organizadas en colectivos de defensa de los derechos femeninos en este país, se han convertido en algo mucho más preocupante, no por su agenda ni por ejercer su derecho a manifestarse, sino por los métodos y formas que están usando.

Las feministas no sólo copiaron del movimiento social masculino y sindical las pintas, la toma y bloqueo de carreteras, sino que lo suyo es la destrucción. El sello de este movimiento, de dos años a la fecha, es el ataque.

Y no, no estamos hablando del vandalismo a monumentos históricos, porque al fin y al cabo esos son de piedra y no sienten ni temen nada. También son cosas que se construyeron con dinero público, así que nadie pierde, sólo el pueblo.

Tampoco estamos hablando de las consignas dirigidas al gobierno, o a personajes específicos. Mucho menos de sus exigencias de una vida libre de violencia, que se ha convertido en violencia feminicida, y que ha alcanzado sus peores cifras en los últimos 10 años en este país. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que México es un país feminicida, y de ello se le echa la culpa al “machismo”, pero nos olvidamos de problemas como la trata, el narcotráfico que usa a mujeres como mercancía -y de ello hay muchos testimonios de sobrevivientes de ese comercio sexual. En realidad, el femicidio no viene del machismo. Quienes tenemos más de 50 años, podemos dar fe que crecimos en hogares sumamente estrictos, donde, en efecto, el hombre era el que determinada la vida de la familia. Pero lo hacía por el bien y la protección de todos, hacia dentro y hacia afuera. A los hijos se les enseñaba a trabajar, de modo que a los 18 o 20 años ya eran hombres hechos y derechos, nunca “ninis”. A las mujeres, en cambio, se les enseñaba a ocuparse de sus propias vidas, sin descuidar su formación profesional. Todas mis parientes mujeres estudiaron alguna carrera -excepto las que no quisieron tomar esa oportunidad.

Sí, había familias que tenían temor de que sus hijas salieran de sus hogares para ir a la ciudad, sea Chilpancingo, Acapulco, o México, y entonces ellas se casaban jóvenes, porque no tenían otro destino más que crear una familia.

No se puede criticar a esas familias del temor que les infundía el que sus hijas mujeres estuvieran solas en ciudades donde a nadie conocían. Hoy que hay tanta mujer desaparecida les damos la razón, en el sentido de que el hogar es un refugio para la mujer.

Otras familias elegían a darles estudio a los hombres, no por machismo, sino por pobreza. Se tomaban decisiones y entonces era el hombre el que se iba a estudiar, o al norte. Oía yo a mi abuelo decir que un hombre va a mantener familia, por eso se tenía que preparar. Un hombre va a mantener familia, a una mujer la van a mantener, decía.

Sin usar juicios de valor, esos eran los valores de la época, y no podemos decir que fueron un error. Como resultado de eso, surgió esta generación de los 40 y más, que se distingue ampliamente de las que vienen detrás. A nosotros nos crió la generación de oro, la que ya está terminando. Se están yendo y el Covid aceleró su partida.

¿Qué quedará después de esto? Jóvenes que ya no obedecen a nadie, que no quieren trabajar, que tampoco les gusta estudiar. Mujeres que están confundiendo libertad con excesos que prefiero no enumerar aquí, porque sucede que ahora están acusando a los periodistas de acoso, como sucedió ayer en Ciudad Altamirano, en donde las feministas que marcharon para pronunciarse en contra de Félix Salgado Macedonio tacharon a dos periodistas de “acosadores”, por cuestionar si estaban siendo sufragadas por algún partido político o si su movimiento era partidista.

Estamos en la era de la violencia, y violencia es eso, violencia, venga de donde venga.

Lamentables las imágenes de mujeres jóvenes en su mayoría, rociando con gasolina a mujeres antimotines, para prenderles fuego, frente a Palacio Nacional. La valla no era su objetivo, entonces, sino las personas.

La marcha de ayer concluyó en la Ciudad de México con 19 lesionados, 15 de ellas policías mujeres. Parece que en su apasionada lucha, ya no distinguen entre unos y otras.

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