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Las mañaneras

         ¿Cuánto tiempo durará la magia de las mañaneras? Casi cada día desde que asumió la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador ha dado una conferencia de prensa de entre una y dos horas en las que establece la agenda política, responde a acusaciones, debate con algunos periodistas, escucha halagos y peticiones, da clases de historia y pontifica.

         En un país en que las conferencias presidenciales eran una excepción, la mañanera cotidiana se ha convertido en un éxito de público. Los medios privados la cubren y los oficiales, como el canal 11 o el 14, la transmiten completas. Si en los tiempos del viejo PRI los informes de gobierno daban lugar día del presidente, las mañaneras hacen que todos los días sean del presidente.

         Improvisar cotidianamente frente a las cámaras tiene enormes riesgos. Los errores se magnifican, los aciertos se reiteran. Casi puede uno adivinar cuándo el mandatario ofrecerá su cotidiana condena a los neoliberales/conservadores, a la prensa fifí y al Reforma. López Obrador es tan previsible en sus diatribas como Donald Trump en sus tweets, pero la táctica le funciona. Todas las encuestas lo muestran en niveles sin precedentes de popularidad.

         Si las redes sociales y los comentaristas despedazaron a Enrique Peña Nieto cuando dijo que “México se ha volvido un ejemplo por sus reformas” o cuando afirmó “Estamos a un minuto de aterrizar, menos, a cinco minutos”, si el ex secretario de educación, Aurelio Nuño, fue objeto de burlas cuando una niña lo reprendió por decir “ler” en vez de “leer”, López Obrador puede llenar sus conferencias de “han habido”, “preguntastes”, “pus” y “ntonces” sin recibir críticas.

         López Obrador comparte mucho de la filosofía de comunicación de Trump, quien afirmaba: “Creo que hemos hecho más que quizá cualquier otro presidente en los primeros 100 días”. Este pasado 3 de enero AMLO declaró: “En 100 días vamos a terminar de desatar toda la acción transformadora”. Y a los 100 días afirmó: “Ya empezamos a escribir el prólogo de la transformación nacional”. El presidente no acepta errores. “Nosotros no somos iguales”, afirma de manera constante. “Nosotros somos honestos”. De ahí su optimismo permanente: “Vamos bien, vamos muy bien”.

Las cifras dicen otra cosa. La tasa de crecimiento se está desacelerando, se están creando menos empleos formales, el número de homicidios dolosos está aumentando. Es muy pronto, por supuesto, para cambiar a un país tan complejo como México; pero López Obrador siempre ha tenido otro cristal para ver el país. Antes decía que el simple cambio de presidente modificaría las cosas. Ayer en Veracruz, cuando Gaspar Vela de Radio Centro le preguntó cuándo empezaría a bajar la violencia, respondió: “Cuando ya todos los adultos mayores estén recibiendo su pensión, cuando las personas con discapacidad tengan su pensión, cuando todos los estudiantes tengan sus becas, cuando todos los jóvenes tengan trabajo, cuando se [esté] produciendo más, se estén creando empleos, cuando haya más bienestar, va a bajar la inseguridad”. ¿Y cuándo será eso? “Yo creo que en seis meses -dijo– ya van a estar operando todos los programas”.

Si la popularidad es el cimiento de la política, López Obrador va por buen camino. Sus mañaneras lo han acercado al pueblo. La gran pregunta es si esta popularidad se mantendrá en el sexenio o si las mañaneras terminarán por desgastarla.

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