Martín Moreno
El pañuelito blanco de López Obrador está tiznado de corrupción. Lleva los nombres de sus hermanos Pío y Martín. De su prima Felipa. De Bartlett. De Napoleón Gómez Urrutia. De Ana Gabriela Guevara. De los contratos sin licitar de la 4T entregados de manera directa a los amigos. La evaluación del World Justice Project (WJP) es un mazazo en la nuca para AMLO: durante su Gobierno aumentó la corrupción. Hoy, México ocupa el lugar 135 de 139 entre las naciones más corruptas del mundo.
El discurso estrella de López Obrador, su emblema, su escudo, ha quedado hecho trizas. Se le acabó. Está fundido. Durante su régimen, en México se registra mayor corrupción, sólo debajo de Uganda, Camerún, Camboya y Congo. “En el mismo nivel de países africanos pobres o envueltos en violencia”, arroja el comparativo del diario Reforma en la medición de la corrupción global.
Con AMLO, México hoy es más corrupto. Ese es el hecho irrefutable. Comprobado y no desmentido. La dura realidad.
¿Con qué cara se plantará Andrés Manuel en la ONU el próximo 9 de noviembre para hablar – según presumió- de la corrupción en nuestro país, cuando el informe del WJP está a la vista de todo mundo y demuestra que su discurso anticorrupción sólo es una más de sus puntadas y ocurrencias? AMLO llegará, como el pato cojo, a la tribuna de Naciones Unidas. Sin autoridad moral.
Aún más: El informe divulgado por el WJP presenta un comparativo negro para López Obrador y su 4T: en 2012, último año del Gobierno de Felipe Calderón, México se ubicaba en el lugar 74 de 97 países evaluados en sus niveles de corrupción. En 2018, recta final de Peña Nieto, era el país 117 de 126 naciones medidas. Hoy, a la mitad del sexenio, AMLO y su Gobierno tienen a México entre los cinco países más corruptos del mundo. Y nadie desde Palacio Nacional se atreve a desmentirlo. ¿Por qué? Porque no tienen argumentos sólidos para refutar a WJP. Tan sólo se escuchan los dichos chabacanos presidenciales como tibia autodefensa.
Y que el México gobernado por Andrés Manuel López Obrador alcance los niveles de corrupción más altos de los últimos tres sexenios, no es de gratis. Tiene razones y causas fundamentales. Aquí, algunas, entre muchas otras más:
Corrupción mayor con AMLO, consecuencia de que ocho de cada 10 contratos públicos se entregan por adjudicación directa. Durante el primer semestre del 2021, la 4T otorgó 80.6 por ciento de los contratos públicos a los principales proveedores del Gobierno mediante adjudicación directa, advierte un estudio de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI). De acuerdo a los especialistas Leonardo Núñez y Javier Martínez, este porcentaje corresponde a 55 mil 691 contratos de asignación directa por un monto equivalente a 74 mil 639 millones de pesos. Es decir: contratos sin concursar, sin filtros, entregados sin licitar a los amigos del régimen obradorista y que, por tanto, son caldo de cultivo para la corrupción.
“En 2020, y por primera vez desde que se tiene registro, los recursos públicos destinados a adjudicaciones directas hechas por el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, fueron mayores a aquellos contratados mediante licitaciones públicas.
“Según datos de Compranet, el Gobierno realizó adjudicaciones directas que alcanzaron más de 205 mil 195 millones de pesos, lo cual representó el 43 por ciento del monto contratado en todo el 2020, mientras que en el mismo periodo, las compras realizadas por licitación pública apenas alcanzaron el 40 por ciento”, reveló Animal Político el pasado 29 de abril.
Corrupción mayor con AMLO, consecuencia de que los programas sociales del Gobierno federal carecen de transparencia, regulación y auditorías. Tan sólo el año pasado, se manejaron 447 mil 837 millones de pesos sin fiscalizar. A nadie se le rinden cuentas de estos recursos.
Corrupción mayor con AMLO, consecuencia de no investigar el dinero ilegal recibido en años pasados por Pío y Martín López Obrador, cuyo destino eran las arcas de campaña de su hermano Andrés Manuel; de obsequiar millonarias licitaciones públicas directas a la familia Bartlett; de entregarle jugosos contratos de Pemex a la prima consentida y enriquecida, Felipa Obrador; de solapar a ese pillo certificado llamado Napoleón Gómez Urrutia; de cerrar los ojos ante las corruptelas demostradas en la Conade de Ana Gabriela Guevara. Y muchos ejemplos turbios más.
Corrupción mayor con AMLO, consecuencia de otorgar cargos públicos de alto escalafón a los amigos de los juniors López Beltrán, a los ayudantes carga portafolios (literal) de López Obrador, a los neófitos que de la noche a la mañana se sacaron la lotería con la 4T:
“Al menos 10 integrantes de la Ayudantía de López Obrador han sido designados en cargos en la SEP, SAT, Insabi, Conapesca y en la Asea”, publicó el diario Reforma el 14 de septiembre pasado. Es abrir las alforjas de la corrupción a los cercanos a la familia presidencial.
Los oídos de AMLO se han vuelto sordos a las denuncias de corrupción comprobadas y expuestas dentro de su Gobierno. Y ante ello, las consecuencias: con AMLO, México es más corrupto.
Tan corrupto es quien roba como quien desperdicia recursos públicos para caprichos y obsesiones inviables. Sí, como esos armatostes llamados Base Militar Aérea Santa Lucía (no es un aeropuerto), Tren Maya o Refinería Dos Bocas. O la pérdida de un billón de pesos en Pemex por los traumas ideológicos-petroleros de AMLO. O el retiro criminal de servicios de salud a 15 millones de mexicanos desde que llegó este gobierno. O la eliminación de fideicomisos en perjuicio de millones. Y así podríamos citar mil ejemplos más.