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SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

México aprobó ayer el T-MEC (Tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá), requisito que está esperando el Congreso de los Estados Unidos para aprobar lo que resultó de la decisión de Donald Trump al eliminar el viejo TLCAN que se firmó al final del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, y que entró en vigor el 1 de enero de 1994, y que estuvo rigiendo las relaciones comerciales entre estos tres países, durante 25 años.

Pero Trump, quien el martes lanzó su precandidatura para un segundo periodo presidencial en Estados Unidos, no las tiene todas consigo. Es posible que a pesar de que México ya cumplió todos los requisitos que impuso, como aprobar una nueva Ley Federal del Trabajo, y recientemente la obligación desde contener desde nuestro territorio nacional la migración ilegal que tiene como destino el vecino país, el T-MEC no sea ratificado por los gringos.

¿Por qué? Porque sin duda que este nuevo tratado que le garantizará a Estados Unidos mantener la hegemonía sobre México y Canadá, creando el poderoso bloque comercial de América del Norte, será moneda de cambio en la elección del año entrante, entre republicanos y demócratas.

La mala noticia para Trump es que de los 6 demócratas que están en fila en espera de una candidatura, le ganan de medio a medio, según las encuestas recientes.

El más popular es Joe Biden, vicepresidente durante el mandato de Barak Obama, quien le ganaría la elección a Trump hasta con 10 puntos porcentuales de diferencia.

Por su parte, Trump está desempolvando algunas viejas propuestas, como la construcción del muro fronterizo con México, el cual dice que ahora será más barato y más bonito que el primero que proyectó sin éxito. Y desde luego está poniendo el control de la migración ilegal como moneda de cambio ante una sociedad cada vez más espantada por las terribles desigualdades que ha provocado la política económica de mercados, como la fase más abierta y voraz del capitalismo, conocida como “neoliberalismo”.

Estas desigualdades, que se extienden por todos los países en desarrollo, están desbordando a las naciones, y se traduce en un éxodo permanente y masivo de personas que huyen del hambre, de la guerra, de los estragos del cambio climático.

Para provocar ciertos equilibrios, tanto los gobiernos desarrollados como los empresarios de cada país, deberán plantear inversiones multimillonarias en las naciones en crisis, para evitar que su propio destino los alcance.

La mala noticia es que por las condiciones de inseguridad que privan en el tercer mundo, y que se crearon precisamente por la voraz política neoliberal, nadie quiere invertir donde no hay seguridad de que sus negocios florezcan.

Así las cosas, el T-MEC ya está aprobado en México con un amplio margen (por cierto que Nestora Salgado, siendo ciudadana estadounidense, votó en contra), pero todavía falta salvar el muro de Estados Unidos.

De paso, Donald tiene en contra los coqueteos de China con México, que se afianzaron a raíz de la guerra comercial que el presidente estadounidense emprendió contra el régimen comunista, llevándolo directo a los brazos de Rusia.

La próxima reunión del G-20, que incluye a todos los países desarrollados y a algunos en vías de desarrollo, como México, podría dar buenos réditos para nuestro país.

El presidente AMLO ya anunció que no irá, sino que mandará en su representación al canciller Marcelo Ebrard y al titular de  Hacienda. Y aunque eso causó desagrado entre los países potentados, la agenda mexicana va en otro sentido. Ebrard hará un viaje por China, donde se entrevistará con su homólogo en ese país, así como con otros ministros, para promover proyectos de inversión y desarrollo, aprovechando que el gobierno de AMLO tiene muchos proyectos –sobre todo carreteros y de trenes-, en los que podrán participar.

Se dice que China tiene varios cañonazos de dinero que podría invertir en México ipso facto, y sólo falta el visto bueno de AMLO.

Y como dicen que un perdido, a todas va, lo más seguro es que Ebrard venga como Santa Claus, cargado de buenas noticias.

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