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Editorial

Emprender

Emprender es un acto de rebeldía, un desafío que se hace al sistema y que demanda persistencia, por no decir terquedad. Un emprendedor tiene que plantarse en su posición y seguir poniendo presión hacia lo que quiere porque el mundo le dirá que “no” de múltiples formas.

El mundo gira ensimismado en su propia inercia y está regulado por las trayectorias actuales. En este mega sistema, el emprendedor no figura y, por el momento, no hace falta porque todo parece funcionar.

Es que cuando las cosas están establecidas, la conexión oferta-demanda está fija y anclada. Los productos están asentados en el mercado y  los clientes están acostumbrados a comprar lo mismo, donde siempre.

Un emprendedor es, por definición, un disruptor que se atreve a agredir al status quo y atentar contra el establishment demandando una oportunidad.

La etapa más crítica es al principio, cuando el emprendedor va contra todo y no es tomado en serio. Su círculo cercano opina: “no va a funcionar” o “estás loco”. Es entonces cuando está más vulnerable e inseguro porque no puede comprobar sus ideas con hechos y por lo mismo, el flujo de efectivo es más escaso.

El entorno tiende a desacreditar al emprendedor por su entusiasmo “excesivo”, su inocencia, su lucha sin remedio. Por si fuera poco, la estadística lo ratifica: la probabilidad de éxito en emprendimientos, dependiendo la fuente, ronda entre 5 y 20 por ciento.

Pero quizás la verdadera tragedia no son los fracasos de emprendimiento sino la abrumadora cantidad de personas que ni siquiera lo intentan, o que se dan por vencidos a la mitad del camino.

No aventarse quizás es más duro que fallar. Fallar una vez, dos, tres o más no es fallar si finalmente le pegas.

¿Hasta cuándo se le sigue o hasta cuándo se tira la toalla?

¿Cuánto tiempo insistir para conquistar una meta? ¿Cuántos intentos fallidos, obstáculos vencidos y golpes superados tenemos que pasar?

Ante los embates y la dificultad de cambiar la inercia, la mayoría de la gente tira la toalla antes de tiempo y eso deja el espacio abierto para los que se vuelven a poner de pie y siguen avanzando. Caen los competidores como si fuera un fenómeno de selección natural, donde al final quedan los más fuertes, adaptables y sobre todo persistentes.

Cuando hay constancia, pasión y adaptación constante, el sistema, reconoce esa energía y responde. De repente se reorganizan los factores productivos y se acomodan alrededor de esa nueva energía.

Y luego, si hay suerte, se llega al punto donde se activa una cascada de eventos que se catalizan en sintonía con esa propuesta. Entonces lo que acaba por ocurrir es que se activa una nueva inercia en el sistema y empieza a alcanzar momentum (un crecimiento orgánico excepcional que se alimenta a sí mismo).

Si la suerte continúa, el momentum agarra gravitas. Genera su propia gravedad y “atrapa” en su propia órbita lo que anda por ahí rondando.

La metamorfosis ocurre cuando del rechazo inicial, la iniciativa pasa a consolidarse y se convierte en un polo de atracción que ya es parte del sistema.

El negocio ya establecido se suma a la trayectoria actual del sistema y en cierta manera se protege de los nuevos emprendedores. El problema es que por esta misma razón puede caer en complacencia.

Por eso es tan crítico que el emprendedor preserve, nutra e incluso acrecente su entusiasmo; esto es un bálsamo contra los constantes “no”. El entusiasmo es la materia prima del emprendedor; su etimología (en + theos) lo dice todo: del griego que significa “estar lleno de dios” o “de inspiración divina”.

Bajo esta perspectiva no puede haber algo mejor que emprender y vivir con entusiasmo.

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