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Atajar la violencia

El uso de la violencia para dirimir diferencias constituye uno de los problemas recurrentes de nuestra sociedad. Desde muy pequeños somos educados en una suerte de “ley de la selva” que nos induce a zanjar diferencias mediante el uso de la fuerza y eso termina convirtiéndose en una reacción casi instintiva a lo largo de nuestras vidas.

Por regla general, sin embargo, la “educación” que recibimos en casa plantea que la violencia está reservada “para los extraños”, para los que nos son ajenos y no forman parte de nuestro grupo familiar. Además, se propone que ésta se utilice en defensa propia y en la protección de “los nuestros”.

Difícilmente, sin embargo, la educación en la violencia puede garantizar que la perseverancia en el uso de dicho instrumento no termine afectando también al círculo íntimo y que las pulsiones cultivadas desde la niñez no se usen para dirimir los conflictos intrafamiliares.

Hay un relativo incremento en la violencia doméstica en los cuales los padres son las víctimas y los victimarios sus propios hijos.

De acuerdo con cifras oficiales, una de cada cinco llamadas que se reciben mensualmente para reportar violencia familiar, corresponde a padres que han sido agredidos por sus vástagos.

Los actos violentos denunciados se encuentran asociados, regularmente, al consumo de bebidas alcohólicas, así como al de sustancias tóxicas.

Estamos hablando de cerca de 200 casos denunciados por mes, lo cual casi iguala esta estadística a la de la violencia de pareja. Se trata, a no dudarlo, de una cifra preocupante.

Y lo es aún más porque entre los valores que han caracterizado a la familia mexicana se encuentra justamente el de la unidad familiar y el respeto de los hijos hacia los padres, quienes han ejercido históricamente una autoridad moral que haría impensable, en otras épocas, el que un hijo intentara siquiera el ejercicio de la violencia contra sus progenitores.

¿Cómo atajar este fenómeno que implica el abandono de valores culturales de los cuales nos hemos sentido históricamente orgullosos y que nos han diferenciado largamente de otras culturas? Como ocurre con otros fenómenos sociales, la respuesta se encuentra en las raíces del problema.

Imposible considerar que esta tendencia sea frenada, e idealmente revertida, si seguimos perseverando en la transmisión de ideas que implican el uso de la violencia como instrumento privilegiado para dirimir nuestras diferencias.

Para modificar esta realidad lo que hace falta es la adopción de una cultura de paz que privilegie el diálogo y la negociación como herramientas para superar las desavenencias que de forma irremediable seguiremos teniendo porque estas son inherentes a la diversidad.

En ese camino, desde luego, todos tenemos que asumir la responsabilidad de comenzar por nosotros mismos el proceso de transformación.

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