El negocio de las mañaneras
Raymundo Riva Palacio
La modalidad única en el
mundo de comunicación política instaurada por Andrés Manuel López Obrador en lo
que se conoce como “la mañanera”, ha sido útil y funcional para los propósitos
del presidente. Aunque cualitativamente no domina la agenda informativa
-aproximadamente siete de los 10 temas que trascienden a la opinión pública son
los que plantean los medios-, cuantitativamente domina la conversación, lo que
le permite mantener sólido el consenso para gobernar. El ritual de “la
mañanera” ha ido evolucionando en la manera como la perciben sus interlocutores
y generado una diversidad de estrategias para propósitos diferentes.
En un principio todo era
expectativa, que rápidamente viró a ser un espectáculo que generaba angustias y
temores, al ser utilizado por el presidente para ajustar cuentas con individuos
o sectores. Desde el atril convertido en patíbulo, juzgó y sentenció a
empresarios y empresas, periodistas y medios, organizaciones de la sociedad
civil y políticos de oposición, utilizando el terror como método de sumisión.
Tuvo éxito con algunos a los que arrodilló, mientras que otros de sus
interlocutores comenzaron a imaginarse formas más inteligentes para poder obtener
los mejores frutos de la maravillosa oportunidad de tener todos los días
durante casi una hora y media al presidente, respondiendo todo tipo de
preguntas.
De esta peculiaridad
extraordinaria en la relación permanente con el presidente, que a la vez generó
la certidumbre de que en “la mañanera” siempre atacaría a una persona,
organización, negocio o sector que se le atravesara en su estilo de gobernar y
su proyecto de cambio de régimen, varios interlocutores comenzaron a analizar y
descubrir ventanas de oportunidad para sacar un mayor provecho, más allá de lo
meramente informativo, de esas comparecencias públicas. El formato ampliaba las
posibilidades.
Periodistas de medios
perfectamente acreditados acuden al ejercicio diario, pero una de las
innovaciones en “las mañaneras”, comparado con el realizado a principios de
esta década cuando López Obrador era jefe de Gobierno en la Ciudad de México,
fue la inclusión y participación de personas ajenas a los medios de
comunicación, pero que experimentaban con otras formas de comunicarse con la
gente. La mayor novedad fue la integración – siempre sentadas y sentados en la
primera fila del salón de las comparecencias-, de representantes de medios
nativos digitales, todos proclives al presidente y dispuestos a preguntar
cualquier cosa para denostar a sus interlocutores críticos, lanzar lisonjas sin
pudor a López Obrador, y hacerle preguntas a modo para que pueda ajustar alguna
cuenta pendiente, enfatizar en una idea o desviar la opinión pública de un tema
incómodo.
Lo más importante de todo
es que pese a la colocación de preguntas para inyectar oxígeno
político al presidente, no hay filtro alguno. Es decir, es una conferencia sin
acotamientos ni reglas de juego, donde López Obrador se lanza todos los días a
la selva, donde hay interlocutores domesticados que se mezclan con
profesionales de la información. Ahí era donde se encontraron las ventanas de
oportunidad. Si el presidente respondía cualquier pregunta, ¿habría manera de
controlar las preguntas que pudieran afectar a una persona o a una empresa?
¿Podría haber censura previa de esas preguntas?
No era posible tener ese
control. La jungla en Palacio Nacional es real. Lo que sí encontraron, cuando
menos en dos casos que han trascendido, es que si no se podía impedir una pregunta
y una respuesta del presidente, sí se podía contratar que uno de
los presentes cotidianos en “las mañaneras” repreguntara para lograr hacer un
control de daños y minimizar la crisis que podría desatar un comentario
negativo de López Obrador en cadena nacional. Por 200 mil pesos hubo personas
que asisten todas las mañanas a la comparecencia del presidente, que aceptaron
la tarea de contra preguntar—en el entendido que quien temía que iba a
ser balconeado de manera negativa, les entregara un menú de respuestas
ante probables preguntas.
La falta de organización y
control en “las mañaneras”, junto con la eterna disposición del presidente para
hablar de todos los temas y tener una respuesta para cada cuestionamiento, duda
o exigencia para que tome una posición, fue vista en otro caso por un
interesado que pagó para que uno de los habituales en Palacio
Nacional, hiciera preguntas con intencionalidad negativa sobre una empresa
competidora, en busca de una respuesta negativa. En este caso, el intento no
resultó, porque ante la provocadora pregunta, López Obrador evadió la insidia.
El pagar para que se hagan
las preguntas, como fue en este caso, no logró el objetivo por la forma como
reaccionó el presidente. La contra pregunta, hasta donde se sabe, nunca hubo necesidad
de hacerla. El negocio de “las mañaneras”, es pertinente saberlo y tenerlo
presente, no es algo diseñado o tolerado por López Obrador. Sin embargo, se
puede argumentar, el formato que él construyó, que diariamente alimenta y que
casi siempre goza, a decir por su lenguaje de cuerpo, favorece la existencia de
estas estrategias que aprovechan las condiciones inéditas en las que se da la
comunicación circular, como describe el presidente el ejercicio, parafraseando
lo que alguna vez le explicó Carlos Monsiváis, sin orden ni filtros.
También se puede argumentar
que están timando al presidente, cuyo cristianismo moldea su convicción sobre
la buena fe de las personas y que seguramente jamás pensó que este tipo de
arreglo pudiera construirse en “las mañaneras”. Los interesados con agendas
extra informativas han encontrado la vulnerabilidad en este evento, eje rector
de su gobierno. Influir en el presidente es muy difícil para sus colaboradores,
pero la debilidad que lo hace susceptible a manipulación es su protagonismo,
verticalidad y desorden en la organización del instrumento que inventó.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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