Guillermo Arteaga González
En la historia política de México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha sido un actor importante, tanto en momentos de avances como de baches democráticos, sin embargo, los recientes cambios a sus estatutos han desatado una avalancha de críticas y preocupaciones genuinas sobre el futuro de esta entidad política, en el centro de la controversia se encuentra Alejandro Moreno, actual presidente del partido, cuya gestión ha sido todo menos revolucionaria e institucional, los ajustes estatutarios permiten a Moreno aspirar a ser reelegido hasta por tres periodos de cuatro años cada uno y de manera consecutiva, esto significa que, de ser aprobado por su propio partido, podría perpetuarse como líder hasta el 2032, esto implica un sinfín de problemáticas y discusiones para el PRI y para la política mexicana en general.
Alejandro Moreno, conocido como “Alito”, no solo ha sido una figura divisiva dentro de su propio partido, sino que su gestión ha estado marcada por acusaciones de corrupción y un desempeño electoral lamentable, bajo su liderazgo el PRI ha sufrido numerosas derrotas electorales significativas y ha enfrentado una creciente deserción de militantes hacia otras fuerzas políticas, este éxodo no es casualidad, es el resultado directo de una dirección partidaria que ha fallado en conectar con las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía, Moreno no solo representa una continuidad con el pasado de opacidad y clientelismo que ha caracterizado al PRI en algunos momentos de su historia, sino que también simboliza una falta de renovación y adaptación a las demandas de un electorado cada vez más exigente y crítico, en lugar de ser una fuerza de cambio y modernización, el PRI parece aferrarse a prácticas obsoletas y a líderes cuestionados, cuyo principal mérito parece ser su habilidad para mantener el statu quo interno y salvar sus propios intereses.
La apertura para que Moreno pueda extender su mandato por doce años más es una afrenta a la democracia interna del partido, es un claro mensaje de que los intereses personales y de grupo prevalecen sobre la renovación y la autocrítica que tanto necesita el PRI, en un momento en el que la política mexicana demanda transparencia, honestidad y resultados tangibles, Moreno y su continuidad representan todo lo contrario: opacidad, dudas sobre la integridad y una gestión marcada por la mediocridad, de igual forma, la falta de una oposición interna efectiva dentro del PRI para cuestionar esta medida refleja la debilidad institucional y la falta de pluralidad que caracteriza a este partido en la actualidad, la democracia partidaria no puede existir si se perpetúa el dominio de una sola figura sin alternativas viables y competitivas.
Es innegable que durante gran parte del siglo XX y principios del XXI, el PRI fue el partido dominante en México, bajo su tutela, el país experimentó un crecimiento económico considerable, se fortalecieron las instituciones fundamentales y se lograron avances notables en áreas como la educación, la infraestructura y el desarrollo social, sin embargo, este periodo de hegemonía también estuvo manchado por escándalos de corrupción descomunales, abusos de poder y un manejo opaco de los recursos públicos, el PRI ha sido señalado repetidamente por prácticas clientelares y por actos de corrupción que han minado la confianza de los ciudadanos en sus líderes y en el sistema político en su conjunto, los desfalcos millonarios y los casos de enriquecimiento ilícito han dejado una cicatriz profunda en la percepción pública del partido, convirtiendo su nombre en sinónimo de deshonestidad y falta de valores sociales.
A pesar de estos escándalos y críticas, es innegable que las administraciones priistas jugaron un papel crucial en la construcción de un México moderno, las reformas estructurales, la consolidación de instituciones como el Instituto Nacional Electoral (INE) y el fortalecimiento del estado de derecho son legados que han perdurado más allá de las administraciones que las iniciaron, el PRI, en su mejor momento, fue capaz de gobernar con pragmatismo y visión de largo plazo, estableciendo las bases para el desarrollo económico y social del país, no obstante, el panorama actual del PRI se disipa entre las sombras, después de perder la presidencia en 2000, tras más de siete décadas en el poder, el partido ha luchado por mantener su relevancia política, las derrotas electorales, los conflictos internos y la salida de figuras prominentes hacia otros partidos han debilitado su estructura interna y su capacidad de recuperación.
Hoy en día, hablar del PRI evoca imágenes de un partido desgastado e invadido por la corrupción, que lucha por encontrar su identidad y por recuperar la confianza perdida de los electores, la sociedad mexicana está cansada de escándalos y de promesas incumplidas, existe un clamor por una nueva forma de hacer política, una que sea transparente, inclusiva y comprometida con el bienestar de todos los ciudadanos, el resurgimiento del PRI como una fuerza política relevante dependerá de su capacidad para renovarse internamente, para promover líderes éticos y capaces, y para reconstruir los puentes de confianza con la sociedad, es un desafío monumental, pero no imposible si el partido muestra verdadera voluntad de cambio y de adaptación a las demandas del México contemporáneo, el PRI tiene un legado bifurcado que confrontar, reconocer sus logros históricos sin justificar los errores que han marcado su pasado reciente, solo así podrá aspirar a recuperar su posición como una opción política viable y digna de consideración en el futuro de México.
El Partido Revolucionario Institucional ha dejado una marca indeleble en la historia política de México, y su trayectoria está marcada por un doble discurso que refleja tanto logros significativos como graves errores y abusos de poder, los cambios estatutarios que permiten a Alejandro Moreno buscar una prolongación indefinida de su liderazgo en el PRI son un paso atrás para la democracia interna y un recordatorio de las prácticas políticas que los ciudadanos mexicanos han rechazado repetidamente, el PRI necesita un líder que esté comprometido con principios éticos y una visión inclusiva y progresista, de lo contrario, corre el riesgo de convertirse en una reliquia del pasado en lugar de una fuerza política relevante para el futuro de México.