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SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Estamos en la antesala de una profundísima reforma laboral, que le echará a las empresas la carga de regular las desigualdades que hoy persisten en el país, entre patrones y empleados. Bueno, al menos eso pretenden los diseñadores de la reforma, que por primera vez toca la vida interna de los sindicatos, aspecto que es de lo más interesante, por cierto, porque todos los partidos políticos sin excepción, pero sobre todo el PRI, tienen en los sindicatos una base cautiva de electores y militantes. De hecho, tanto los sindicatos como las organizaciones de productores, así como las organizaciones que aglutinan a los prestadores de servicios en las ciudades –denominado el sector popular-, sigue siendo la columna vertebral del tricolor. Con el cambio que podría definirse este martes en el Senado de la República (ayer se aprobó la reforma en lo general con cero abstenciones), el ex partidazo tocará fondo, pues de un momento a otro perderá un alto porcentaje de sus bases, que por hoy están cautivas e incluso forzadas.

Los cambios en este aspecto son profundos e insoslayables, pues no se puede oxigenar la vida laboral en el país, sin tocar a los sindicatos. Además, que esta reforma es una exigencia de los Estados Unidos, como socio comercial de México, y fue parte de los acuerdos que se quedaron en el tintero, con la aprobación del T-MEC, que sustituyó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Por lo tanto, esta reforma va, sí o sí.

Ayer, los senadores aprobaron reformar diversas disposiciones de la Ley Federal del Trabajo, de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, de la Ley Federal de Defensoría Pública, de la Ley del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores y de la Ley del Seguro Social.

De esta suerte, el derecho laboral pasa a ser parte del Poder Judicial. Desaparecerán las juntas de conciliación y arbitraje, que son ejecutivas, y los tribunales laborales serán parte del ámbito judicial.

Pero decíamos que la parte más importante de esta reforma –sin menospreciar todos los aspectos de ella-, es la referente a los sindicatos, pues viene a remover todos los cimientos del viejo sindicalismo, basado en el control de los empleados, en la obligación de pertenencia y en la coacción de sus votos.

Además, en la opacidad en el manejo de las cuotas sindicales, que son el patrimonio de todos los agremiados, y no sólo de sus líderes.

Si algo es despreciable en el Sistema Político Mexicano, y que nos recuerda la vieja escuela priísta, en la que se les pagaba a los dirigentes sindicales con altísimas canonjías a cambio de controlar el voto de sus representados, eso es precisamente la vida sindical, que hasta hoy no había sido tocada por ningún presidente de la República, pues nadie quería enfrentar a los pulpos como la CTM, la CROC, la CROM y sus muchísimos anexos, así como tampoco a los sindicatos de empresas del Estado, como Pemex, CFE, el sindicato educativo (en sus dos falanges), y los sindicatos de burócratas.

Tras la reforma, los empleados quedarán en libertad de pertenecer o no a un sindicato, sin que por ello se les conculquen sus derechos laborales. En caso de que deseen sindicalizarse, tendrán el derecho de conocer qué se hace con sus cuotas, de tener el beneficio de una verdadera defensa en caso de abusos patronales, y de votar a sus representantes en urna, respetando la máxima de la democracia del voto secreto y libre.

Esto, definitivamente removerá el viejo cimiento sindical, que fue incapaz de arrancarse a la llegada de la democracia a este país.

Y era el caso de que todo comenzó a reformarse y a renovarse, menos los sindicatos. En las empresas y en el gobierno comenzamos a ver caras nuevas, como muestra del relevo generacional, pero no así en los sindicatos, donde se mantuvieron intactos los cacicazgos políticos acuñados en tiempos de la vieja guardia priísta. Y si alguien estorbaba, era necesario meterlo a la cárcel porque había acumulado tanto poder, que difícilmente se podían deshacer de ese personaje, a no ser que se le acusara de algún delito, como sucedió con Elba Esther Gordillo, cuyas causas de su encarcelamiento fueron tan obvias de parte del gobierno de Enrique Peña Nieto, que se cometieron muchos errores en el proceso, al grado de que la mujer ya está libre y dispuesta a recuperar su poder en el SNTE.

Lamentablemente, estos cambios que debieron programarse desde dentro, se están forzando desde fuera. No sabemos cómo reaccionarán los patrones ante los cambios, como tampoco los sindicatos. El riesgo es una ruptura con AMLO, auspiciada por los partidos de oposición, aunque por ahora estos parecen de acuerdo.

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