El rencor del presidente
Raymundo Riva Palacio
El presidente Andrés Manuel López dice que no es vengativo. Pero de que
guarda un profundo rencor por lo que sucedió en la elección presidencial de
2006, no hay duda. López Obrador tiene muy bien identificados a quienes no ve
como adversarios sino como enemigos, los ex presidentes Carlos Salinas y Felipe
Calderón, con quienes tiene un diferendo histórico y, todo sugiere, está en
proceso de ajustar cuentas. Lo transpiró ayer en su comparecencia ante la
prensa cuando le preguntaron sobre Rosario Robles, y si seguía pensando que era
un chivo expiatorio. “Sigo pensando
lo mismo, que los responsables de la tragedia nacional son los de mero arriba,
tanto del sector público como del sector privado, nada más que ya no puedo
decirles como les decía antes”, dijo. O sea, “la mafia del poder”.
La pregunta sobre Robles fue fraseada de una manera extraña, donde no se
inquirió directamente sobre la investigación, pero le abrió a López Obrador el
contexto para regresar 12 años en la historia. “Si no se hubiese llevado a cabo
el fraude del 2006, no estaría el país como está”, agregó. “Ese fraude causó
muchísimo daños porque impusieron a Calderón. Nosotros hicimos un compromiso
que no íbamos a desatar la persecución, no es mi fuerte la venganza, ni
siquiera a los que nos hicieron mucho daño, no sólo el daño personal, no sólo
porque me robaron la Presidencia, sino porque por ese fraude hundieron al
país”.
López Obrador no supera la elección presidencial de 2006, que perdió ante
Calderón por sólo 243 mil 934 votos. Nunca admitió el resultado y profundizó un
conflicto postelectoral para solicitar, por fuera de la ley electoral, que
hubiera un recuento general de votos. Calderón envió a un emisario, Florencio
Salazar Adame, un expriista que se sumó a su campaña, para hablar con dos personas
cercanas a López Obrador y proponerle que abrieran todas las urnas y recontaran
todas las boletas, con la condición de que quien resultara perdedor, aceptaría
la derrota. Como respuesta sólo hubo silencio.
López Obrador revivió ese año con toda fuerza, pero en un contexto donde
están alineándose las cañoneras. Salinas es a quien responsabiliza
primariamente de “imponer” a Calderón, y
“robarle” la elección, tras una embestida para descarrilar su campaña
presidencial al difundir escandalosos videos producidos por el empresario
argentino mexicano, Carlos Ahumada, a quien el abogado Juan Collado llevó ante
el ex presidente para entregárselos y fraguar el desprestigio de López Obrador.
Collado está en la cárcel enfrentando un proceso por supuestos nexos con la
delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita,
mientras que Ahumada, de la nada, volvió a la escena pública criminal, al
desempolvar la Fiscalía General una denuncia de Robles en su contra por la
falsificación de documentos y la firma apócrifa de un pagaré, que había
desestimado la vieja Procuraduría General de la República en 2013. Entonces, lo
que tiene es al autor intelectual y material de los videos políticos donde aparecían
el secretario particular de López Obrador, René Bejarano, recibiendo miles de
pesos, y a su secretario de Finanzas, Gustavo Ponce, jugando en Las Vegas, así
como al facilitador del encuentro con Salinas, en la picota. Los dos ex
presidentes no tienen cargos en su contra, pero ya los colocó López Obrador en
la línea de fuego.
Los videoescándalos son una historia de intriga. Comenzó su difusión en
marzo de 2003, cuando Ahumada estaba siendo perseguido por López Obrador, que
empezó a cerrarle sus empresas y cancelarle contratos en la Ciudad de México.
Ahumada había financiado campañas políticas del PRD, incluida la de López
Obrador para el gobierno del entonces Distrito Federal, y como pago le habían
dado contratos de obra pública. Robles lo metió al partido y Ahumada amplió sus
financiamientos. Bejarano no era el único. Le miles de pesos a Carlos Imaz, en
ese entonces esposo de Claudia Sheinbaum -y les pagó una vacación en París, en
el espectacular George V-, y a Horacio Duarte, que fue representante de López
Obrador en viejo INE y actualmente es subsecretario de Trabajo.
La persecución de Ahumada se originó cuando suponía el entorno del entonces
jefe de Gobierno, financiaría la cuarta intentona presidencial de Cuauhtémoc
Cárdenas, cruzándosele López Obrador. Ahumada, soberbio e ingenuo, decidió
ponerse en manos de Salinas, confiado en que sus videos le impedirían llegar a
la Presidencia. Lo dañaron, pero prematuramente. A Ahumada todos los desecharon
por ser un lastre, pero la lucha en las élites continuó. López Obrador
revivió ayer esa afrenta y describió a sus enemigos políticos.
Salinas está residiendo en Londres, Calderón en la Ciudad de México y Ahumada,
que tiene órdenes de aprehensión en este país, en Buenos Aires, donde ha
querido replicar lo que hizo en México, ante la preocupación del gobierno del
presidente Mauricio Macri. Collado está en la cárcel, y aunque se le relaciona
más con el ex presidente Enrique Peña Nieto, es el tronco del que se pueden
desgajar las ramas. Es él portador de los secretos patrimoniales de toda una
generación de priistas, no sólo los que se ven hoy en día, sino otros más, muy
influyentes en su momento, que se cruzan a su vez con empresarios metidos en el
sector minero, energético y de medios de comunicación, enemigos del presidente.
Calderón no forma parte de ese grupo, aunque López Obrador lo vincula por
la elección de 2006. Es una externalidad revigorizada del rencor de López
Obrador, que se reflejó de manera evidente en su tono, retórica y lenguaje de
cuerpo, al enseñar que esta vieja guerra que reabrió ayer, no tiene luz al
final del túnel.
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