La noche de Iguala
Raymundo Riva Palacio
El domingo 28 de septiembre
de 2014, Jesús Murillo Karam, procurador general, informó al presidente Enrique
Peña Nieto y a sus principales colaboradores, sobre el ataque a los normalistas
de Ayotzinapa la noche del 26 en Iguala. “Se trata de una depuración entre
narcotraficantes”, dijo con contundencia, recordó uno de los asistentes en esa
reunión. En la lógica que tenía el gobierno peñista, llevada al absurdo como
estrategia para combatir la inseguridad, no meterían las manos. La lectura del
ex procurador no era precisa, y el manejo que dieron fue un desastre. Minimizar
que en el centro de una lucha entre grupos criminales en Iguala habían quedado
atrapados decenas de estudiantes de la normal “Isidro Burgos” de Ayotzinapa,
harían que aquella noche fuera uno de los detonantes del fracaso de Peña Nieto
y el principio del fin de su sexenio.
El gobierno de Peña Nieto
nunca encontró el motivo real del crimen contra los normalistas -hasta hoy,
sólo hay la certeza de que uno de los 43, murió- que cumple cinco años esta
semana, pero las investigaciones que nunca se detuvieron permiten tener como
hipótesis de trabajo que fueron privados de su libertad y probablemente
asesinados la mayoría de ellos, al menos, dentro del marco de la guerra
entre Guerreros Unidos y Los Rojos, que luchaban por el
control de dos corredores de droga, el de Iguala-Ciudad Altamirano-estado de
México, dentro del territorio de los primeros, y el de Acapulco-Chilpancingo-Ciudad
de México, además del trasiego, distribución y comercialización de la heroína,
extraída de la amapola, cultivada en esa Tierra Caliente.
Una hipótesis que ha venido
sumando más evidencias es que aquel 26 de septiembre, cuando llegaron dos
autobuses a Iguala con los normalistas -que se apoderaron de otros dos en la
terminal-, activó a Guerreros Unidos que estaban en alerta por
información que tenían que Los Rojos habían llegado a su territorio
para atacarlos. Esto fue detonado por un ataque al lavado de autos “Los
Peques”, de los hermanos Benítez Palacios, que utilizaban los guerreros
para llevar a sus víctimas y descuartizarlas. El ataque a “Los Peques” fue desestimado
inicialmente por las autoridades, al no haber comprobado los dichos de algunos
vecinos que lo habían referido.
Nuevas pesquisas señalan
que los Benítez Palacios, al ser atacados, se replegaron a sus casas, donde se
enfrentaron dos o tres veces con los rojos. Aparentemente, este
ataque era en represalia porque tres días antes habían asesinado en la cercana
Mezcala a Narciso Vázquez Arellano, uno de líderes locales, hermano de quien
era vocero de la Sociedad de estudiantes de Ayotzinapa, que se hacía llamar
Omar García Vázquez. La alerta fue dada por Víctor Hugo Benítez, apodado El
Tilo, al jefe de plaza en Iguala, Gildardo López Astudillo, El Gil,
a quien le aseguró, según las investigaciones, que se transportaban en taxis y
autobuses. Esto explicaría, por ejemplo, el ataque al autobús donde viajaba de
regreso a Chilpancingo el equipo “Los Avispones”, y a varios taxis que iban
detrás de ese autobús.
Policías municipales de
Iguala, Cocula y Huitzuco, detuvieron a los estudiantes para entregárselos a Guerreros
Unidos. El jefe del 27 Batallón de Infantería, el teniente coronel José
Rodríguez Pérez, hoy general brigadier retirado, fue notificado por un
representante militar en el C-4 de esa ciudad sobre actos violentos en Iguala,
y llamó al secretario de Seguridad Pública municipal, Francisco Salgado
Valladares, para ofrecerle ayuda. La respuesta fue que tenía todo bajo control.
Lo que no conocía el militar en ese momento, que él era parte de la estructura
criminal de Guerreros Unidos.
En mayo de 2016, Murillo
Karam dijo que no había móvil en la desaparición de los normalistas, “porque
todo sucedió sin planearlo”, cuya versión fue asentando la idea de que los
normalistas habían estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. No
obstante, la variable del narcotráfico siempre estuvo presente, derivado de las
declaraciones de los presuntos criminales que dijeron en sus declaraciones que
estaban infiltrados por Los Rojos. El gobierno de Peña Nieto nunca
quiso hacer públicas sus investigaciones sobre la penetración de ese grupo en
la normal de Ayotzinapa, ante el temor que lo acusaran de criminalizar a la
rural.
Según Felipe Rodríguez
Salgado, El Cepillo, acusado de
asesinar a los normalistas en el basurero de Cocula, varios de los jóvenes señalaron a Bernardo Flores Alcaraz, El Cochiloco, de
haberlos llevado a Iguala ese día, apoyado por cuatro supuestos estudiantes, quien
recibía órdenes telefónicas sobre de Omar García Vázquez. Nuevas líneas de
investigación están tratando de determinar si todos los jóvenes que iban en los
autobuses aquella noche, realmente eran normalistas. Una hipótesis es que
alrededor de la mitad no estudiaban realmente en la normal y estaban
relacionados con Los Rojos.
La idea de que sí se dio la
desaparición dentro del conflicto entre bandas criminales ha crecido. Incluso
los padres de los normalistas pidieron al gobierno la captura de Santiago
Mazari, El Carrete, líder de Los Rojos, para que aportara información
para entender lo que sucedió esa noche. Mazari fue detenido a finales de julio.
Las nuevas pistas no paran ahí. Apuntan también a funcionarios del gobierno,
entonces, de Ángel Heladio Aguirre, y de policías federales.
Nota:
La diputada Dolores Padierna envió una carta de más de 359 palabras a El
Financiero en relación a la columna “Los Nudos de Ayotzinapa”, y afirmó que era
falso que ella y René Bejarano hubieran apoyado al ex alcalde de Iguala, José
Luis Abarca. La columna nunca los relaciona con Abarca, sino con una red
corrupta y criminal que involucraba a miembros del PRD, el PT y Morena en
Guerrero, a la que no se refiere.
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