La escopeta del presidente
Raymundo Riva Palacio
Como todas las mañanas, el presidente Andrés Manuel López Obrador
disparó en la de ayer con su escopeta habitual. Ahora tocó al sector
energético, donde se le fue encima a empresas mexicanas e internacionales, y
señaló a ex funcionarios federales de haber contribuido a la “destrucción
masiva” de la Comisión Federal de Electricidad. Había anticipado el viernes que
hoy revelaría casos de corrupción en la CFE, lo que no sucedió. Lo que sí pasó,
en voz de su director Manuel Bartlett, es el reciclaje de viejos señalamientos
sobre ex funcionarios que trabajan para empresas de generación eléctrica
internacionales, o les dan consultorías.
Lo que dijeron, pese a sus énfasis retóricos, no acreditan siquiera en
términos legales el conflicto de interés. Se lo hizo ver inmediatamente el ex
presidente Felipe Calderón, cuando tras las imputaciones le recordó a través de
Twitter que la ley establece plazos durante los cuales no puede trabajar un ex
funcionario en un campo que fue de su especialidad. Interrogado por la prensa
sobre esta réplica, López Obrador dijo que se cambiarían los plazos de
cuarentena administrativa a 10 años. No parecía preparado para una réplica tan
inmediata, por lo que esa década pareció una respuesta sacada al vuelo.
Las críticas al presidente y a Bartlett siguieron durante el día, por
la imprecisión o falsedad, incluso, de varias de las imputaciones. Nada de lo
planteado en la comparecencia matutina tendrá consecuencias legales, porque no
hay litis que perseguir. Eso ya lo sabía. Lo importante para el presidente no
es la realidad, sino la percepción. El viernes pasado planteó abrir la cloaca
en la CFE, que este lunes se redujo a una acusación sin pruebas por parte de
Bartlett, de que “la influencia de ex funcionarios en empresas privadas deriva
en que la capacidad de la CFE se haya reducido a ser una empresa que genera
apenas el 50% de la energía del país”.
Echar la culpa al pasado es la justificación que ha utilizado para
buscar el apoyo consensuado para sus políticas de gobierno y colocar los
ladrillos para, si no la abrogación de la Reforma Energética, sí su
congelamiento. En su conferencia de prensa, el presidente mantuvo el mismo
patrón que ha seguido desde el arranque de su gobierno: empaquetar todas sus
acciones en el discurso de que los anteriores gobiernos eran corruptos y habían
saqueado al país. El discurso con la técnica de Joseph Goebbels, el maestro de
la propaganda nazi, de repetir una imagen hasta que termine incubándose en la
mente como una realidad.
“Es un asunto de semiótica”, dice un agudo observador político. “Todo
lo que maneja el presidente son símbolos”. La semiótica, en su definición
clásica, es la ciencia que estudia los sistemas de signos que permiten la
comunicación entre los individuos, sus modos de producción, o de funcionamiento
y recepción. Grandes imágenes que ha logrado sembrar en el imaginario colectivo
es el de “fifís”, para identificar todo aquellos que se opone a los deseos de
las mayorías, o “conservadores”, que utiliza para referirse a sus críticos o a
los disidentes. López Obrador juega todo el tiempo con la palabra corrupción,
pero siempre la asocia con los privilegios. “Los mexicanos responden a los
privilegios, que les molestan mucho, no a la corrupción”, agregó el observador.
La forma como presentan verosimilitudes vestidas con verdades es muy
eficiente. Por ejemplo, nadie reparó que Bartlett fue miembro de uno de los
gobiernos que ahora fustiga (Carlos Salinas) y gobernador priista de Puebla
durante otro (Ernesto Zedillo). Tampoco en que el consejero jurídico de la
Presidencia, Julio Scherer, trabajó muy de cerca con el ex secretario de
Hacienda, Pedro Aspe, mencionado por el vocero presidencial como otro de los ex
funcionarios clave en la “destrucción” de la CFE, ni que trabajó como el hombre
fuerte de Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia.
El método utilizado por el presidente es siempre el mismo. Si modifica
la entrega de recursos a estancias infantiles, es porque hubo actos de
corrupción de panistas. Si las cosas en Pemex no están saliendo bien, tiene que
ver con el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Si hay exigencia de
transparencia a su gobierno, la descalificación corre a través de la mentira
que antes no se exigía nada y ahora sí acosan a su gabinete. Si la economía
tropieza es porque le dejaron un país en bancarrota. Si le está costando
trabajo que su gobierno funciones, es porque los están saboteando los
“conservadores”. Dentro de su propio equipo, cuando hay observaciones sobre
algún funcionario y su inexperiencia, responde que “prefiero la larga curva de
aprendizaje al bandidaje”. A cada síntoma que pueda causarle daño a su
gobierno, siempre recurre a la misma receta. Voltear por el espejo retrovisor
para mostrar la podredumbre del pasado.
Los símbolos que permanentemente emplea López Obrador le han permitido
ir aumentando su aprobación como presidente, en niveles muy superiores incluso
al total de quienes votaron por él. Se podría argumentar que el discurso que
tiene es penetrante y efectivo porque cumple funciones terapéuticas, que ni en
la clase política ni en los medios alcanzamos a comprender en toda su
cabalidad. La indignación nacional contra la corrupción y los privilegios,
registrada en las urnas desde las elecciones intermedias en 2015, es la
fortaleza que va acumulando cada día con esos mensajes, y le permite pelearse
todos los días con agentes económicos, actores políticos o medios y sociedad
civil.