Una vez
más, nuestro padre, el mar, extendía sus alas llenas de libertad, con sus
hermosos colores de matizados azules y cadenciosas olas que jugaban con la
brisa; la bahía “Cihuatlán” enseñaba claramente sus quebradas rocosas hermosas
en el horizonte, adornadas con los incomparables penachos de espuma de blancura
salpicada, que cortan la respiración al admirarlas.
La cita
fue como siempre: misma hora, mismo lugar, de un día de verano. Ansia por
verla, nervios de punta, porque es la mujer que tiene los ojos más bellos en el
mundo y la cara de ángel más hermosa que ningún ser humano, en la faz de la
tierra. A su llegada, el tiempo detuvo su marcha, arrobado con su belleza, y las
sonrisas afloraron de inmediato… después del abrazo en cascada que se volvió un
hermoso sentimiento, todo fue maravilloso… inducimos suavemente la plática… y
su corazón explotó estruendosamente lleno de euforia, de orgullo, de una
alegría desbordada plena de recuerdos y añoranzas… todo lo demás fue hermoso
para el alma.
Agua de
Correa siempre ha sido una comunidad entrañable y hermosa… estaba rodeada de
mucha agua… la que bajaba del “Calechoso”, entre saltos y peñas centenarias,
luego estaba la Poza del “Caballo” y el “ojo de agua” en Agua Buena, arriba de
la Poza de “La Jícama”, también bajaba otro cauce de donde empieza la colonia
Nuevo Amanecer, que tenía otro “ojito de agua”, más la corriente que se
perfilaba del “Barril” y se juntaban en una sola serpentina donde se hace la
curva para ir a Zihuatanejo, entre pozas y aguas cristalinas, de donde aprovechábamos
para tomar el agua.
Mis padres fueron Manuel Verboonen Nogueira y
Elvira Nogueda Villaseñor, y mis hermanos Sergio, Irma, Manolo, Ernesto,
Héctor, Jaime, Aníbal, Ángel, Mirna, Doris y Deni.
Mi infancia fue muy feliz, pues en Agua de
Correa no había clases sociales, todo mundo jugábamos con todos, éramos iguales
en cuerpo y en alma, el único propósito era jugar libremente… todo lo demás no
importaba… si tenías dinero, si no lo tenías, si andabas con ropa sencilla, si
estabas encalcetada o descalza, nada palidecía nuestra felicidad. Todos éramos
una familia en ese pueblito hermoso, y me tocó ver tantas vivencias hermosas y
hasta mágicas, durante mi infancia… y no me lo contaron, yo lo vi…
Nuestros juegos eran con aquella cuerda mágica
donde intentábamos todo tipo de brincos y suertes que ensanchaban el alma; las
muñecas de trapo inolvidables, que animaban nuestra maternidad para la edad
adulta, los famosos trastecitos de barro que proyectaban jugar a “la comidita”,
simulando la preparación de tortillas, sopas y pasteles suculentos, o cuando
lográbamos los disfraces que coreografiaban nuestros sentimientos actorales, a
la vez que aparecíamos como cirqueros, con contorsiones de fábula que hacían
sonreír a nuestros padres, porque utilizábamos los aros para la costura de
nuestras abuelas y mamás, al igual que todos juntos, niñas y niños, nos
juntábamos para jugar las canicas de piedra y vidrio, a la rayuela y al
“avión”, entre la magia de la infancia hermosa, y los más hábiles
confeccionaban sus papalotes, que en aquel momento se les llamaba popularmente
“zarangolas”, que se elevaban entre las nubes de la niñez… y que una vez que se
reventaban, corríamos para “conchar” hilo, una vez que lo alcanzábamos en
metros lejanos, después de una gran corretiza, para enredar en una mano
enconchada todo el hilo que fuera posible, pues era un bien común y un artículo
de lujo para ese tiempo precioso, de los meses de los febreros locos y marzos
otro poco… y ya llegaban los húngaros con sus funciones de cine, con los
cuales convivíamos por uno o dos meses… apareciendo sorprendentemente por
temporadas trompos, yoyos, balero, carritos, o bien competíamos en las carreritas,
las escondidillas y con pelotas de cuero o plástico, mientras las niñas nos
afanábamos en imitar la tiendita, hasta que brotaba la hermosa matatena y las
rondas de “Doña Blanca”, Amo a to, matarililiriron, entre otras, jugábamos a
las adivinanzas, la lotería, “tú la traes”, en constantes retos de velocidad y
habilidad, mientras los jóvenes se ponían a nadar en las pozas del barrio, en
las playas, a lucirse en los bailes populares, los paseos a caballo, y sobre
todo, quién no fue feliz arriba de una bicicleta, ¡Ay Dios, que hermosa es la
vida!
Y entre
otras historias mágicas y de cuento, hubo una señora hermosa, doña Magdalena,
mamá de don Margarito Ayvar, que tenía un jardín a dónde íbamos a comprar
flores de a veinte centavos, de a treinta centavos, y casi nos llenaba la
charolita, cuando escuchábamos y veíamos que ella le pedía permiso a la planta
cuando las cortaba:
-¡Ay, mira, que linda rosa, pero va a ser para
un bien mejor! – mientras cortaba la rosa.
En una
ocasión, entre una planta que se llamaba “Astronómica”, que se da por acá,
estaba en una maceta muy grande porque crecen muy altas, que le dice:
-¡Ay,
no te alcanzo chiquita! Pero mira que te necesito… voy a ir a traer un gancho
para bajarte… – ante mi sorpresa hasta la fecha, la planta se dobló para que la
pudiera podar, entre la sonrisa mágica y hermosa de doña Magdalena.
Para esos momentos de nuestra existencia, en
Agua de Correa vivían y convivían las familias Olea, Ambario, Nogueda, Reglado,
Orbe, Pineda, Sotelo, Maganda, Sánchez, Ayvar,
Ramírez, Cruz, Otero, Maciel, Reséndiz, Mosqueda, Zabala, Campos, entre
otros no menos importantes, sólo que en la distancia del recuerdo, pues no es
fácil… y yo siempre he admirado a Amanda Reglado, pues tiene una mente prodigiosa.
En
su gran mayoría las familias que vivíamos ahí éramos campesinos, pequeños y
medianos agricultores, copreros en pequeñas y grandes huertas, ganaderos que
vendían leche y quesos diariamente, había panaderos, albañiles, curanderos,
tanto mujeres como varones, se encontraban carpinteros, un infaltable peluquero,
lavanderas, costureras, sastres, leñadores de gran hacha, convivían todos los
días con músicos, parteras, pescadores, tenderos, vendedoras de productos
caseros, con puestos de tacos, enchiladas, pozole, relleno, pancita, tamales,
gorditas de horno, dulces de coco, arroz con leche, dulces de ajonjolí, todo
mágicamente delicioso y suculento, comiendo tamarindo, nanches, ciruelas, limas,
guayabas y todo aquello que producían sus árboles frutales en pequeñísima
escala.
Y surgían personas y familias de buen corazón
y gran voluntad que servían a la comunidad sin otro interés que ser útiles a su
sociedad, como doña Beatriz Rincón de Reglado (D.E.P.) que
festejaba a la Guadalupana, y contagiando
la población enseñaba cantos y bailes, para tal fin, a todo los
muchachos que quisiera participar, que eran generalmente niños y niñas, y a la que
le quedaban las fiestas hermosísimas, por su empeño y su fe en nuestra virgen
morena.
De igual manera, recuerdo en la familia Soto,
a estos hermosos personajes como Casilda, Lázara, Pantaleón y Jesús, quienes
por Navidad celebraban las pastorelas, haciendo representaciones alusivas a tal
fecha y enseñando los bailes vistosos a los participantes como pastores y
pastoras, con su inigualable vestimenta y sonrisas, ante la satisfacción de sus
padres y abuelos.
Había habilidosas manos que hacían las coronas
para los “Días de muertos” y unas vendedoras de empanadas de coco, que nos
hacían deleitarnos permanentemente. Los campesinos vendían también de sus
pequeñas pero productivas siembras, elotes, calabazas sazonas para el dulce y
tiernas para guisarlas con crema y queso, con sabrosos pepinos, sandías,
melones y maíz para todas las actividades de la cocina, también nos traían
frijol, jitomates, chiles y plátanos, de distintas variedades. Los que tenían
jardín vendían flores de todos los tamaños y colores y cuando cazaban un conejo
o un venado también se mercaba su carne y piel.
La
mayoría de las familias criaban gallinas y guajolotes, vendiendo también huevos
excedentes de la casa y las mismas gallinas si era necesario, y derivado de la
pochota una especie de lana para almohadas, cojines, servilletas y fundas
bordadas. Muchos productos los vendían de casa en casa, en bandejas de madera o
canastas de varas, lo más posible, entregándolos o recogiéndolos en cada
domicilio, en toda Agua de Correa.
Y las convivencias se cumplían cabal y
lucidamente en los cumpleaños, entre familiares y amigos, en bodas llenas de
amor y cariño, también todos los pobladores hacían acto de presencia en los
velorios y novenarios, donde se sentía la fraternidad, la cooperación y la
solidaridad en esos momentos difíciles en la vida, y entre las familias de la
costa se visitaban frecuentemente con los pobladores de La Unión, Zihuatanejo,
Petatlán y las comunidades circunvecinas, y lógicamente con las familias que se
iban a otras ciudades o estados.
Asimismo, estuvo don Alfredo Gómez, un hombre
muy trabajador e inversionista, un tanto españolizado, pues tenía este tono al
momento de hablar, enfatizando la “s”, que venía de Uruapan, llegando a poner
una tienda, sembró y cultivó una gran huerta, pues fue una persona
super-trabajadora. Además, mientras su mujer se amanecía y se anochecía
trabajando, él siempre denotaba una gran autoridad y respaldaba todas sus
iniciativas con valor y determinación, llegando a ser un gran impulsor social,
tanto así que en su casa se instaló la primera corresponsalía del Banco de
México, a mitad del siglo XX, que trajo como consecuencia que todos los
pobladores de La Correa sabíamos siempre que en esa casa había dinero y que
nunca faltaba el efectivo… y se utilizaba, por ejemplo, cuando los campesinos
entregaban la copra a los comerciantes que compraban su mercancía, o en las
ocasiones que nuestros huerteros llevaba el coco hasta Acapulco, se les
entregaban unos vales, pues no había cheques, que posteriormente iban a canjear
y a cobrar a esta corresponsalía, sabiendo que a pesar de que había paisanos que
no sabían leer y escribir, en casa de don Alfredo Gómez estaban seguros sus
pagos, con la confianza de que no iban a ser engañados. De tal manera que doña
Chaya, mamá de Silverio Valle, siempre siempre sirvió a sus paisanos de la
mejor manera, teniendo a don Alfredo como garante.
Ya tiempo después, a Zihuatanejo llegaron las
sucursales del Banco Mexicano del Sur y de Bancomer.
Ahora bien, el centro de reunión social era
debajo del árbol de “Caña Dulce”, que estaba por donde ahora está la iglesia, y
ahí entre sus raíces se iban a sentar para platicar todos los mancebos de esa
época, a contarse el chisme y todo lo que había que saber.
Pero las mujeres no estaban con el permiso
paternal para ni siquiera acercarse ahí, cuando mucho les daba por asear el
corredor de la casa para observar si el galán andaba merodeando por ahí,
entonces las muchachas se mantenían barre y barre y trapee y trapee, y al estar
prohibido hablarse, pues por medio de algunas señas mantenían este noviazgo
apasionado, después de sacarle brillo al piso como cincuenta veces, mientras el
mozalbete iba y venía a comprar cigarros a la tienda de doña Chaya, o en otra
tienda pequeñita que tenía la maestra Mateana, y casi sacaban agua de la tierra
de tanto pasar buscando una mirada romántica de su princesa, pues muchos
jóvenes hasta se venían de Zihuatanejo y de Barrio Viejo a merodear a estas
muchachas de Agua de Correa, pues eran las más lindas de la comarca… y porque así se estilaba en este tiempo ya
lejano.
Mientras tanto, la comunicación de Agua de
Correa hacia el exterior, era como el de otras ciudades en el mundo, por medio
de cartas, o bien, de manera verbal enviados a las familias a través de
personas de confianza. Y en su complemento, el caballo era un medio de
transportación, junto a los burros o mulas utilizadas para carga o las carretas
tiradas por bueyes.
Para
viajes más largos, inicialmente se hicieron a través de los barcos de pequeña
eslora, entre Colima, la costa michoacana, Zihuatanejo, Acapulco y hasta la
Costa Chica, como el “María Martha”, el “Tecoanapa” o “El Oviedo”, porque no
había carreteras sino solo brechas y sin puentes para atravesar los ríos de la
costa suriana guerrerense.
Lo que si había era una camioneta pasajera que
circulaba de Zihuatanejo a Petatlán, y viceversa, una o dos veces al día,
dependiendo de las temporadas de lluvias… y te subías de aquí para allá y ahí
va… suben… bajan… estrujan… vámooonooosss… y ya te dejaban a la orilla de la
carretera; este servicio, que más adelante fue realizado casi exclusivamente
por la recordada y útil Cooperativa “Hermenegildo Galeana”, desde Zihuatanejo
hasta Acapulco, a lo que después se le
sumó el transporte de la “Flecha Roja” y la “Estrella de Oro”.
Había dinero circulante y no se veía pobreza.
Gente siempre trabajadora, aquí no había ociosos, no había ni se consentía la
flojera y la pasividad, desde muy temprano las actividades de casa y
productivas eran el pan de cada día.
Para
ese tiempo, mi padre era Administrador General de “Guerrero Land Company”, una
compañía concesionaria de la explotación
de maderas finas en la sierra guerrerense, como caoba, cedro, ébano,
granadillo, parota, palo fierro y otras.
Luego,
guiados por mi padre y junto a mis hermanos nos íbamos a Playa Larga para ver
como desovaban las tortugas, disfrutando y aprendiendo como hacían todo su
ritual de vida, hasta que nos regocijábamos viéndolas regresar al mar, entre
nuestra felicidad. Luego montábamos un campamento con sábanas y palos, viendo
las hermosas noches de luna llena.
Mi papá tenía una huertita a la que le decían
“Los Humedales”, donde guardaba una canoíta, pegada al estero, y nos íbamos
entre los manglares amarrando unos listoncitos rojos en sus ramas para guiarnos
de regreso por “Las Pozas”, por una propiedad que era de don Ezequiel Padilla, a
delante de Agua de Correa.
Y
estando en la Correa, nos íbamos a bañar a la “Poza de la Jícama”, cuyo
arroyito estaba donde da la vuelta el camino para ir a Zihuatanejo, que era un
poza muy bonita, ahí había una piedra muy blanca que tenía la forma de jícama,
ahora ya desaparecida, creo que la dinamitaron o estará ahí enterrada.
Y así
iba rodando la vida entre risas, comiendo ciruelas, almendras y mangos con sal…
todo era maravilloso. Y desde Agua de Correa veíamos los cometas pasar con su
cola de luz, que era un espectáculo inolvidable.
Y tras grandes vivencias que
nos dejaron marcaron el alma, mis hermanos y su servidora recibimos una enorme
carga de amor y servicio por parte de mi padre, a través de su ejemplo y del
gran cariño que le tuvo a su hermosa tierra, pues nos dejó un legado
comunitario que nos ha vestido de orgullo eternamente, pues él fue el
responsable de la creación del ejido de
Agua de Correa y Zihuatanejo, por sus relaciones sociales y humanas que llegó a
cultivar con algunos políticos de orden nacional.
Además, la vida le dio la oportunidad de ser
una persona visionaria, pues gracias a Dios donó varios terrenos para la
primera casa del ejido de Agua de Correa, de la misma forma entrega gratuitamente parte del terreno para
la primera Escuela Primaria “Ricardo Flores Magón”, hoy cambiada de nombre con
justicia por el de la maestra “Mateana Orbe Lecuanda”, y con el corazón en la
mano, otorga el terreno para el campo de beisbol, adonde se concentraban
decenas de niños, jóvenes y familias para convivir diariamente… y todavía le
alcanzó la voluntad para gestionar los terrenos de la colonia La Parota, para
la paisanada, organizó el comité pro panteón para recaudar fondos y cooperando
también para la construcción de esta barda perimetral.
Alcanzó a realizar las gestiones, aprovechando
sus contactos políticos, para la electrificación general de Agua de Correa, una
organización local con la finalidad de darle mejor aspecto a la plaza central
de su pueblo tan querido, donde se hacían más atractivas las fiestas patrias,
sugiriendo e induciendo, sutilmente, a las jóvenes, que en ese entonces había
muchas y bonitas con grandes atributos, para que se vistieran con trajes
mexicanos típicos y lucidos, incorporando algunos y divertidos diálogos, a
manera de sketchs.
De forma complementaria, mi papá puso la
primera planta de luz en Agua de Correa, entre sus hermosas calles pedregosas,
fue poniendo postes de luz en las estrechas calles y en los corredores de las
casas más cercanas, ya que había trabajado para una compañía maderera y en casa
sobraba la madera; el servicio eléctrico iniciaba en cuanto empezaba a
oscurecer y hasta las nueve de la noche, en que se daban uno… dos… y tres
avisos, prendiendo y apagando los focos, por lo que todo mundo corría a prender
los candiles de la casa; y así se fue derivando el tiempo, hasta que se
presentó la ocasión y aprovechando que una vez invitaron al gobernador Raúl
Caballero Aburto a las fiestas de La Correa, animado por el gusto que tenía por
una muchacha hermosa de aquí, porque era “ojito alegre”, en una enésima visita
del gobernante aprovecharon para solicitar el servicio eléctrico para toda la
comunidad, a lo que inmediatamente don Raúl Caballero accedió a conceder, y así
llegó la luz, donde cada quien tenía su foquito y pagaban un tanto, pues no
había medidores, pero así fue la instalación eléctrica, gracias a una linda
muchacha, allá por el año de 1959; y con este servicio básico y determinante se
cambiaron las formas de vivir en toda la Costa Grande.
De
manera admirable, mi papá organizó la primera obra de teatro en Zihuatanejo,
que es muy recordada entre los nativos de ese tiempo… también les hacía los
escritos a quienes pedían su ayuda, porque era el que poseía una inolvidable
máquina de escribir y uno de los hombres cultos entre los pobladores costeños,
con la enorme satisfacción de que lo hacía sin retribución alguna; de manera
consecutiva, creó la primera escuela nocturna gratuita para adultos con el fin
de alfabetizarlos, allá por 1952, que más tarde fue reconocido como el primer
proyecto que originó el Instituto Nacional de Educación para los Adultos (INEA),
expediente que desempolvó el Lic. Solana, en 1976…
Y la
historia de mi pueblo tenía que seguir dentro de la alegría y la gratificación,
recordando dulcemente que yo tenía una nana muy linda… que aún vive… Edelmira Juárez; yo andaba nomás
pegada con ella, de allá para acá y de acá para allá. Y a ella la pretendía un
panadero al que le decían “El Toro”, que a mí me hacía unas rosquitas
deliciosas, y mi nana feliz de la vida, pues él pensaba que yo era su hija,
hasta que le aclararon la situación, lo que redobló su felicidad y pretensión,
llenos de amor.
Y ya se
venían las festividades hermosas de nuestra tierra. Todos los bailes se hacían
donde ahora está la plaza, que estaba media pavimentada, puesto que todas las
tardes la muchachada jugaba basquetbol ahí, organizados y enseñados por el
maestro Solón Vargas, hijo de don Gildardo, de su primer matrimonio, que
después se casó con una nativa de La Correa, con Gabrielita Juárez, tía de mi
nana, y que tuvieron varias hijas hermosísimas, todas ellas guapísimas, y entre
ellas una que fue candidata a reina, que también fue mi cuñada, a la que quise
mucho, pues para mí era la más bella… y Nela se casó con Rubén Rodríguez, que
vivía en Barrio Viejo, y que era sobrino de doña Chaya, de los que venían a ver
a las bellezas locales, de lejos.
Y las muchachas y muchachos se venían a los
bailes, no importaba que no se les invitara, ellos llegaban porque era una
costumbre muy hermosa; de Zihuatanejo venían a divertirse una damas muy lindas,
como Aurorita Palacios, Haydee, Alfa Bravo, Caritina Galeana, que era muy
famosa porque era muy alegre y entusiasta. Ya las esperaban otras muchachillas
lindísimas en Agua de Correa, como las Vargas, María, Adela y Carmen Nogueda,
guapísimas las tres, Irma Verboonen, Hilda Sotelo, la “Yeya” Olea, Mariquita Cruz,
Evangelina Roque, Nela, Rosalba, las hermanas Ayvar, la “Chata” e Inés, que
vivían hacia “Los Mangos”, porque Agua de Correa ya tenía sus pequeños barrios
y colonias, también las Reglado, Ofelia Maciel, Alicia, Anita y las Villegas,
hermosísimas todas.
Y ya entraban los músicos con su alegría y
felicidad… en la trompeta Balta Roque, en el contrabajo don Narciso Reglado,
con el violín Modesto Corrales, y aunque cada uno tenía sus propias
actividades, pues se juntaban, practicaban y a animar los bailes de ese tiempo.
Y cuando por ahí llegaba un cancionero de las
sal de uvas “Picot”, nos peleábamos la revista para ponernos a cantar aquellas
canciones ya viejas, y la que cantaba hermoso era Dianita Villegas.
De
forma complementaria y agradecida, fueron llegando los maestros, siendo que el
primer profesor que llegó aquí fue don Darío Galeana, hecho todo un galán, era
un tipazo, empezando con el nombre, un hombre imponente, alto, Capitán de
Puerto, que venía de la Playa La Madera, adonde íbamos a cortar y a comer
guayabas… bueno bueno… y el hermano de mi abuelo, don José Nogueda… y fueron
desfilando en diferentes momentos inolvidables: la Profesora Mateana Orbe, Solón
Vargas, Daniel Sotelo papá de Efraín y Heliodoro Préstegui Rodríguez, entre
otros no menos importantes.
Y aquí
nomás había hasta cuarto grado de primaria, por lo que después los varones se
tenían que ir hasta Zihuatanejo, a la legendaria Escuela Primaria “Vicente
Guerrero”, en bicicleta y en las parrillas, pero se pasaban todo el día, porque
las clases eran de mañana y de tarde, y ahí venían mis hermanos con Juvenal
Olea y Heriberto, ya llevaban bastimento para aguantar el hambre.
También se presentó un profesor llamado
Silvestre Gómez Hernández, que llegó a vivir a la casa, porque no había quien
rentara aquí… entonces, al ver mi papá semejante apuro del maestro dijo:
-¡Bueno, la casa es grande, hacemos unos
cuartitos y que se quede aquí el maestro Silvestre con su esposa!
Y así,
mientras el profesor se iba a la escuela, su esposa Lolita se quedaba en casa,
porque ella también era maestra, pero no tenía plaza. Además, mi padre lo hacía
pensando en el beneficio de su población, pues al tener un maestro más este
suceso venía a beneficiar a los niños de La Correa.
Mientras,
la maestra Lolita me enseñaba algunas canciones y nos asistía al tomarnos las
lecturas y algunos dictados para fomentar la escritura.
Y aquí se quedaron a vivir. Y en una vivencia
grata, al paso de los años, una vez que yo me fui a estudiar al internado de
Chilapa, en una mañana llegó este maestro investido ya como inspector, me vio y
le dijo a la directora:
-¡Cómo
se llama aquella niña?… ¿De dónde es esta muchacha?… ¿Puedo hablar con
ella? … y ahí salí a la plática.
-¿Te acuerdas de mí? – inquiría el maestro
Silvestre.
Y
aunque yo ya no me acordaba, salió el nombre de la maestra Lolita, y ahí si
recordé todas nuestra anécdotas, riéndonos de este tiempo pretérito tan
hermoso.
En estos andares, también recuerdo con agrado
que la primera partera en Agua de Correa fue Bárbara Reglado, tía de don
Narciso, hermana de su papá. También fue partera Amada, esposa de don Darío
Cruz, que a su vez era el primer peluquero de aquí, que se iba a Zihuatanejo a
peluquear también. Se ponía debajo de un amate, por ahí, y tenía mucho trabajo;
en vez de spray tenía una bomba, de esas de fumigar, y le ponía agua revuelta
con glostora para asentar y que se les pegara bien el cabello… mientras yo me
atacaba de la risa, pero era para que les quedara bien, pues.
También
había curanderos y curanderas bien buenos, con remedios efectivos, como cuando
por una picadura de alacrán me atendió la señora Pachita Ambario, me dio atuto
con mangle y zuzuca, más otras cosas, y te cortaban el veneno, porque yo ya
estaba perdida para la vida, puesto que llegué echando espuma por la boca… pero
me volvió a la vida.
De la misma manera, Roberta Rumbo, que era de
Coyuca de Benítez, se casó con Silviano Orbe, nos curaba las paperas con
mentolato, papa y lodo con vinagre, y se aliviaba uno… para la calentura nos
lavaba los pies con coral, paulillo e higuerilla, y curaba otras veinte cosas
más… y luego no había hielo, todo al tiempo, así tomábamos los refrescos
“Jarritos” al tiempo.
De la misma manera, don Efrén Rodríguez era
curandero, preparaba unas jeringotas mata-caballo, y le ponía la mitad de la
inyección a un paciente, la otra mitad a otro, y otro poquito a otro, cuando
eran vitaminas… pero los salvaba. Ponían inyecciones a domicilio, porque así se
usaba… Elisa Maganda aprendió a inyectar empíricamente, hervía la jeringa, la
ponía en la lumbre, te aplicaba alcohol y toda la cosa… la esposa de Ángel
Sotelo inyectaba, porque aquí no había médico… después llegó uno a Zihuatanejo,
en el Centro de Salud que estaba en medio de la Laguna de Las Salinas, con un
zancudero de todos los diablos, pero en una epidemia de paludismo, se fue para
otro lado.
Y como no recordarlo y enternecerse con el
ejemplo de mi padre; permanentemente se preguntaba: ¿Qué vamos a hacer ahora?
Entonces, como iglesia solo había una pequeña
ermita, con un techo de lámina, donde ahora está nuestro templo, cerca del
árbol de “Caña Dulce”, y la que asistía a oficiar algún sacerdote cada domingo.
Y ya mi papá decidió participar y solidarizarse para, junto con otras personas,
organizar bailes y kermeses para recaudar fondos en bien de Agua de Correa; y
así llegaron a tocar en la plaza Los Hermanos Chinos, de Espinalillo, con don
Candelario Ríos por delante, con su “ojo alegre” para ver a las muchachas.
A la vez, “Papá Che”, hermano de mi padre, le
gustaba leer y llegó a ser una persona autodidacta, ponía todo su empeño en
enseñar a leer y a escribir a la chiquillada y a algunas personas adultas que
se acercaban a él, con este propósito.
Y con estos dineros levantaron una pequeña
iglesia local… además alcanzó para construir la barda perimetral del
panteón.
Una vez que mis hermanos empezaron a irse a
estudiar a la ciudad de México, mi papá decidió que yo me fuera al Colegio “Carrillo
Cárdenas”, que es un internado en la ciudad de Chilapa, adonde se concentraban
cientos de estudiantes de todas las regiones de Guerrero y de algunos otros
estados de la República Mexicana, donde
el estudio, la disciplina y los rezos fueron mi vida… ya entonces regresaba a
Agua de Correa solo en vacaciones grandes… ahí estuve internada durante once
años, pero aun así tuve una infancia y una adolescencia muy feliz… y mi papá
que salía de aquí a atender sus negocios, pasaba a Acapulco a cubrir su trabajo,
de pasada me iba a ver a Chilapa, y también se trasladaba a México a ver lo de
sus responsabilidades y a vigilar a mis hermanos más grandes.
Pero miren ustedes, el viaje de la costa hacia
Chilapa y a la ciudad de México era toda una odisea, verán… salíamos en la
camioneta pasajera de Zihuatanejo para Petatlán, y como no había puentes aun,
te bajabas en San Jeronimito, y si el río lo permitía seguíamos rodando en
ella, pero si no, te bajaban, te subías a la panga y del otro lado te esperaba
otra camioneta para llegar a Petatlán. Ahí otra bajada con las mismas
esperanzas y esperas… y este número se repetía en Tecpan, San Jerónimo y
Coyuca, hasta hacer una parada intermedia en Acapulco, que ha sido el puerto
más hermoso del mundo. Ya de ahí tomabas el autobús de la “Flecha Roja” o de la
“Estrella de Oro”, lo que saliera primero, y ora sí, más rápido… hacías parada
en Chilpancingo, y de ahí a Chilapa, entre toda la serranía guerrerense con su
clima frío…
Para esto, el primer puente se hizo en Coyuca,
que para nosotros era lo máximo, y después de 1965 se empezó a construir la
carretera en toda la Costa Grande, que incluían los puentes… todo un avance
urbano y una gran conquista comunitaria, pues las costas de México siempre han
sido las últimas en recibir estos beneficios gubernamentales, pero bueno, ya
estábamos conectados por los transportes.
Ahora,
cuando nos íbamos a México en los autobuses de la época, la “Flecha Roja” o la
“Estrella de Oro”, de Acapulco para allá, pues allá vas, salías a las seis de
la tarde y llegabas a México al mediodía del día siguiente… suben… bajan…
suben… bajan… hacían paradas en todos los pueblos de Guerrero, pues no había
autopista aun, y se tardaban más en Chilpancingo, luego en Iguala, en Taxco,
Cuernavaca, e íbamos comiendo enchiladas, quesadillas, tostadas, tacos de arroz
con huevo, refrescos, aguas… hasta que por fin llegabas a la hermosísima
“Ciudad de los Palacios”… entre las serranías guerrerenses, con sus ríos
caudalosos y esos amaneceres incomparables, en un recuerdo imborrable y
precioso.
Estando en Chilapa nos acostumbraron a una
vida monástica y dedicada a la contemplación y a la devoción, junto con los
valores universales que sembraron en nuestra alma. Teníamos horario para todo,
y los domingos salíamos con algunas familias que fuimos conociendo poco a poco;
a la vez, cuando una mamá de algunas de las compañeras las visitaban, se podía
pedir y autorizar que nosotras también tuviéramos el día de asueto, lo que se
convertía en una gran felicidad y mejor convivencia, pues de esta forma se
detonaban y se fortalecieron grandes amistades y hermandades, que hasta la
fecha conservamos de la manera más hermosa y grata.
Aun
así, cuando se llegaban las vacaciones, generalmente me iba a la ciudad de
México con mis hermanos, y en ocasiones me venía a Agua de Correa, sobre todo a
seguir sus tradiciones.
En las
fiestas navideñas y de año nuevo había bailes, aunque a media noche cada quien
se iba a cenar a su casa, y el que quería, pues, se regresaba al baile. Y mi
padre, por un tiempo muy largo tenía que permanecer en México, por lo cual
cuando llegaba y deseaba visitar a sus parientes en Petatlán, inmediatamente
decía:
-¡Me voy a llevar a mi hija la más bonita!
Lo que
se convertía en mi salvación e inmediatamente me aprestaba a arreglarme, pues
la compañía con mi papá era un tesoro para mí.
Y por el lugar social que tenía mi familia en
el círculo comunitario de Agua de Correa, muchas veces mi mamá manifestaba:
-¡Di mi
palabra para que mis hijas fueran al baile! – decía con emoción.
Pero a mí no me gustaba ir a los bailes,
primero porque era muy chica para ir a bailar, en segundo término porque esta
costumbre popular “chocaba” frontalmente con los valores que me habían
inculcado en Chilapa, que eran muy monásticos, reservados, recatados y
conservadores, lo que provocaba un marasmo en mi forma de ser, y por último,
porque a las damas que no tenían novio las ponían como reses, sentadas en
semicírculo, nomás esperando a ver quién te sacaba a bailar… y tenías que
bailar con el que fuera a sacarte… y eso de que te abrazara cualquiera…
¡Nooo!… me causaba mucha repulsión, pues… y lo peor, cuando iba alguna
persona ya borracho e impertinente, y no querías salir a bailar con él, te
insultaban, te escupían y hubo ocasiones que a las señoritas les aventaban la
cerveza encima, imagínense… entonces en mi interior se manifestaba un rechazo
total, lo que se convertía en un asco y un deseo de irme de inmediato a casa.
Pero lo peor es que quedabas marcada como chocante y te avergonzaban
públicamente… por estos motivos me negaba y prefería no asistir a este tipo de
eventos.
Y cuando sucedía, llegaba mi primo Elio o
Pablo Nogueda, y yo me les echaba encima, esperando bailar y estar con ellos.
Pero mis primos, después de unos momentos me decían:
-¡Ayyy, prima, pues si quiero protegerte, pero
ya llegó mi novia, y pues estar aquí contigo es como comer chilaquiles con
tortilla!…
Y ahí
se acababa el encanto. Y ya era un problema para mí… salías a bailar, y venían
unos hombres de la sierra, y te pisaban con unos huarachotes que traían, que
casi te arrancaban un dedo. Luego te invitaban una cerveza, y ya les decías:
-¡No,
gracias, no tomo! – porque yo detestaba la cerveza… pero ya se hacía un
problema.
Y
cuando aceptabas más de fuerzas que de ganas, pa´cabar, pues eran al tiempo,
porque aquí no había hielo, y así pues no cae bien la cervecita; y te llevaban
a comer enchiladas alrededor del baile, ya se imaginarán… yo le decía a la
patrona:
-¡Las quiero bien doraditas! – en medio de la
fila… se cansaba el galán, ahí nos vemos… se desaparecía.
Luego bailaba con Efraín Sotelo, bien bonito.
Lo malo es de que ahora ya ni me conoce, el otro día me dijeron:
-¡Mira, ahí va Efraín! – ni siquiera me volteó
a ver, ya ni me conoce.
De tal
manera que yo buscaba toda clase de pretextos, y me las tenía que ingeniar para
no ir a los bailes. Me envolvía el pie con trapos viejos, con pedazos de
sábanas viejas, porque no había vendas aun, para simular alguna torcedura o
fingía que tenía ampollado un pie, diciendo que estaba lastimada, para que no
se dijera que era chocante.
En una de esas mandaron de aquí a una muchacha
pudiente hasta México a estudiar, y no la dejaron en Chilapa, como lo hacían
todas las familias con sus niñas y jóvenes, cuyo motivo fue que en el “Carrillo
Cárdenas” habíamos muchas costeñas que al hablar nos comíamos la “s”… y ellos
querían que su hija hablara “correctamente”… pero de Chilapa salíamos hasta
doctoradas y super preparadas.
Y ya se venían las vacaciones, cortas o
largas, o los fines de semana libres, entonces había ofertas de diversión al
por mayor entre todas las amigas. Nos quedábamos en Coyuca de Benítez con las
hermanas Flores Guinto, de las que yo era la más fiestera, dentro del recato y
la discreción de las familias; en San Jerónimo nos enfiestábamos con las Del
Río, muchachas bien simpáticas, en Atoyac con los Gallardo, baile y baile, en
San Luis nos quedábamos en casa de las Serna y Serrano, y ya llegando a
Petatlán, pues había parientes y amigas al por mayor, sobre todo con las
Fernández… todo era fiesta, risas y juventudes inolvidables.
Y así
siguió el tiempo que me correspondía vivir, entre una infancia hermosa e
inolvidable en Agua de Correa, una adolescencia consentida e increíble, entre
rezos, misas, estudios, valores universales y viajes incomparables, y una
entrada a la juventud llena de aventuras, experiencias y alegrías
inimaginables.
Hasta que se me quitó lo mocho… ahora abrácenme
todo lo que quieran
Hasta
que llegó el tiempo de trabajar; me fui a radicar a la ciudad de México, con un
gran personaje destacado en la política, después, al terminar ese sexenio él
mismo me recomendó con el señor Vázquez del Mercado, director del ISSSTE… me
casé con un gran hombre que me llevó a conocer el mundo, y ahora que ya cumplí
con la maternidad me toca jugar con mis nietos hermosos, y he ido a parar y a
conocer las culturas de América, Asia y Europa, cuyas aventuras he contado en
mis libros de novelas y poesías, bajo una gratitud infinita:
-¡Gracias papá, por la vida tan hermosa que
nos consentiste!
-¡Gracias mamá, por tu ejemplo y tu dedicación
para que mis hermanos y yo fuéramos muy felices!
-¡Gracias Dios mío por mi esposo, en especial
por mis hijas y mis nietos, que me convirtieron en el ser humano más feliz de
la tierra!
-¡Gracias a la vida, por hacer de mí la mujer
más privilegiada de este reino terrenal!
Y en el
paraíso terrenal de Zihuatanejo, la tarde cerraba sus colores para dar paso a
la más bella noche, bajo la competencia de la mirada de una mujer bellísima, en
cuerpo y en alma, que ama a esta noble y laboriosa tierra costeña, por los
siglos de los siglos.
CON
CARIÑO PARA ALMA VERBOONEN, FRANCISCO MAGANDA “COY” Y FERNANDO PINEDA