El
vicepresidente Ebrard
Raymundo
Riva Palacio
Durante
largo tiempo en el corto periodo de la administración de Andrés Manuel López
Obrador, Marcelo Ebrard guardó el perfil más bajo posible. “Quiere cuidarse de
intrigas y no quiere exponerse”, admitía uno de sus colaboradores en el
entendido de que aún desde la Secretaría de Relaciones Exteriores, era una de
las figuras presidenciables en el horizonte. Las agresiones del presidente
Donald Trump, orillaron a Ebrard a dar la cara. López Obrador lo mandó a ser la
voz que enfrentara a Trump y, al mismo tiempo, quien evitara entrar en
conflicto con él. En ese momento, no se imaginaban que en vísperas
de iniciar su campaña por la reelección, iba a retomar como tema la migración,
utilizando los aranceles como arma política.
López
Obrador despachó a Ebrard a Washington para evitar la guerra comercial, para lo
cual se comprometió a acuerdos por fuera de su jurisdicción. Los aranceles se
pospusieron, pero quedaron condicionados a que en 45 días, el acuerdo para
reducir el flujo de migrantes centroamericanos que quieren ir a Estados Unidos,
tiene que reducirse de manera “dramática”. ¿Cómo hacer que Ebrard cumpla lo ofrecido
personalmente a Trump? López Obrador lo solucionó el lunes por la mañana: lo
nombraría coordinador de un grupo especial para cumplir con los acuerdos sobre
migración. El presidente comunicó al gabinete por la tarde en Palacio Nacional,
lo que por la mañana había definido con su kitchen cabinet, donde
estaba el canciller, cómo se integraría la coordinación de cinco grupos, y las personas que
serían responsables de cada uno de ellos.
Bajo este
esquema, Ebrard tendrá atribuciones sobre tres secretarías de Estado, además de
la que él encabeza: Seguridad Pública, que aportará dos cabezas de grupo, la de
la Guardia Nacional, y la de la administración federal de cárceles, que
supervisará al Instituto Nacional de Migración; Trabajo y Previsión Social, que
deberá de instrumentar programas de trabajo temporal para los migrantes
centroamericanos que esperen la resolución sobre su petición de asilo en
Estados Unidos en 11 puntos fronterizos mexicanos; y Bienestar Social, que
tendrá que desarrollar un plan para que aquellos que se queden en México,
tengan salud, educación, empleo y vivienda definitiva.
La
alineación de todos esos esfuerzos sería muy difícil de lograr sin una cabeza
que esté por encima coordinándolos. La designación de Ebrard al frente, en el
tema de mayor preocupación para López Obrador por las consecuencias económicas
que significaría un conflicto con Estados Unidos, fue la solución que se
encontró. Su nombramiento responde a la lógica de López Obrador de tomar
decisiones transversales y recargar el trabajo no necesariamente en quien es
responsable de ello, sino en quien le da mejores resultados.
Sin
embargo, en los hechos, las atribuciones que le otorgó lo convierten no sólo en
un supersecretario, por influencia y relevancia, sino con funciones de
vicepresidente que van más allá de las protocolares. López Obrador le dio
mandato sobre el secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, la secretaria
del Trabajo, Luisa María Alcalde, y de la secretaria de Bienestar Social, María
Luisa Albores. El quinto grupo, que trabajará sobre estrategias regionales,
será responsabilidad de Relaciones Exteriores.
Dentro del
plan y el cronograma aprobado por el presidente, Seguridad Pública, Trabajo y
Bienestar Social, son las nuevas secretarías integradas en la estrategia para
enfrentar a Trump y sus amenazas. La secretaría que era responsable de esas
tareas era Gobernación, que quedó excluida del diseño estratégico. La
secretaria Sánchez Cordero quedó una vez marginada. Debió haber sido parte
importante del equipo negociador que fue a Washington, y la dejaron en México.
No hubo ningún funcionario de esa dependencia en el equipo, que estuvo
compuesto únicamente por miembros de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
La
secretaria de Economía, Graciela Márquez, y el secretario de Agricultura,
Víctor Manuel Villalobos, estuvieron en la comitiva pero no en las
negociaciones, porque Ebrard no quiso incorporarlos para que las conversaciones
se centraran en migración, sin contaminarlas con el tema comercial. Es el caso
del subsecretario de Relaciones Exteriores para América del Norte, Jesús Seade,
a quien se excluyó de la mesa de negociaciones porque la percepción de él es
como negociador en jefe del acuerdo comercial. “De haberlo sentado en la mesa,
hubieran incorporado a (Robert) Lighthizer (representante comercial de la Casa
Blanca)”, dijo un funcionario federal. “Se abría abierto la Caja de Pandora”.
La
eliminación de Sánchez Cordero del equipo y su marginación en la estrategia
para los próximos 45 días es debido a la aceptación interna en el gobierno, que
no tiene ni la capacidad ni la fuerza suficiente para cumplir con lo acordado.
El plan que propuso en Miami en marzo, se colapsó. El número de inmigrantes
centroamericanos creció de 100 mil en abril a 144 mil en mayo. La secretaria no
tiene mal ambiente en el entorno del presidente, pero para efectos prácticos,
está ya descontada como funcionaria ineficiente.
Ebrard
asumió funciones de gobernanza y tomó el liderazgo en la formulación de la
estrategia a seguir. López Obrador lo está respaldando y le ha dado toda la
fuerza para que cumpla lo prometido. Es una buena noticia para el
vicepresidente de facto, pero también una mala. Si no funciona su estrategia,
saldrá derrotado y debilitado. El ’24 se alejaría, junto con sus aspiraciones
presidencialistas que quedarían francamente mermadas.
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