Editorial

Una larga batalla entre policías y militares

Hace 20 años, el gobierno de Ernesto Zedillo creó la Policía Federal Preventiva (PFP), un cuerpo formalmente civil pero integrado por efectivos del Ejército y de la Marina.

Su primer comisionado fue un civil: Omar Fayad, ahora gobernador de Hidalgo. Como para entonces la experiencia de Fayad en la materia era solo su paso por la comisión de seguridad en la Cámara de Diputados, no duró más que unos meses ante su falta de mando y ascendencia entre los militares. Lo reemplazó el almirante de Marina, Wilfrido Robledo Madrid.

La actuación más conocida de la PFP fue en febrero del 2000, cuando tomó Ciudad Universitaria para poner fin a diez meses de huelga. Fue una operación planeada por los mandos de la PFP en la Secretaría de Gobernación, que entonces estaba a cargo del tema de seguridad. Vestidos de policías federales, los militares salieron de madrugada del campo militar de San Miguel de los Jagüeyes, en Huehuetoca, Estado de México, para hacerse del control de la UNAM y detener a los líderes huelguistas.

Cuando llegó Vicente Fox a la Presidencia, el mando de la PFP volvió a ser civil: Alejandro Gertz Manero. Además de ser el primer titular de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), el ahora también primer fiscal General de la República asumió directamente el mando policial, después de una intensa confrontación con el almirante Robledo.

La PFP era aún un cuerpo militarizado, con más de cinco mil efectivos. La SSP mantenía sus convenios de préstamo con el Ejército y la Marina. A la salida de Gertz, otro almirante ocupó por unos meses la comandancia de la PFP, José Luis Figueroa.

Después volvió el mando civil. Ardelio Vargas Fosado, quien entonces era jefe de Estado Mayor quedó como comisionado encargado. Fueron los hombres a cargo de quien después sería el director del Instituto Nacional de Migración (INM), los que protagonizaron, en 2006, al final del gobierno de Fox, la represión contra los pobladores de San Miguel Atenco opuestos a la construcción del aeropuerto en Texcoco.

Felipe Calderón inició su gobierno con una PFP militarizada y desprestigiada. En su declaración de “guerra a las drogas”, les quitó a los militares los uniformes de policías civiles y los mandó a la confrontación directa con los narcotraficantes. Tarea a la que se sumaron otros 40 mil soldados y marinos.

El titular de la SSP, Genaro García Luna, rebautizó al cuerpo policial y la dejó solo como Policía Federal (PF). Sacó a los militares para crear un cuerpo civil. En 2009, Calderón volvió a poner de uniforme de policía a militares para la ocupación de las instalaciones de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, en su objetivo de desaparecerla.

Calderón le dio a García Luna cuanto quiso para la PF: dinero, infraestructura, equipo y hombres. De cinco mil pasó a más de 35 mil efectivos al final de su sexenio.

El conflicto entre civiles y militares se mantuvo en medio de acusaciones mutuas de colaboración con la delincuencia organizada. Ambos llevaban parte de razón.

El gobierno de Peña Nieto desapreció la SSP, regresó las funciones de seguridad a la Secretaría de Gobernación e intentó transformar la PF en una Gendarmería Nacional.

La Gendarmería naufragó entre la incapacidad del entonces comisionado de la PF, Manuel Mondragón, y los conflictos entre el Ejército y la Marina con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio -ahora senador- por el control del nuevo cuerpo.

Ni Calderón ni Peña pudieron en 12 años lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador en unos cuantos meses: reformar la Constitución para darles a las Fuerzas Armadas el marco legal de su participación en tareas seguridad pública.

Más aún, les entregó de plano esa función y les creó la Guardia Nacional en la que los militares serán los mandos operativos y tendrán como subordinados a más de 20 mil efectivos civiles de la Policía Federal.

Aunque López Obrador insistió en que la PF no servía, la Guardia Nacional se organizará sobre la base de ésta. Todas sus instalaciones, equipos y activos estarán a disposición de los jefes militares. Por lo menos, hasta el fin de este sexenio, cuando por mandato constitucional se revise si la Guardia Nacional se mantiene con el control y composición militar o soldados y marinos regresan a sus cuarteles.

Entonces, se podría abrir una nueva disputa entre civiles y militares. Dependerá de los resultados que entreguen los mandos castrenses de la Guardia Nacional.

Dos décadas de una batalla burocrática en la que los grandes ganadores han sido la corrupción y la delincuencia organizada, con su gran cauda de violencia.

SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Tras darse a conocer que los estados y municipios que necesiten de la Guardia Nacional tendrán que pagar una parte proporcional de los gastos de operación de los agentes, así como también los municipios, se armó un sainete entre los senadores, sobre todo del PRI, como Manuel Añorve Baños, quien vino a decir a Guerrero que no estaba de acuerdo con eso, y que votarían en contra de la Ley de la Guardia Nacional.

Antes, durante la discusión de la reforma, los miembros de la oposición habían pedido que se especificara que el gobierno federal no tendría atribuciones para revisar a las policías estatales, dejando a los gobernadores prácticamente a sus anchas, pese a que los recursos de seguridad pública que se manejan en estados y municipios son de la Federación, no se trata de recursos propios, sino de participaciones federales.

Ahora que la creación de la Guardia Nacional entró a su fase final en el Senado, Morena empuja las leyes secundarias que deberán discutirse y aprobarse en las próximas semanas, con los cambios que plantearon los mismos senadores en la reforma constitucional.

Pero ahora la sorpresa es la de la movilización de los contingentes de la Guardia Nacional, y la disposición para la que las entidades federativas absorban una parte proporcional del costo. Y eso fue algo que no les gustó a los senadores de la oposición, pues consideran que eso lesiona las finanzas estatales.

De ese tamaño es el compromiso que tienen por la seguridad de sus estados, los flamantes senadores, así como la disposición que tienen para trabajar de manera coordinada con el gobierno federal para abatir los índices de violencia en estados y municipios.

Sus discursillos politiqueros, en los que siempre hablan de unidad, coordinación, trabajo conjunto y esas bellezas con que se adornan, son sólo frases engaña-bobos, porque en la realidad no les gusta para nada eso de compartir, y mucho menos si se trata de una pantalla política, pues quieren para sí mismos los reflectores.

Y es que tal vez pensaron que la Federación se haría cargo de todo, para pacificar las regiones del país actualmente violentadas, y que a los gobernadores, que son los que constitucionalmente los responsables de la vida pública en sus estados, se echarían a la hamaca, viendo como el presidente de la República se desgasta tratando de traer un poco de paz al país.

Afortunadamente, el gobernador Héctor Astudillo Flores dijo ayer que está dispuesto a asumir el costo que le corresponda en el despliegue de la Guardia Nacional.

También dijo el gobernador que no era algo desconocido para él, o alguna sorpresa desagradable, porque en las reuniones que han tenido con el presidente y el secretario de Seguridad Pública. Por lo tanto, si el senador Manuel Añorve quiso venir a congraciarse con Astudillo, resolviéndole el entuerto del dinero, se equivocó. Nada más sano que las entidades y los municipios sean corresponsables de la estrategia de seguridad, ya no como un tema de apoyo al gobierno federal, sino como el cumplimiento de una obligación para brindar seguridad a sus gobernados.

No olvidemos que una de las principales críticas que se ha hecho a los gobiernos estatales es que han dejado pasar el tiempo y nunca prepararon ni capacitaron policías capaces de enfrentar el crimen organizado. En una reunión nacional el ex presidente Felipe Calderón hizo este tipo de reclamos, argumentando que por eso falló su estrategia de seguridad. El senador de Morena, Ricardo Monreal, criticó que distintas autoridades como presidentes municipales e incluso gobernadores, que solicitaban apoyo a través del gobierno federal, de las Fuerzas Armadas, no contribuían con ningún recurso para combatir la criminalidad de su estado.

El gobernador dijo ayer algo importante: que el estado apoya con combustible la actividad de la Policía Federal, y que podrá hacer lo mismo con la Guardia Nacional.

Por fortuna, Astudillo ha demostrado prudencia y decoro en muchos aspectos en donde sus antecesores fallaron. Con razón el presidente de la República lo ve con buenos ojos, porque no tiene que estar batallando con un vivales que lo único que quiere es ahorrarse dinero a costa de la seguridad del pueblo.

Salir de la versión móvil