(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Ayer, el presidente nos sorprendió a todos con la noticia de que Pemex compró la totalidad de las acciones de la una refinería en Houston, Texas, de la cual la paraestatal mexicana ya era socia con la mitad del capital.
Ahora, Pemex es dueño total, al invertir 600 millones de dólares en la adquisición de 50 por ciento de las acciones, con lo cual se prevé que aumentará la capacidad de refinación de gasolinas y diésel, para garantizar el abasto nacional.
Esta transacción, que ni siquiera fue anunciado cando estaba en su fase de negociación, sorprendió a propios y ajenos, sobre todo a la oposición aglutinada en la alianza Sí por México, junto con al sector empresarial, intelectuales de los llamados “orgánicos” y sindicatos charros, cuyos líderes comenzaron a decir que AMLO había comprado chatarra en Estados Unidos.
Sin embargo, otras publicaciones señalan que Deer Park, la refinería que Pemex tenía en sociedad con la petrolera Shell, es una de las 25 más grandes e importantes de los Estados Unidos.
Con esto, México pasa a tener 7 refinerías, sin contar la que se construye en Dos Bocas, en el municipio de Paraíso, Tabasco.
Es precisamente la crisis petrolera la que le ha impedido a México alcanzar un nivel de equilibrio aceptable para comenzar a despegar nuevamente, a lo que algún día fuimos: una economía con crecimiento sostenido y bastante promisoria y atractiva, que a fuerza de políticas herradas pasamos a ser una tierra de horca y cuchillo, muerte, destrucción y alta corrupción.
Como ciudadanos tenemos claro que fue el incremento al precio de las gasolinas y el diésel, en 2017, que todo comenzó a caer. Las empresas micro, pequeñas y medianas, así como los ciudadanos de a pie, simplemente vimos cómo nuestras ganancias mermaron en el engullidero del impuesto sobre productos y servicios que se le agregó a cada litro de gasolina, que al inicio fue de 4 pesos.
Si ya teníamos gasolinas caras, con el famoso “gasolinazo” comenzamos a pagar 17 pesos por litro y actualmente sobrepasa los 20 pesos.
Pero eso no fue lo peor, sino que nuestro abasto de energéticos depende de los Estados Unidos, a los que les compramos gasolinas y diésel, siendo nosotros un país productor de petróleo, y teniendo amplia experiencia en el refinamiento y producción de hidrocarburos.
¿En qué momento dejamos de ser un país productor, para ser un país importador de lo más básico que un país tiene para avanzar?
Dijo ayer el presidente: “En esencia, recibimos seis refinerías en mal estado, las estamos modernizando, se está reiniciando también la coquizadora de Tula para ampliar la capacidad de refinación en esa planta y dos refinerías más: recibimos seis refinerías y vamos a entregar ocho”, presumió el presidente López Obrador.
Este notición nos trae esperanza a los mexicanos, porque mientras México no sea autosuficiente en la producción de gasolinas y diésel, seguiremos con el Jesús en la boca, pues dependeremos de las importaciones, las cuales se pagan a precio dólar. Una devaluación de nuestra moneda frente al dólar, implicaría el acabose para la nación entera, para su planta productiva, comercial y de servicios, y una mayor carga económica para las familias, como la que ya vivimos en 2017, cuando todo absolutamente todo comenzó a aumentar debido a que el costo para el trasiego de mercancías tuvo que elevarse.
¿Por qué llegamos a este punto? Es lo que los expertos llaman “políticas neoliberales”, las cuales consisten en hacer que los gobiernos saquen las manos del juego comercial, y le dejen todo al libre mercado, con lo cual se pierden los equilibrios que debe tener toda economía, y se alimentan los grandes pulpos empresariales, locales y extranjeros, se centraliza el ingreso y se producen millones de pobres, a la vez que se deteriora el medio ambiente y se desplaza a la población por falta de opciones de vida.
Para desmantelar Pemex se decretó bajar la producción de crudo, redujeron la capacidad de refinación de gasolinas y otros productos, vendieron las plantas que abastecen a Pemex de químicos básicos para los procesos de refinación y ahora los tenemos que comprar a precio dólar, y un largo etcétera.
Pocos sabíamos que la gasolina que cargábamos la estábamos importando de Estados Unidos, así como tampoco sabíamos que los penales de alta seguridad eran como hoteles en los que el gobierno paga una renta por cada preso. En ese mismo modelo hay hospitales, que sólo representan un gasto para la nación.
600 millones de dólares implican 12 mil millones de pesos. ¿De dónde salió todo ese dinero en pleno tiempo de pandemia? La respuesta se la dejo de tarea, amable lector.