(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Sigue el PRI. El tricolor desplazó el registro de su candidato hasta el día 10 (estaba previsto para el día 2 de enero), y aunque hay un “pacto de caballeros” entre ellos, se observa el estira y afloja entre Mario Moreno Arcos y Manuel Añorve Baños.
El dilema no es menor, dado que se va a una batalla muy desigual con Morena, cuyo candidato trae el arrastre no sólo del partido lópezobradorista, sino de muchos convencidos de la izquierda que no habían tomado partido hasta ahora.
Basta ver los mítines de Félix Salgado Macedonio para entender que viene otro tsunami para Guerrero, aunque también se observan dos intentonas para torpedearlo, una interna, con Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros; y otra externa, con Luis Walton Aburto.
Claro, los “puros” de Morena (que dicho sea de paso no hay nadie con pedigrí puro morenista), critican que Félix trae un izquierdismo trasnochado de los 90 (¿como AMLO?)
Bueno, no saben lo que dicen. Aluden a la época dorada de la izquierda mexicana, cuando asumirse de izquierda significaba declararse enemigo del régimen vigente y blanco perfecto para la muerte. Claro, morir como tal daba cierto orgullo, pues se pasaba a formar parte de los próceres democráticos de la etapa moderna de México. Y es que las nuevas generaciones ignoran que el despertar de la izquierda en México no es de de 2015 para acá, sino que va muy atrás, incluso a la época en que la izquierda era cosa de unos cuantos locos proscritos por el régimen, que se reunían clandestinamente para tratar de minar el monolito político que habían logrado amacizar el PRI y el PAN, partido este último que nació para cuidar los intereses de la clase empresarial y confesional, contra la hegemonía casi absoluta del tricolor, y que por muchas décadas subsistió pactando y renegando del PRI-Gobierno, hasta que en el decenio de los 90 se estrecharon aún más sus lazos, pactando, concertando la cesión de espacios de poder. Y así nacieron las primeras gubernaturas panistas en Sonora, en Guanajuato, en Jalisco, regalo de Carlos Salinas de Gortari a los panistas, a cambio de contener al naciente PRD.
Aquellos eran tiempos del cardenismo, salido del PRI y que fue abrazado por el movimiento de izquierda, que ya otros muchos habían abonado, entre ellos Heberto Castillo.
Hoy lo son tiempos del lópezobradorismo. Pero éste último movimiento nació del primero, y a su vez dio lugar al Movimiento de Regeneración Nacional al interior del PRD, que en 2014 se convirtió en partido y en 2015 compitió en sus primeras elecciones como prueba para conservar su registro. 3 años después, en 2018, era la primera fuerza política nacional y con su candidato alcanzaba la Presidencia de la República.
Como podemos ver, entonces, la izquierda no es Morena. La izquierda ni siquiera es AMLO. Él es el personaje que más logros ha tenido en esta materia, y el que encarnó los deseos de muchos mexicanos en contra de un régimen asfixiante y cada vez más corrupto y corruptor. Sobre todo, cada vez más sumiso a la clase empresarial de alto rango, de la que prácticamente el gobierno central, así como los gobiernos locales de la República, eran lacayos.
Y bueno, aunque a López Obrador también le hacen fiesta en los pueblos cuando se va de gira -donde le han regalado incluso cremas para sus reumas- hoy molesta el “populismo” felixista. Hoy se quiere un izquierdismo light. Molestan las porras y la banda de chile frito, porque eso significa que el candidato está conectando con el pueblo. Los “puros” morenistas quieren -lamentablemente- un izquierdismo “fifí”, pero eso no es Guerrero.
Ese fue el error, digamos, de Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros, quien gastó 2 años moviéndose en las cúpulas de poder, siempre cerca del gobernador Héctor Astudillo, pero sin aprovechar el gran filón social que tenía en sus manos.
Cuando quiso meterse ahí, ya era demasiado tarde. Simplemente no pudo minar el coto de poder de Félix Sandoval, un coto alimentado durante 30 años, y por donde se paseó nada más y nada menos que con los “machuchones” de la izquierda, incluido a Andrés Manuel López Obrador, hoy presidente de la República.
No es que Amílcar sea un mal candidato. Al contrario, por su pedigrí de ser nieto y bisnieto de luchadores sociales, está obligado a ser el mejor de todos. Su problema fue de percepción política. En aras de ser protagonista de una izquierda “light”, como lo piden sus asesoresy él mismo, una izquierda demasiado lavada, aperfumada, no remontó lo suficiente.