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La historia del doctor Antonio Palós Palma “Dr. Palós” y su famoso Castillo uno de los primeros doctores de Atoyac

Cuauhtémoc Rea

Antonio José Palós Palma fue Mayor médico del Ejército Republicano, egresado de la Universidad de Salamanca, peleó en España contra el golpe de Estado de Francisco Franco, realizó estudios militares en la Unión Soviética, se asiló en México, pasó por Cuba, vivió y ejerció su profesión en Atoyac de Álvarez, Guerrero, colaboró con la guerrilla de Lucio Cabañas y terminó sus días en Venezuela ejercía con determinación su profesión.

A él no tan fácilmente se le moría un paciente de urgencia pues lo estabilizaba y salvaba a los heridos.
El también médico, Salomón García, recolector de historias y del habla guerrerense, recuerda que en cierta ocasión le trajeron a Palós un paciente con un cuchillo clavado en el pecho, cerca del corazón.
El exilado, que guardaba siempre una pistola “para lo que se ofreciera”, en esa ocasión la usó para distraer al moribundo que constantemente se Quejaba.

El herido se desangraba en la cama de tratamiento y ya casi entraba en estado de choque cuando el cirujano, con una mano tomó el cuchillo en posición para extraerlo y con la otra sacó su pistola con el tiro en la recámara.

Sin miramientos amenazó al apuñalado y le dijo – “Ya no te puedo ayudar, creo que te vas a morir –, mientras le apuntaba con el arma de fuego al pecho. Es más –añadió–“te voy a disparar un balazo de una vez para que ya no sufras más…”.

Aterrado con las palabras del galeno, el campesino lesionado se desconcertó y en ese momento el doctor Palma sacó el puñal clavado en la región precordial y paró la hemorragia, hizo desinfección y le salvó la vida.

El galeno era Alto, rubio, rollizo, inteligente, gruñón, malhumorado y gritón, tenía heridas de bala en ambos brazos y en una pierna.

Por su parte Desidor Silva, alias “El Negris”, su ahijado de graduación de la secundaria, colaborador también de la guerrilla de Lucio, recuerda que el médico «le enseñaba orgulloso sus trofeos de guerra, sus medallas obtenidas en el campo de batalla .

“Estaba todo agujereado, como coladera de baño público, pero era un gran tirador Lanzaba al aire las monedas de 50 centavos y les daba en el mero centro, tirando con pistola” Recordó Disidor Silva .

Cuando el 18 de mayo de 1967, la Policía Judicial de Guerrero disolvió a sangre y fuego una manifestación pacífica convocada por Lucio Cabañas en la Plaza Cívica de Atoyac, Palós Palma fue el único médico que acudió a atender a los heridos.

La relación entre el médico republicano y la guerrilla sureña fue muy estrecha porque se relacionó con Lucio Cabañas y Serafín Núñez cuando trabajaban en la Escuela Primaria “Modesto Alarcón” y lo invitaban a dar pláticas de medicina y primeros auxilios a los padres de familia.

Con el paso del tiempo, Palós Palma se convirtió en asesor militar de Lucio, de quién era tío político, pues vivía en unión libre con Paula Cabañas, tía del guerrillero.

Según cuenta Francisco Fierro Loza en Los papeles de la sedición o la verdadera historia político-militar del Partido de los Pobres, Palós Palma donó a la guerrilla de Lucio Cabañas dos pistolas Star, españolas, calibre 22. El doctor y su hijo Antonio curaban a los heridos y enfermos de la guerrilla en una casa de seguridad ubicada dos cuadras al sur del consultorio del médico.

Palós atendió a un herido en Acapulco, producto de la acción en la que la guerrilla ajustició a José Becerra Luna, el responsable de la masacre del 18 de marzo.

La colaboración de Palós con las luchas de liberación nacional en América Latina tenía una larga historia tras de sí.

Amigo del general Alberto Bayo, el instructor militar del Movimiento 26 de julio, fue invitado por este a La Habana, al triunfo de la Revolución Cubana y allí conoció a Ernesto Che Guevara, quien le obsequió y dedicó lo que sería uno de sus más preciados tesoros: un ejemplar de La guerra de guerrillas.
Palós Palma llegó a Atoyac en la década de los 60 del siglo pasado con dos hijos.

Cobraba poco por sus consultas médicas y los pagos que recibían eran simbólicos.

En su tiempo libre y como Jovi Pintaba al óleo y temple Quijotes y caballos, así como personas de Atoyac y escuchaba en un viejo tocadiscos acetatos con la música de Joan Manuel Serrat.

Vivía en una casa a la que le decían «el castillo», Era una vivienda de tres niveles, construida a mano por él y su esposa, sin varillas, apilando los tabiques de filo y el cemento parecía que se lo echaron en bolitas y con la mano.

El famoso castillo de tres niveles se encontraba en calle Aquiles Serdán, centro, hoy centro de análisis clínicos, casi trás ex Cine Galápagos, en 1994 fue usada como casa de la Cultura.

Uno de los grandes dolores en su vida le llegó con la muerte accidental de su hijo.

Ya que Palós Palma había dejado mal acomodada su pistola y el muchacho la encontró y se puso a jugar con ella; el arma se le disparó en la cabeza.

Él quiso reanimarlo, realizó las maniobras rápidas de resucitación, lloró y gritó: ¿por qué si yo he salvado a mucha gente, ahora no puedo salvar a mi hijo? El cadáver de la criatura siguió inerte.

Embalsamó el cuerpecito del niño y lo conservó en su casa por un tiempo, No se celebraron las exequias tradicionales.

La pareja cargó casi sola con la pena cuando la guerrilla comenzó a operar, Palós le mandaba a Lucio recomendaciones de cómo afrontar y eludir el movimiento de tropas federales.

Ya en plena guerra sucia, le informó a los familiares de Rosendo Radilla que su pariente se encontraba recluido en la Campo Militar Número 1, en la ciudad de México.

La información provenía de una carta que Bertoldo Cabañas –quién se encontraba detenido en ese campo– le envió a su esposa, en la que hacía un recuento de las personas presas en ese centron y ante el hostigamiento militar, el doctor Palós Palma huyó de Atoyac en 1974.

Lo acusaban de andar curando a Lucio durante 15 días seguidos en el segundo piso de su casa.
Un día partió rumbo a Acapulco a atender un paciente, dejando atrás todas sus pertenencias.
Según cuenta Felipe Fierro Santiago, en el libro “El último disparo”, antes de irse fue al rancho Los Coyotes, a despedirse de don Benjamín Luna, con quien tenía una gran amistad.

Su hijo Antonio cuenta que «tomó un puño de tierra y dijo que se lo llevaba como recuerdo de Atoyac».

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