Los desgastes del presidente
Raymundo Riva Palacio
Renunciar al cargo de secretario de Estado como sacrificio por
haber incurrido en un acto de influyentismo, no es algo normal. No quiere decir
que el abuso del poder deba ser tolerado en cualquier grado, sino por lo
inédito de la radical consecuencia de su acto vis-a-vis los precedentes que
establece. Que no se entienda mal. Si Josefa González Blanco Ortiz Mena, en un
acto de contrición presentó su renuncia al ser descubierta y el presidente
Andrés Manuel López Obrador la aceptó, ¿cuál es el siguiente paso? Si el
presidente Andrés Manuel López Obrador, que realiza todos sus viajes aéreos en
líneas comerciales, se retrasa y el avión lo espera, ¿también renunciará?
La respuesta política a esta proposición es que López Obrador
preferirá perder el vuelo que retrasarlo. Pero, la línea aérea, ¿lo dejará en
tierra? De sí, las líneas aéreas están incurriendo en una ilegalidad al
permitir que se siente en la fila de salida de emergencia, que por su edad, se
le debería de impedir. Las empresas tienen problemas logísticos con la decisión
del presidente, que regularmente reciben la petición de hacerle espacio a él y
a su equipo de seguridad, con poco tiempo de aviso, por lo que si el avión va
lleno, algunos pasajeros resultan perjudicados. ¿Eso no es abuso de poder?
Cierto, no es lo mismo el presidente que una secretaria, pero ¿no en el fondo
es lo mismo? Si se llega a dar una situación similar, pensar que el presidente
renunciaría es una tontería, pero las críticas y demandas de sus adversarios y
malquerientes caerían sobre él.
Este es el caso hipotético que plantea la renuncia de González
Blanco Ortiz Mena a la Secretaría del Medio Ambiente. El castigo, si el
presidente lo considerara así, podría haber sido su destitución sin detallar
esa razón, que habría sido implícita, pero no habría puesto una trampa en la
que puede caer el presidente en el futuro. La ex secretaria, desde un principio
cuestionada por los ambientalistas, llevaba semanas frustrada por la
indiferencia a su trabajo por parte de López Obrador, y el nulo respaldo
presupuestal. La renuncia estaba en su cabeza, como también su cese estaba en
la cabeza del presidente, quien ha estado revisando ajustesen su gabinete. Su
salida, como la de varios miembros del equipo de gobierno, era un asunto de
tiempo, ante lo que se prevé como el primer gran cambio de gabinete, a escasos
seis meses de haber iniciado la administración.
Un reacomodo de esa naturaleza junto con renuncias no
programadas, como Germán Martínez en el IMSS, parecería que el gobierno está
haciendo agua, lo que no sería una interpretación adecuada. La comparación
mecánica con anteriores gobiernos no se aplica porque la velocidad e intensidad
con la que inició López Obrador no tiene precedente, como tampoco la forma
híper personalizada del ejercicio del poder que obliga a su gabinete a trabajar
a marchas forzadas, muchas veces improvisando y otras más ajustando su
funcionamiento y acciones, o ahogándose presupuestalmente para poder dotar de
recursos a los programas prioritarios del presidente, que son lo único que
importa, con la única excepción de mantener los fundamentos macroeconómicos y
fortalecer a Pemex para que no bajen su calificación de deuda. Esto lleva a un
desgaste importante, que se está notando.
La primera encuesta semestral de aprobación presidencial, acaba
de ser difundida por De las Heras Demotecnia, que realizó una encuesta
telefónica a mil personas, en donde López Obrador tiene 70% de aprobación entre
los mexicanos. Aunque es un porcentaje más que robusto, perdió 10 puntos
porcentuales en tres meses, donde tenía 80% de aprobación. La desaprobación
subió en el mismo periodo de 14% a 21%. El desgaste de López Obrador, sin bien
importante, tampoco es insólito. De acuerdo con los expertos en opinión
pública, las mediciones de acuerdo y desacuerdo de los presidentes mexicanos
empiezan a mostrar una caída en la primavera, que es cuando se agota la
expectativa del cambio que se da al iniciar una nueva administración. Los
números de López Obrador, como dato adicional, son similares a los que tuvo
Vicente Fox en el mismo periodo.
Los datos de De las Heras Demotecnia muestran también que el
ejercicio de propaganda diaria que realiza López Obrador todas las mañanas
desde Palacio Nacional le ha permitido seguir manteniendo muy altas las
expectativas, pese al desgaste sufrido, y su voz ha sido tan fuerte que opaca
los datos duros y las estadísticas. Por ejemplo, el 61% respondió que la
seguridad pública está mejor que hace un año (lo que es falso). El 66% dice que
la economía se encuentra mejor que como estaba en el primer semestre de 2018,
aunque todos los indicadores indican lo contrario.
En capítulos específicos, el 47% dice que ha mejorado el empleo,
y sólo 26% dice que ha empeorado, pese a que las tasas de desocupación
reportadas por el INEGI registran un incremento. El 56% considera que ha
mejorado el combate a la corrupción, aunque hasta este momento no hay
resultados concretos en esa materia ni se han iniciado procesos en contra de
funcionarios de anteriores gobiernos. Para el 47% la educación ha mejorado,
aunque no hay bases para analizar si ha mejorado o empeorado, y el 64%
considera que la libertad de expresión ha mejorado, que es un punto donde hay
un creciente consenso interno e internacional de que es todo lo contrario.
La propaganda, a decir de los resultados de esta encuesta, le ha
funcionado perfectamente. Pero no bastará. Para que siga siendo eficiente,
tiene que dar resultados. Esa primera prueba se está acercando.
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