Joel Solís Vargas
Entre periodistas, y en menor medida entre políticos, es famosa la anécdota de aquel flamante presidente municipal que mandó a uno de sus colaboradores de absoluta confianza a investigar la corrupción en su gobierno. Pronto la pesquisa confirmó que, en efecto, varios funcionarios estaban robando las arcas públicas.
—¿Hay pruebas? —preguntó ansioso el alcalde.
—Son rateros, no tontos —contestó el investigador. Porque el caso es que los corruptos no dejaban huellas de sus raterías.
Así es la vida real. No por nada alguien inventó el refrán “piensa mal y acertarás”.
En teoría, el periodista no debería publicar nada que no hubiera sido comprobado y contrastado. Pero eso no debería impedirle buscar el significado de los actos y sucesos que sí están a la vista.
El resultado no sería precisamente informativo, pero para eso los medios de comunicación profesionales emplean para las opiniones tipografía distinta de la que usan para la información, de manera que sea imposible que su público no note la diferencia.
Todo sea por exhibir a la luz pública todo aquello que deba ser expuesto a la vista pública, que es la misión del periodismo, aunque haya personas o poderes que no lo quieran así.
Este es un artículo basado en lecturas entre líneas. Porque en periodismo, como en la vida, hay que leer entre líneas para no acabar como un tonto.
El pacto
Conforme ha avanzado el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha crecido en círculos intelectuales la certeza de que entre él y el expresidente Enrique Peña Nieto hay una especie de pacto, que consiste en que el entonces mandatario no haría nada para impedir que el actual cumpliera el sueño de su vida de ser el jefe del Estado mexicano, a cambio de que éste no lo persiguiera ni lo criticara, todo cuanto fuera posible.
Han transcurrido cinco años y cinco meses desde que López Obrador se sentó por primera vez en la silla presidencial, y desde entonces muchos indicios de un pacto de tal naturaleza han salido a la luz.
Algunos comentaristas fijan la fecha de tal pacto en el momento en que Peña Nieto se dio cuenta de que López Obrador arrasaría en la elección del 2018, es decir unos tres meses antes de la jornada electoral.
Luego, Peña Nieto entendió cómo quería López Obrador que se portaran los expresidentes: que se fueran lejos, lo más lejos posible; que guardaran silencio (lo cual incluye no aparecer en redes sociales, ni en medios de comunicación); que no trabajaran en ninguna empresa, y que no respingaran si el Presidente llegaba a mencionarlos, para bien o, sobre todo, para mal.
En sus mañaneras, el presidente López Obrador ha sido claro en mandar estos mensajes sobre cómo quería que fueran los expresidentes durante su mandato. Ha condenado siempre los activismos tuiteros de Calderón y Fox para opinar sobre política, ha denunciado los supuestos enjuagues bajo la mesa que buscaba hacer Salinas y ha descalificado que Zedillo trabajara en consejos de administración de empresas privadas.
Así que Peña Nieto no hizo nada de eso. No habló, ni se metió en política, ni buscó incidir en temas nacionales, ni se consiguió ningún empleo. El libro Confesiones desde el exilio, del periodista Mario Maldonado, en el cual Peña Nieto “rompe el silencio”, es una ratificación de todo esto, pues no hace una sola crítica a la administración de López Obrador, y sí en cambio se muestra como un expresidente que no se mete en política, que está solo y que se la pasa jugando golf entre España y República Dominicana.
El contraste es especialmente notable con los mandatarios más odiados por López Obrador: Felipe Calderón y Vicente Fox, cuya participación político-electoral está a la vista de todos, y que han tomado con orgullo la bandera de ser adversarios, enemigos frontales, del actual gobierno, a costa de incesante persecución.
Así que, a diferencia de otros expresidentes, Peña Nieto decidió cumplir al pie de la letra los deseos del mandatario. A cambio, el Presidente lo dejó en paz, desactivó en persona cualquier expediente o iniciativa que surgiera contra él y en las mañaneras casi no se mete con él. El buen observador ve que, en su narrativa de culpar a gobiernos pasados de los males actuales, López Obrador siempre se salta el sexenio de Peña Nieto y concentra sus ataques en Calderón, Fox, Salinas de Gortari y hasta Zedillo.
De hecho, cuando Pablo Gómez, el histórico referente de la izquierda mexicana que resultó ser un tonto muy útil, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera desde un año antes, presentó en la mañanera del jueves 7 de julio del 2022 los resultados de una exhaustiva investigación sobre el expresidente, y describió en 40 minutos un complejo esquema de empresas familiares de Peña Nieto que le permitieron enriquecerse con decenas de millones de pesos, López Obrador sentenció que no hay nada contra él y no se le acusa de nada.
Así, en un tris, quedó aniquilada la investigación y ridiculizado el tonto útil jefe de la UIF. Pero también quedó a la vista el pacto con Peña Nieto, ese que el expresidente negó en su entrevista con Mario Maldonado, pero que existe a pesar de eso.
Si usted lo duda, examine las siguientes expresiones:
Peña (en entrevista con Mario Maldonado): “Cuando el presidente gana con el 53 por ciento evidencia que gana por la mayoría del electorado. Ya pasó a la historia que el presidente eligiera a su sucesor”.
López (en la mañanera): “Como le agradecí a él que, a diferencia de Fox y de Calderón, no se metiera abiertamente para influir la elección en contra mía”.
Otra opinión
Era el 2005. Un señor no muy conocido entonces, de nombre Enrique Peña Nieto, movía sus fichas para quedarse con la candidatura del PRI para gobernar el Estado de México.
En el PAN y en el PRD algunos sectores se inclinaban por promover la formación de un frente entre ambos partidos para frenar al hijo predilecto de Atlacomulco, porque ya preveían que la gubernatura sería el trampolín que utilizaría para brincar a la Presidencia de la República.
Pero López Obrador —que se había convertido en “líder moral” del sol azteca— atajó cualquier intento en ese sentido: “¡Con la derecha, ni a la esquina!”.
¿Quién en el PRD no recuerda esa reprimenda? De alguna manera se había ganado la simpatía de miles de perredistas, y eso le daba fuerza para doblegar a la dirigencia formal del sol azteca.
Y por eso se dio el lujo de imponer a una perfecta desconocida como candidata del PRD a la gubernatura del Estado de México para hacer frente a la arrolladora aplanadora del PRI. Siempre que he recordado este pasaje de la historia reciente he preguntado a mis interlocutores si recuerdan quién fue esa candidata que, con la bandera del PRD, le hizo frente a Peña Nieto en esa ocasión, y nadie, nadie, la ha recordado. Así de desconocida era.
Y siempre me ha dado la impresión de que López Obrador la impuso precisamente a ella a sabiendas de que Peña Nieto le pasaría por encima como un tren, lo cual pondría al mexiquense en la ruta hacia la Presidencia,
Y siempre me he preguntado si no ya entonces Peña Nieto y López Obrador tenían un pacto no escrito y no verbalizado, gestado en el inmenso odio que el hoy presidente sentía por Vicente Fox, quien personificaba a la derecha, por su intento de desafuero.
López Obrador ya había dejado ver fisuras muy preocupantes en su “honestidad valiente” como jefe de Gobierno del Distrito Federal: su secretario de Finanzas, Gustavo Ponce Meléndez, había sido videograbado en un casino de Las Vegas apostando dinero de los contribuyentes; Carlos Imaz Gispert, entonces esposo de Claudia Sheinbaum y jefe delegacional en Tlalpan, también fue videograbado cuando recibía fajos de billetes del empresario Carlos Ahumada, según él, para las brigadas cazamapaches de su partido. Poco antes, el entonces coordinador de la bancada perredista en la Asamblea Legislativa del DF, René Bejarano, también fue exhibido en un video cuando se embolsaba fajos de billetes, incluidas las ligas, que le entregaba el mismo empresario argentino.
Todos militaban en el PRD, pero en todos los casos, exhibidos uno tras otro en el 2004, López Obrador dijo que no sabía nada de esas actividades de su colaborador y de sus correligionarios. Bien, si no sabía, malo; si sabía, peor. No hay punto medio.
Un buen observador diría que esas actividades parecían destinadas a reunir fondos para que el líder pudiera vivir los siguientes años en campaña permanente en busca de la Presidencia.
Y el año siguiente le opuso a Peña Nieto una candidata a modo, fácil de derrotar. ¿Qué puede leerse entre líneas en esta serie de sucesos?
Ahora López Obrador ha llegado al extremo de llamar “patriota” a Peña Nieto en sus mañaneras.
A López Obrador le quedan cuatro meses y medio en el cargo. Queda ver si en su calidad de expresidente se comportará como él pidió que se comportaran los otros. No lo veo trabajando para ganarse la vida —nunca lo ha hecho y ahora lo necesita menos que nunca—. Pero si gana Xóchitl Gálvez, ¿se quedaría callado y viviendo en paz en su rancho? Si gana Claudia Sheinbaum, ¿no se meterá en las decisiones de gobierno, ni operará desde las sombras?
Eso podrá saberse en breve, pero, quién sabe, quizá para verlo habrá que seguir leyendo entre líneas.