Editorial

El “memo” de AMLO 

Hasta para un espacio dedicado al análisis de la realidad judicial en torno a la garantía de los derechos humanos, existen sucesos que irrumpen de tal manera que no parece aconsejable que pasen desapercibidos, menos si incendian los cimientos del orden constitucional. La instrucción presidencial de dejar sin efectos las medidas derivadas de la aplicación de la reforma educativa, a pesar de que puedan desatenderse obligaciones constitucionales o legales, es uno de aquéllos.

La gran mayoría de los comentarios que he conocido en torno al tema se enfocan más en el problema que en el contexto jurídico que lo hace posible. Asumir que el Presidente de la República carece de un equipo que lo asesore en cuestiones constitucionales y legales, sería arriesgado. Quizá sea verdad que no escuche consejos, pero también cabe la posibilidad de que una acción como ésta sea el resultado de un estudio fríamente calculado de nuestro sistema de justicia vigente.

El hecho de que el titular del Ejecutivo federal invite a denunciar en tribunales su memorándum no me parece una ocurrencia, sino el resultado de una decisión que confía en que los precedentes judiciales le favorecen –aparte de lo que en clave política le pueda significar–. Así que tratando de simplificar este asunto, más que preguntarme si un acontecimiento como éste subvierte el “Estado de Derecho”, prefiero enfocarme en pensar si contamos con el derecho y la vía para defenderlo.

Primero, debo señalar que de los cauces constitucionales con los que contamos, casi todos se han diseñado de modo que las personas comunes carezcamos de legitimación para accionarlos, para iniciarlos. Contra el memorándum no procede la acción de inconstitucionalidad porque no se trata de una ley, así que a la oposición que lo dispute le queda presentar una controversia constitucional, lo cual se antoja complicado porque no controla el Congreso, y al no hacerlo, no hay manera para pretender que se declare inválido ese memo, con efectos generales.

Entonces nos queda el amparo, ese medio que tendría que ser sencillo y accesible para todo mundo y que, siendo el recurso judicial por excelencia para la defensa de nuestros derechos humanos, debería permitirnos cuestionar todos los actos de autoridad, todos, sin excepciones. El problema es que los precedentes judiciales no están de nuestro lado, e intuyo que el Presidente lo sabe. No solo lo sabe, sino que además sabe que un abrupto cambio de criterio también favorece su agenda.

Si algún juzgado de amparo nos sorprende estos días con la noticia de la admisión de una demanda de amparo y luego con el dictado de una orden de suspensión, sería sencillo “politizar” sus determinaciones. Si los juzgados, los tribunales o la Suprema Corte alteran de un día para otro sus precedentes gracias a una nueva reflexión, al gobierno le abren la puerta para denunciar el sesgo político de sus fallos. Como ese escenario es todavía peor que el actual, el cambio de criterio no debe ser aislado e inconsistente, sino operar en todos los casos y no solo en éste.

Pues bien, cuando menos dos obstáculos deben superarse para hacer justiciable el memo: que pueda calificarse como una comunicación interna entre instancias de gobierno que no afecta a persona alguna en concreto –por lo cual se tendría que esperar hasta que las dependencias a las que se dirige, hagan u omitan algo que sí ocasione perjuicios jurídicos a alguien en específico–; y que las personas únicamente contemos con un interés simple para cuestionarlo, pero no jurídico ni legítimo, pues aunque en juego se encuentre el Estado de Derecho, la triste realidad judicial es que no podemos defenderlo en abstracto, sin una afectación diferenciada del resto de la población –salvo el camino abierto para las personas jurídicas que pueden combatir lo que afecte su objeto social, como de hecho ocurrió en torno al tema de la educación con el juicio de Aprender Primero, A. C.–.

En este escenario se presenta una gran oportunidad para avanzar al juicio de amparo como medio de garantía de nuestros derechos: el Poder Judicial federal debe a partir de hoy admitir toda demanda que busque defender los derechos e intereses comunes. Si lo hace, muchas cosas podrían transformarse para mejorar.

Editorial

Una larga batalla entre policías y militares

Hace 20 años, el gobierno de Ernesto Zedillo creó la Policía Federal Preventiva (PFP), un cuerpo formalmente civil pero integrado por efectivos del Ejército y de la Marina.

Su primer comisionado fue un civil: Omar Fayad, ahora gobernador de Hidalgo. Como para entonces la experiencia de Fayad en la materia era solo su paso por la comisión de seguridad en la Cámara de Diputados, no duró más que unos meses ante su falta de mando y ascendencia entre los militares. Lo reemplazó el almirante de Marina, Wilfrido Robledo Madrid.

La actuación más conocida de la PFP fue en febrero del 2000, cuando tomó Ciudad Universitaria para poner fin a diez meses de huelga. Fue una operación planeada por los mandos de la PFP en la Secretaría de Gobernación, que entonces estaba a cargo del tema de seguridad. Vestidos de policías federales, los militares salieron de madrugada del campo militar de San Miguel de los Jagüeyes, en Huehuetoca, Estado de México, para hacerse del control de la UNAM y detener a los líderes huelguistas.

Cuando llegó Vicente Fox a la Presidencia, el mando de la PFP volvió a ser civil: Alejandro Gertz Manero. Además de ser el primer titular de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), el ahora también primer fiscal General de la República asumió directamente el mando policial, después de una intensa confrontación con el almirante Robledo.

La PFP era aún un cuerpo militarizado, con más de cinco mil efectivos. La SSP mantenía sus convenios de préstamo con el Ejército y la Marina. A la salida de Gertz, otro almirante ocupó por unos meses la comandancia de la PFP, José Luis Figueroa.

Después volvió el mando civil. Ardelio Vargas Fosado, quien entonces era jefe de Estado Mayor quedó como comisionado encargado. Fueron los hombres a cargo de quien después sería el director del Instituto Nacional de Migración (INM), los que protagonizaron, en 2006, al final del gobierno de Fox, la represión contra los pobladores de San Miguel Atenco opuestos a la construcción del aeropuerto en Texcoco.

Felipe Calderón inició su gobierno con una PFP militarizada y desprestigiada. En su declaración de “guerra a las drogas”, les quitó a los militares los uniformes de policías civiles y los mandó a la confrontación directa con los narcotraficantes. Tarea a la que se sumaron otros 40 mil soldados y marinos.

El titular de la SSP, Genaro García Luna, rebautizó al cuerpo policial y la dejó solo como Policía Federal (PF). Sacó a los militares para crear un cuerpo civil. En 2009, Calderón volvió a poner de uniforme de policía a militares para la ocupación de las instalaciones de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, en su objetivo de desaparecerla.

Calderón le dio a García Luna cuanto quiso para la PF: dinero, infraestructura, equipo y hombres. De cinco mil pasó a más de 35 mil efectivos al final de su sexenio.

El conflicto entre civiles y militares se mantuvo en medio de acusaciones mutuas de colaboración con la delincuencia organizada. Ambos llevaban parte de razón.

El gobierno de Peña Nieto desapreció la SSP, regresó las funciones de seguridad a la Secretaría de Gobernación e intentó transformar la PF en una Gendarmería Nacional.

La Gendarmería naufragó entre la incapacidad del entonces comisionado de la PF, Manuel Mondragón, y los conflictos entre el Ejército y la Marina con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio -ahora senador- por el control del nuevo cuerpo.

Ni Calderón ni Peña pudieron en 12 años lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador en unos cuantos meses: reformar la Constitución para darles a las Fuerzas Armadas el marco legal de su participación en tareas seguridad pública.

Más aún, les entregó de plano esa función y les creó la Guardia Nacional en la que los militares serán los mandos operativos y tendrán como subordinados a más de 20 mil efectivos civiles de la Policía Federal.

Aunque López Obrador insistió en que la PF no servía, la Guardia Nacional se organizará sobre la base de ésta. Todas sus instalaciones, equipos y activos estarán a disposición de los jefes militares. Por lo menos, hasta el fin de este sexenio, cuando por mandato constitucional se revise si la Guardia Nacional se mantiene con el control y composición militar o soldados y marinos regresan a sus cuarteles.

Entonces, se podría abrir una nueva disputa entre civiles y militares. Dependerá de los resultados que entreguen los mandos castrenses de la Guardia Nacional.

Dos décadas de una batalla burocrática en la que los grandes ganadores han sido la corrupción y la delincuencia organizada, con su gran cauda de violencia.

Editorial

Atrapados entre dos fronteras

Los últimos días han sido de extrema complejidad para las relaciones exteriores de México. Las presiones contradictorias ejercidas desde la frontera norte y la frontrea sur colocan al gobierno de López Obrador en una situación complicada. Atrapado entre dos fronteras contrastantes, en las que se juegan intereses imposibles de conciliar, el momento que se vive obliga al gobierno a tomar conciencia del margen tan estrecho de maniobra que se tiene cuando circunstancias internas en nuestros países vecinos ameritan tomar decisiones que, muy probablemente, serán erráticas y poco dignas, a más de dejar abierta una situación de alto riesgo en la frontera sur. 

El ultimátum que presenta Trump en relación con la contención de los migrantes centroamericanos que atraviesan el territorio mexicano para llegar a los Estados Unidos tiene sus raíces en la campaña electoral para el 2020 que ya se ha iniciado. Parte de dicha campaña es el empeño de Trump en consolidar el apoyo de las bases que le dieron el triunfo en 2016. A ellas va dirigida la insistencia en la construcción del muro que los separe de México y las alertas sobre une emergencia nacional imaginaria que, según él, provoca la llegada de cientos de miles de refugiados centroamericanos al territorio de su país. 

Las armas para presionar a México a fin de contener a los centroamericanos, o recibirlos cuando se les niega asilo, son muchas. Pueden ser cerrar la frontera, detener la ratificación del T-MEC o, por qué no, denunciar el TLCAN. Tales amenazas producen, con razón, enorme inquietud en México. Es evidente que su efecto sobre la economía puede ser devastador.  No se necesita el cierre total de la frontera; la demora para cruzar la aduana en Ciudad Juárez-El Paso produce ya pérdidas de millones de pesos. 

El reto para el gobierno de López Obrador es grande; las posibilidades de enfrentarlo, limitadas. Nueve meses después de su elección, AMLO sigue en campaña. Al preguntar a los asistentes a un mitin que respondan a mano alzada si debe tener una política prudente ante las provocaciones de Trump, recibe apoyo y genera simpatías. Pero con ello no avanza un ápice en la construcción de una política que, por una parte, debe mantener buenas relaciones con quien puede ahogar a la economía mexicana y, por la otra, impedir que la frontera sur se convierta en zona de hostilidad y enfrentamientos. 

Para lograr lo anterior se requiere de una gran habilidad diplomática, de un equipo profesional conocedor de las situaciones prevalecientes tanto en Estados Unidos como en Centroamérica; asimismo con experiencia en el diseño de estrategias para manejar situaciones de crisis y alcanzar objetivos de largo plazo. Ese equipo no existe. Los instrumentos para conducir la política exterior no están afinados; por el contrario, desentonan y hacen evidente que no hay quién lleve la batuta. Podrían contribuir a una estrategia de política exterior las opiniones de “expertos y think tanks” que, por lo visto, AMLO tiene en muy baja estima. 

Editorial

El desvanecimiento de la OEA

Los momentos más importantes de la historia de la Organización de Estados Americanos han estado vinculados a las órdenes impartidas por el gobierno de Estados Unidos. Se recordará, entre otros muchos, la expulsión de Cuba (“incompatibilidad de regímenes sociales”) y la ocupación militar para derrocar al gobierno constitucionalista de la República Dominicana.

La OEA es ya una organización en la que están en la mesa gobiernos y una asamblea de diputados. Dentro de poco, de seguro podrán ingresar con derechos plenos partidos políticos si acaso eso sirve para llevar a cabo planes intervencionistas.

Hay un tal Almagro, quien opera como Secretario General de la OEA, que se ha dedicado a combatir todo aquello que odia Donald Trump en el continente. Entre los dos están logrando lo que no se pudo antes: llevar a la OEA a su completo desvanecimiento.

Una organización de tan pobre perfil que llega a los extremos de promover golpes de Estado, ya se ubica un peldaño más abajo que cuando admitía los mismos con simpatía. Pero al designar por sí y ante sí al representante de un Estado soberano, como recurso político golpista, conduce las relaciones internacionales hemisféricas al extremo del colapso. En realidad, esa resolución carece por completo de efectos reales, como se dijo luego de la votación.

La OEA no ha sido un foro privilegiado de sus países miembros, pues casi todos ellos han creado instancias regionales para impulsar relaciones políticas y económicas de mucho mayor calado que el viejo “ministerio yanqui de colonias”, como algunas veces le llamaba Fidel Castro.

El arribo de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos no fue lo que más aumentó la presión sobre la OEA. El mayor problema ha sido el conjunto de derrotas de las izquierdas en varios países. La llegada de gobiernos francamente derechistas en Argentina, Chile, Brasil, Perú y Ecuador ha llevado a la OEA a ser algo parecido a lo que era en los sesentas y setentas del siglo pasado.

México ha tenido históricamente una distancia de la OEA. Casi todos sus gobiernos fueron fríos en tanto que, por nacimiento y desempeño, esa organización estaba más cerca de la doctrina Monroe que de unas relaciones hemisféricas en pie de igualdad. El Estado mexicano nunca necesitó a la OEA, por lo cual fue uno de los más alejados de la misma.

El embajador mexicano ante ese organismo, Jorge Lemónaco, ha dicho que la afiliación de la Asamblea Nacional de Venezuela a la OEA es una victoria pírrica de algunos, es decir, que le ha costado demasiado a sus patrocinadores, para empezar, el más completo ridículo.

Nicolás Maduro quizá podrá caer, pero es más difícil que Juan Guaidó, el designado por Trump, llegue a ser realmente presidente. La crisis venezolana no es un fenómeno que afecte al hemisferio y mucho menos a las relaciones internacionales del mundo, como pretenden 50 gobiernos que quieren decidir la coyuntura en el país de Bolívar. Sin embargo, se encuentra sorprendentemente en la lista de conflictos mundiales.

En Europa occidental y central pocos han resistido los requerimientos de la Casa Blanca, pero acá, en América Latina, al menos existen todavía gobiernos con dignidad para negarse a intervenir en asuntos internos de otras naciones. México es uno de ellos.

Mientras, la OEA se ha desvanecido. Enhorabuena.

Editorial

Mala calidad del aire

El Día Mundial de la Salud (7 de marzo) se fue dejándonos una reflexión sobre un tema realmente grave que hasta ahora no ha sido atendido por nuestras autoridades: en México más del 92 por ciento de la población respira aire contaminado.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado que actualmente la mala calidad del aire representa el riesgo ambiental más grande en el mundo, con impactos tremendos respecto a las muertes evitables debido a este problema. Basta ver algunos números, para el año del 2015 se estimó que (tan sólo por causa del material particulado y tomando en cuenta solamente a la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Puebla, Querétaro, Toluca, Guanajuato) 33 mil 478 personas perdieron la vida debido a las altas concentraciones de este contaminante.

Recientemente se presentó el Informe Nacional de Calidad del Aire (INCA) 2017, el instrumento más importante a nivel nacional para determinar los niveles de contaminación del aire y el funcionamiento de los sistemas de monitoreo de calidad del aire existentes en nuestro país revelando que en México se sigue respirando aire contaminado, seguimos sin lograr mejoras sostenibles y significativas en cuanto a las emisiones de contaminantes.

Basta comparar el INCA del 2016 con el de 2017, en donde las ciudades que cumplieron con la Norma que regula los límites máximos de ozono fueron 3, en comparación con las 2 que la cumplieron en 2016, en material particulado PM10 tenemos la misma situación, en el 2017 solamente 3 ciudades cumplieron con la norma con respecto a las 2 que lo habían hecho en 2016 y para material particulado PM2.5 el resultado fue el mismo que en 2016, ninguna ciudad mexicana lo cumplió.

El informe también nos muestra que seguimos sin tener información válida y oportuna en la mayor parte de nuestro país, ya que más de la mitad de las estaciones de monitoreo existentes en nuestro no aportaron información para este INCA.

Seguimos sin solucionar el problema de raíz, y ¿cuál es el problema? en nuestro país son las emisiones de las fuentes fijas, entiéndase el transporte automotriz. Y lejos de eso, la trayectoria parece alejarse de la solución. Los planes de movilidad y de mitigación de contaminación atmosférica siguen apostando fuertemente a políticas de restricción vehicular como la verificación y el hoy no circula, que en el caso de la Ciudad de México ya ha probado que dio resultados en un primer momento, pero no de manera sostenida, y dejando de lado el cambio en los sistemas de movilidad y la generación de opciones seguras, limpias y eficientes de transporte para la población.

Seguimos teniendo normas que permiten límites de contaminantes en el aire altísimos comparados con los que recomienda la OMS para tener un ambiente sano. Seguimos teniendo una norma que regula los monitoreos de calidad del aire ambigua y sin fortaleza técnica y metodológica, condiciones que hacen posible esta situación que nos está matando.

Es impostergable la acción de los gobiernos, tanto federales (Comisión Federal para la Protección de Riesgos Sanitarios y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales) en cuestión del endurecimiento normativo de salud ambiental y de monitoreo de calidad del aire y la procuración de su cumplimiento, así como para los gobiernos locales en el desarrollo de planes de movilidad que pongan a las personas como prioridad, no a los autos.

Si bien es un problema “heredado” eso no exime a las autoridades presentes de su responsabilidad ética de ponerle un alto a esta contaminación que nos aleja del cumplimiento del derecho a la salud.

Editorial

Guardia con alma militar

De nada sirvió que los ministros de la Corte echaran abajo la Ley de Seguridad Interior de Enrique Peña Nieto, de nada sirvió que los senadores trataran de enmendar la plana al Ejecutivo y a los diputados aceptando sesiones de parlamento abierto para discutir los cambios constitucionales para dar paso a la Guardia Nacional. Todo indica que el Presidente Andrés Manuel López Obrador está empeñado en que la cuarta fuerza de seguridad nacional sea esencialmente militar.

Pocos temas de la agenda pública han logrado un consenso casi unánime como el cuestionamiento al uso de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública. En los pasados tres años que se ha planteado la Ley de Seguridad Interior y la propuesta de crear una Guardia Nacional, se han levantado voces en el país y de organismos internacionales cuestionando dichas iniciativas con datos contundentes sobre el riesgo de uso de soldados y marinos en tareas policiacas.

A pesar de ello el Presidente López Obrador se empeña en mantener una Guardia Civil de claro corte castrense como lo asentó el pasado jueves en Guadalajara al confirmar que el nuevo cuerpo de seguridad estará bajo el mando de un militar en activo.

Dijo que ya ha escogido a los mandos de la Guardia Nacional que tendrá un “Estado Mayor, que lo integra la Policía Federal, la Secretaría de Marina, la Secretaría de la Defensa y el comandante de la Guardia Nacional”. Éste comandante, adelantó, va a ser un militar en activo pese a que explícitamente la semana pasada el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y cientos de organizaciones de la sociedad civil exigieron que se respetara que el mando de la Guardia Civil no recayera en un militar.

En un comunicado presentado el pasado 31 de marzo, cuatro colectivos, media centena de organizaciones de la sociedad civil y más de 150 activistas y académicos calificaron de mero “disfraz” civil la conformación de la Guardia Nacional, por lo que exigieron al Presidente López Obrador que construya una Guardia Nacional “verdaderamente civil”, y no insista en militarizar al país.

Pero en lugar de atender estas peticiones y exigencias, el Presidente del Gobierno que promete la Cuarta Transformación de la vida pública del país, parece empeñado en la dirección del sentido militar de la Guardia Civil. Con ello, López Obrador parece estaría traicionando los acuerdos parlamentarios y los compromisos que estableció con organizaciones de la sociedad civil en las semanas que el debate llegó al Senado de la República.

Como si la actuación de unas instituciones entrenadas para abatir enemigos pudieran cambiar su formación y su historia sólo por la buena voluntad del actual presidente.  Como si por la sola voluntad presidencial el ejército dejará de ser el instrumento de represión política al servicio de los grupos de poder en turno en la república.

Es una grave decisión que apuntala la tendencia de militarización del país que venía desde los anteriores gobiernos del PAN y del PRI y que lamentablemente continúa ahora en este Gobierno de Morena. Uno que prometió transformación y que está empeñado en continuar con la militarización del país.

Editorial

Declaraciones patrimoniales: ajustes y desajustes

En la más reciente sesión del Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) hubo una gran discusión sobre los formatos de las declaraciones patrimoniales de los servidores públicos que tiene un trasfondo de interés público porque entraña transparencia y rendición de cuentas, además de ser una herramienta de lucha contra la corrupción. Veamos.

Primero. EL SNA introdujo un cambio al formato tradicional para ese tipo de declaraciones: de 200 espacios aumentó a más de 500. El primer tema es que, en aras de la transparencia, en el nuevo se incluyó información confidencial y datos considerados irrelevantes.

Segundo. El otro tema es el relativo a la segmentación; es decir, el formato no puede ser el mismo para quienes formen parte de los mandos superiores de la administración pública y manejen recursos que para los jefes de departamentos de estudios e informes, que no tienen a su alcance ninguna atribución en materia económica. José Octavio López Presa, ahora en funciones de presidente del Comité de Participación Ciudadana del SNA, es un gran aliado de la democracia en México; fue el creador del SISI del IFAI, el antecedente de la caricatura en que con el INAI se convirtió la Plataforma Nacional para supuestamente facilitar las solicitudes de información. López Presa informa que la segmentación debe realizarse de manera clara y sencilla y, opina, ésta no tendría por qué llevar largo tiempo para su puesta en marcha.

Tercero. El gran problema es el de la interoperabilidad que permitiría agregarle a la base de datos que hizo la compañía Oracle una plataforma digital con diversas funcionalidades para cruzar información y aprovechar los datos almacenados. Ha habido cierta molestia con la titular de la Secretaría de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, porque no ha sido partícipe de que las cosas se hagan de forma gradual, sino que se presente el proyecto completo. Por cierto, la secretaria anterior no logró mayores avances en la materia, según confirma López Presa. Sandoval llegó con tiempos fatales y sin nada –o casi nada– avanzado, por lo que técnicamente era imposible o casi imposible hacer en tres meses lo que no se hizo en más de un año.

Cuarto. En el diseño original, el presupuesto destinado a cada uno de los miembros del Comité de Participación Ciudadana equivale a 65 mil pesos netos mensuales. López Presa, empresario exitoso, asegura que no participa en esa instancia por pesos y centavos, pero revela que hasta ahora la Secretaría de Hacienda no ha liberado esos recursos; legalmente tampoco se ha informado o habido cambios enfocados a reducir o eliminar ese pago.

Quinto. La interpretación de la ley establece la obligación de los servidores públicos de presentar su declaración patrimonial siempre y cuando se desempeñen como mandos medios, y excepcionalmente la realización de operativos ante el riesgo de corrupción que pueda presentarse. Una inquietud que se ha manifestado en pequeños círculos académicos es que profesores e investigadores de tiempo completo de las universidades públicas, que son –somos– en estricto sentido servidores públicos, también deberán presentar su declaración patrimonial, aunque no manejen recursos públicos.

Editorial

Trump, de las amenazas a los hechos

Nadie en el mundo podría concluir que las caravanas de migrantes centroamericanos con rumbo a la frontera con Estados Unidos conforman una “emergencia nacional”. Millones de personas sin visa buscan cada año pasar esa frontera, por lo cual, emergencia no es.

Tampoco se trata de una simple maniobra electoral, muy adelantada porque resta más de un año para la elección presidencial.

El problema consiste en la lucha política que llevan a cabo en Estados Unidos los grupos más defensistas, encabezados por el actual presidente con su lema “primero USA” y “hacer grande a USA”.

Aunque los demócratas son más reacios al libre comercio con México, Trump ya dio por cerrada esa negociación y ahora quiere dos cosas: el dinero para terminar y reforzar el muro fronterizo y la colaboración del gobierno mexicano para detener a migrantes centroamericanos y para recibir a los solicitantes de asilo que logran pasar la línea o el río en busca de ingreso legal a Estados Unidos.

Lo que quiere Trump no puede ser concedido. El Congreso no va a aprobar los fondos requeridos y seguirá combatiendo la decisión presidencial de apropiarse de otros fondos para desviarlos hacia el muro fronterizo. México, por su parte, no dará un golpe de timón en materia migratoria ni firmará un convenio de “tercer país” para hacerse cargo de los migrantes no mexicanos que pisan territorio estadunidense.

Algo podría, sin embargo, obtener Donald Trump con sus resoluciones presupuestales y sus amenazas de “cerrar la frontera” y, ahora, de imponer un arancel extraordinario de 25% a las importaciones de automotores procedentes de México.

Quizá el mandatario estadunidense no sabe de cierto lo que pueda obtener al final de sus actuales confrontaciones, pero sabe que algo tendrá que ser. Que no prosperen, por ejemplo, los recursos judiciales contra sus inconstitucionales decisiones presupuestales, por un lado, y que México acepte mayor cantidad de centroamericanos en su territorio en espera de la resolución sobre su solicitud de asilo, por el otro.

Es por eso que el tono sube y baja sólo para volver a subir. Las amenazas de Trump tienden a poner nerviosos a sus interlocutores. No obstante, la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y el gobierno de México han aguantado bien las arremetidas verbales de Trump.

Sin embargo, la Casa Blanca está probando suerte con medidas administrativas que hacen que algunos pasos fronterizos se hagan más lentos por falta de suficiente personal. Esta situación no es ya una declaración delirante, como la del cierre total de la frontera, sino un acto muy concreto para ir incorporando a otros actores en una posible escalada de crisis fronteriza. Ahora ya están en el problema importadores y exportadores de ambos países que pueden presionar a los diputados en el Capitolio y al gobierno mexicano.

Con un arancel a los automotores procedentes de México se trataría de provocar una reacción equivalente y, de esa forma, una escalada, la cual ya no se limitaría al tema migratorio, sino que sería un problema comercial y, por tanto, industrial.

Hasta el momento, López Obrador no ha caído en las provocaciones de una parte de la prensa mexicana y de un segmento de la oposición política que le exigen rechazos verbales a las amenazas de Trump. Pero las cosas se pondrían un tanto más complicadas si el presidente de Estados Unidos lleva a cabo una escalada, pero ya no de frases sino de decisiones administrativas y comerciales tan reales como duras.

Una guerra comercial no puede ser llevada a cabo por México. Las agresiones que en esta materia puedan ser emprendidas por Trump no tendrían que provocar respuestas a la medida de parte de López Obrador, ya que eso sería justamente entrar al juego en el que la Casa Blanca se sabe ganadora.

Por parte de los demócratas en el Capitolio tampoco habrá una defensa militante de las importaciones mexicanas. Por tanto, si Trump convierte sus delirantes amenazas en actos de agresión comercial, México se va a ver solo, por lo cual se requeriría la más amplia solidaridad interna, una especie de inmunidad fundada en la lealtad nacional.

Empezar a pelear internamente sería una fuerte carta de victoria del gobierno de Trump.

Editorial

La carta de AMLO abre generosas posibilidades

La carta del presidente de México Andrés Manuel López Obrador al rey de España abre un escenario de generosas posibilidades en las relaciones entre nuestros países e inicia un proceso de reconciliación a partir de la conmemoración de la conquista de Tenochtitlan en 1521: de que se pida perdón y se haga una revisión histórica y se reconozcan los agravios que se cometieron durante la Conquista y que sufrieron los pueblos originarios.

Esta petición ha generado una polémica, que no toma en cuenta que ya ha sido un recurso de acercamiento de varios gobiernos con sus poblaciones originarias, al reconocer las atrocidades cometidas para construir nuevas modalidades de relaciones humanas. Y sobran ejemplos: el gobierno de España con José Luis Rodríguez Zapatero, pide disculpas por la expulsión de los españoles judíos sefaradíes, y también el respeto que expresa a los expulsados de la Guerra Civil de 1938. También lo han llevado a cabo Holanda, Canadá, Francia, y el gobierno alemán que ofreció disculpas al gobierno de Israel por el Holocausto. Así mismo, el Papa Francisco pidió perdón por los graves abusos, crímenes y pecados cometidos por las monarquías europeas y la Iglesia contra los pueblos originarios de América: Se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios (Bolivia, 2015).

Las referencias anteriores muestran que pedir perdón enaltece y no es algo nuevo o desconocido. Hablar del pasado es un buen principio para construir un mejor futuro en las relaciones humanas y entre los países.

El manifiesto del presidente López Obrador tiene sentido, y es una oportunidad histórica de mayor acercamiento entre México y España, que no ofende por llamar a los agravios por lo que fueron. Un asesinato no puede tener otro nombre, un asesino no puede tener otro adjetivo, una masacre por más antigua que sea tiene un nombre que el tiempo no borra: los asesinatos de Moctezuma Xocoyotzin y Cuauhtémoc, las torturas, el aperreamiento con mastines españoles contra nativos indefensos, o las torturas para exigir oro y más oro, su guerra bacteriológica de viruela provocada ex profeso y que provocó epidemias devastadoras. Asimismo, traer a millones de esclavos africanos para su trabajo en las minas y en los obrajes.

Desde luego, conocemos que la España del siglo XVI era un Estado en construcción a partir de sus diversidades étnicas. Una España que aún no salía de la Edad Media con sus hechos, costumbres y pensamientos. También, que son múltiples los agravios que están registrados como la Leyenda Negra de España. Así mismo, es importante reconocer que también hay infinidad de hechos luminosos, sobre todo de los siglos XVII y XVIII –que debemos tener presentes y provienen de las culturas de España que nos enriquecieron y forman parte indiscutible de nuestra cultura y personalidad.

Ahora, con la polémica iniciativa, se trata de recuperar un diálogo, que no debe interrumpirse, promisorio de nuevas alboradas. Esta es la esencia de la propuesta del presidente de México Andrés Manuel López Obrador, que convoca al diálogo para asumir “un destino de encrucijada y encuentro”, como lo expresó Uslar Pietri, de la Venezuela hoy agobiada por el imperio y sus súbditos. Las vinculaciones con España y México nunca han dejado de existir, ni aun durante el inmenso drama de la Guerra Civil española, porque hay una comunidad histórica que demanda avanzar juntos, una oportunidad propicia con una visión de futuro.

Editorial

Unir, no dividir

Es extraña esta solicitud del presidente Andrés Manuel López Obrador reclamando perdón por la Conquista de México al Papa Francisco. Un día el mandatario declara ante los obispos que, para él, el Papa es el líder espiritual más importante del mundo; al otro día le reclama con cierta arrogancia que pida perdón por los pecados cometidos durante aquella etapa.

El pontífice ha demostrado que no tiene ningún problema en pedir perdón por ofensas de la Iglesia y crímenes contra los pueblos originarios durante la Conquista de América. Ya lo hizo el 9 de julio de 2015 en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en un notable discurso en el II Encuentro de los Movimientos Populares. 

Y el 15 de febrero de 2016, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, también exclamó: “Perdón hermanos”, al dirigirse a los indígenas. Y ello para no citar también expresiones similares de sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. Además, la Iglesia entera hace su mea culpa al inicio de cada celebración eucarística.

Habría que preguntarse quién tendría que pedir perdón por el militarismo invasor y dominador de los aztecas, que conquistaron, sojuzgaron y explotaron a las tribus y comunidades del valle central de México. El presidente López Obrador conoce ciertamente ese dicho mexicano que dice: “La Conquista la hicieron los indígenas y la independencia los españoles”. Porque la Conquista de Hernán Cortés no hubiera sido posible sin la alianza con las tribus del “tercer mundo” del imperio azteca, conquistadas y construidas a pagar tributos y la sangre de sus doncellas para los masivos sacrificios humanos.

El presidente conoce sin duda la experiencia misionera de los 12 apóstoles franciscanos de México, que fue extraordinaria. Ellos convivieron con los indígenas con mucho amor, compenetrándose con su cultura y su lengua, defendiendo sus derechos contra los atropellos que sufrían. Es cierto que la cruz vino con la espada, con todos los compromisos mundanos que eso supone, pero fue también crítica de la espada y suscitó la primera batalla por la justicia en la defensa de los derechos de los indígenas. ¿Acaso la devoción de todo el pueblo mexicano por nuestra señora de Guadalupe es fruto de una imposición violenta de los conquistadores?

Finalmente, cabría preguntarse si no es algo de facilonería reclamar y pedir perdón por los pecados de hace 500 años. Pero, de entonces a la actualidad, ¡cuántos tendrían que pedir perdón –como lo hace la Iglesia de Dios– por la cultura de violencia en México, por los continuos fraudes electorales, políticas liberticidas y asesinatos políticos de décadas atrás, por los enormes bolsones de pobreza que todavía existen por doquier en el país, por el maltrato y la exclusión

López Obrador tiene la posibilidad de liderar un gran movimiento nacional y popular de regeneración y reconstrucción del país o puede sufrir la amenaza de reducirse poco a poco en una nueva versión del “ogro filantrópico” de la “revolución institucionalizada”. Puede movilizar lo mejor del “orgullo” nacional del pueblo mexicano, confiado en la “morenita”, o dejarse llevar por colonizaciones ideológicas o culturales de conventículos elitistas. 

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