EDITORIAL

Una oportunidad para replantear el extractivismo

La dramática emergencia que vivimos ha desatado análisis de toda índole a nivel global. Un primer debate de manera natural se decanta en la respuesta de los gobiernos en materia de salud, económica y social. Otras voces señalan al regreso del “Estado” mientras declaran el entierro del neoliberalismo; modelo que terminó debilitando en la región y en la Europa del ¨Welfare” los sistemas públicos destinados a la garantía de derechos fundamentales como la salud, y que en la actual crisis es incapaz de brindar una respuesta global efectiva más allá de los márgenes del mercado. Escenas dantescas se nos presentan donde los países compiten por la obtención de materiales médicos a sobreprecio, condenando a las naciones más pobres a la batalla campal por la anhelada vacuna que enfrenta a las principales economías del mundo, en lugar de promover mecanismos de cooperación internacional para hacer frente a la pandemia.

Por tanto, vivimos momentos donde no solo entra en juego la conducta gubernamental ante la emergencia, sino también se propician reflexiones que cuestionan al sistema económico neoliberal e invitan a formular otras estrategias de desarrollo para enfrentar fenómenos de esta naturaleza, así como orientados a preservar la vida en el planeta de forma más sostenible. A propósito, no deja de resultar paradójico que la salud climática se encuentre espléndida como consecuencia de esta crisis. El desierto que se experimenta en las principales urbes mundiales, el freno del tráfico aéreo y el turismo, la parálisis industrial y la caída exponencial de los precios del petróleo ponen en jaque al modelo extractivista fósil. Pero, la humanidad tendría que pagar este el alto precio para cesar con el ritmo desenfrenado de desarrollo propiciado por el capitalismo, poniendo en riesgo la sobrevivencia de los ecosistemas, generando mayores brechas de desigualdad e impactos socioambientales graves en territorios indígenas y campesinos.

Este complejo contexto, reta a nuestras sociedades a la búsqueda de otros referentes, más que de desarrollo, de economía política diría. Por una parte, con el objetivo de garantizar adecuadamente a la población y en especial a los grupos más excluidos, de derechos humanos básicos: a la salud, al agua y el saneamiento, a la alimentación, la vivienda, el trabajo, la tierra y el territorio, la movilidad colectiva, etc. Al tiempo, que posibiliten revertir la crisis climática que tiene condenado al planeta a la pena capital en los próximos años. Estas respuestas, desde luego se colocan más allá de la frontera extractivista.

La sociedad mexicana, que ha sufrido por décadas las consecuencias del neoliberalismo y que pretende ensayar hoy como respuesta una cuarta transformación desde su Gobierno, tiene ante sí un momento clave para reformular sus políticas de desarrollo. Si bien es cierto, que se ha recuperado una mayor soberanía del Estado en sectores estratégicos con fines más distributivos, el extractivismo continúa, no solo expresado por los nuevos megaproyectos sino en la preservación de los marcos legales neoliberales que a la fecha siguen intactos.

Con el ánimo de contribuir a la reflexión pública sobre estos tópicos y propiciar la reflexión ante nuevos escenarios en tiempos de crisis, les invitamos a ser parte de un debate plural con comunidades, organizaciones e instituciones públicas el próximo 23 de abril a las 12hrs a través del canal de Fundar en YouTube, como parte de nuestra serie de conversaciones digitales “Articulaciones: diálogos sobre COVID-19, derechos y desigualdades”.

EDITORIAL

La hora de la verdad

Las crisis nos permiten identificar las fallas estructurales dentro de los distintos sistemas. Para el periodismo mexicano esta es la hora de la verdad. Durante la pandemia se pone en evidencia la “esencialidad” de la profesión por la importancia que supone una sociedad informada y capaz de tomar decisiones sobre su salud y su vida; también las fallas históricas que han hecho que el periodismo se desvincule con la sociedad por una relación perversa con el poder y la falta de apego a la verdad.

En México, la prensa ha cargado con estigmas históricos. Durante el movimiento cívico estudiantil de 1968 la consigna fue “prensa vendida”. Luego, tras la masacre de estudiantes en la Plaza de las tres culturas en Tlatelelolco y su consecuente negación mediática, el lema se arraigó en la población. Con el paso de los años, en el sexenio de Enrique Peña Nieto, la proliferación de un periodismo independiente en diversas partes del país, llenó de aire los pulmones de la sociedad y empezó a tejer nuevos vínculos de confianza que dieron lugar, incluso, a la defensa de periodistas. Fue gracias al periodismo que pudimos observar los primeros dejos de verdad y justicia en el país como lo fue en el caso de Javier Valdez en Sinaloa que contó la tragedia de las desapariciones y de las secuelas del narco en el país.

Sin embargo, la violencia económica que se ejerció desde el gobierno hacia algunos medios de comunicación y que, además, deriva en una relación de amor/odio del “no te pago para que me pegues”, sigue permeando en sus líneas editoriales y por lo tanto en la información que recibe la gente.

La conflictividad, el miedo, la intensidad de la noticia y el pánico son una prueba para ver si el periodismo mexicano y los medios de comunicación están a la altura de las circunstancias. En los últimos días, hemos visto cómo las fallas estructurales del sistema de medios son más identificables que nunca.

La precariedad a la que se enfrenta el periodismo; la desigualdad entre las reporterías que no cuentan con seguro social y los dueños de los medios que hoy se podrían ver beneficiados por la condonación de los “tiempos fiscales del Ejecutivo”; la perversidad de la relación económica entre medios, periodistas y gobiernos que se traducen en “golpes mediáticos” de aquellos que buscan publicidad oficial y; la falta de códigos de ética y del reconocimiento del derecho de réplica y corrección, son solamente algunos de los problemas no resueltos que explican los sesgos informativos que leemos y escuchamos en este momento.

Es ahora cuando podemos leer y escuchar a aquellos que buscan aprovechar la crisis para sacar una ventaja política o económica como oposición generando pánico y desinformando a la población o aquellos que por congraciarse con el gobierno en turno comentan sus acciones como si fueran las de Corea del Sur.

Hoy más que nunca necesitamos un periodismo ético, que ceda al interés personal y al interés económico, que reconozca su función social. Requerimos un periodismo que haga las preguntas correctas a funcionarios públicos y sirva de intérprete de esas políticas nacionales que impactarán en lo local, en la vida de las comunidades, principalmente las más vulnerables (indígenas, migrantes, niñez, población penitenciaria). Un periodismo que funja como el mediador entre los informes oficiales y la sociedad.

El periodismo tiene que mediar entre el pánico y la intensidad de la noticia. Es cierto, hay temor por lo desconocido, por lo que viene que parece ser terrible. Por esto, este es el momento en el que sociedad mexicana reconoce la “esencialidad” de la prensa o reafirma sus estigmas.

EDITORIAL

El gabinete que no es

En las crisis se hacen más evidente las fortalezas y debilidades de las organizaciones. Da igual que esta sea una empresa o un gobierno. Los liderazgos se reacomodan, las carencias se evidencian, pero sobre todo el líder se manifiesta plenamente como es, sin dobleces ni ocultamientos. Nunca como en estos días habíamos visto tan plenamente las virtudes y los defectos del liderazgo del López Obrador. Nunca como ahora había sido tan evidente la ausencia real de un gabinete, de un grupo de trabajo que reme junto hacia la dirección que marca el líder.

Ya habíamos comentado que en el estilo personal de gobernar de López Obrador más que un gabinete con ministros empoderados en cada una de las carteras lo que tiene es un grupo de secretarios particulares por tema y que le puede asignar cualquier cosa a quien vaya pasando o a quién él considere que es el mejor para resolver un problema específico. En contra partida, los secretarios están impedidos para desarrollar políticas públicas específicas de su área, tienen voz, pero no voto en los destinos del país. Las decisiones son sólo del Presidente.

¿Qué hacía Marcelo Ebrard acompañando a la Secretaria Olga Sánchez Cordero en una reunión con gobernadores? Seguramente el Presidente consideró que la relación de Ebrard con algunos gobernadores de oposición y sus habilidades políticas eran mejores que las de la Secretaria de Gobernación, pero entonces, quién está al frente de las relaciones internacionales.  ¿Por qué no han salido en estos momentos los ministros de Hacienda, Arturo Herrera y de Economía, Graciela Márquez? Seguramente porque lo que tienen que decir no es lo que el presidente quiere que se escuche, entre otras cosas que vamos a la peor recesión en el mundo desde 1929 y las medidas que hay que tomar no son las que le gustan a López Obrador. ¿Existe un Secretario de Salud que vigile lo que está pasando en el IMSS, el ISSSTE, y coordina a los secretarios de los Estado? Por lo visto no, el Secretario anda en otros asuntos, aunque no esté claro cuáles. ¿De verdad la Secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, no tiene más propuestas para proteger el empleo que acusar públicamente a las empresas que decidieron cerrar o hacer recortes? No tengo duda que sí, pero el Presidente lo que quiere es hacer política, ponerse el anillo del poder en el dedo flamígero.

La ausencia del trabajo de gabinete se ira haciendo cada vez más patente conforme avance la pandemia. El Presidente cargará sobre sus hombros todo el peso de las decisiones. Al final de la pandemia tendremos un gabinete reacomodado, no en sus carteras sino en su influencia y cercanía a las decisiones y un presidente en le cumbre del poder o del desgaste político.

EDITORIAL

Mezquindad

Las situaciones límite desnudan a los seres humanos. Es fácil ser amable y ofrecer el lugar cuando el lugar importa poco o ceder el paso cuando tenemos tiempo de sobra. Pero frente a la escasez y el peligro muchas personas se convierten en la peor versión de sí mismas; la pandemia lo está mostrando. ¿O cómo entender que en un Oxxo se golpeé a una enfermera que entró a comprar un café tras una jornada infernal salvando pacientes? Su pecado, a ojos de quienes le fracturaron dos dedos, es que su sola presencia los ponía en riesgo a todos.

La mezquindad no reconoce condición social, nivel educativo o zona geográfica. La decencia y la solidaridad ni se enseñan ni se compran. En los barrios ricos y en los barrios pobres, entre gente sin primaria y gente con posgrados, hay hombres y mujeres solidarios, pero también los hay de una ruindad deplorable. La miseria no te convierte en mejor persona moralmente y ser rico no te hace generoso, está claro.

La conversación pública y las redes sociales se han enfermado de un discurso de odio y descalificación que responde al miedo, hasta cierto punto natural, pero también a la acción de actores políticos dispuestos a sacar raja de la tragedia. Medios de comunicación y periodistas que perdieron sus privilegios, partidos y políticos desbancados del poder, empresarios inconformes con la 4T.

Es comprensible, desde luego, la preocupación de los ciudadanos cuando se preguntan si las autoridades conducen la mejor estrategia posible para combatir al virus y su propagación.

¿Que el gobierno lo puede hacer mejor? Seguramente. Pero es un hecho que lo hará peor si sus críticos se aseguran de descalificar todos y cada uno de los pasos y medidas anunciadas. Llegará el momento de hacer los balances correspondientes, pero tomar como consigna destruir los esfuerzos de la autoridad para paliar la crisis termina por dañarnos a todos.

Al Dr. Hugo López-Gatel, vocero y coordinador operativo, le ha tocado de todo. No ha sido fácil demeritarlo porque es un experto que sabe del asunto más que sus críticos. Para torpedearlo se ha tenido que recurrir a su vida privada, a sacar de contexto sus frases, a tratar de amarrarle navajas con el presidente.

Los que golpean a una enfermera en el Oxxo o quieren cerrar un hospital para no correr riesgos, no son muy distintos de aquellos que reclaman por qué se vendieron a China tapabocas en febrero. El egoísmo es el mismo, pero en este caso no es para protegerse (así sea de manera improcedente), sino para desprestigiar al coordinador de la campaña de salud, abollar a la figura del presidente y sacar ventaja política. El reclamo es absurdo porque los tapabocas no eran del gobierno sino de una empresa trasnacional que las produce en México; segundo, porque eran chinos quienes las necesitaban desesperadamente en ese momento; y tercero porque las autoridades han entendido que, al ser mundial, la pandemia debe ser afrontada de manera solidaria y no convertirnos en un país paria. Hoy están llegando con creces tapabocas de China.

Cuando se construye deliberadamente una atmósfera tóxica para asegurarse de que la opinión pública quede convencida de la incapacidad o la perversidad del gobierno, se pone en riesgo a todos. Un juego peligroso y dañino en momentos en que los esfuerzos del gobierno están encaminados a tratar de proteger a la sociedad frente a la terrible amenaza. Minar esos esfuerzos por consigna o perversión política equivale a dinamitar el barco en el que viajamos todos.

EDITORIAL

La violencia contra la prensa a pesar del virus

Un país no puede cambiar de la noche a la mañana. A pesar de la crisis que representa la pandemia, la violencia sigue ahí. Algunos pensamos que se podría reducir su intensidad, por lo menos, ante el miedo de los propios delincuentes a ser víctimas del virus o, mínimo, por la dificultad de operación.

Sin embargo, ningún virus o crisis ha logrado que la prensa se escape de las balas o de las agresiones que perpetúan aquellos a los que les molesta la palabra. Lo que no se resolvió en tiempos de “paz”, se revela de la manera más cruenta en tiempos de “guerra”.

Veracruz, el estado más sangriento para las y los periodistas de los últimos años fue el escenario del asesinato de María Elena Ferral, corresponsal del Diario de Jalapa y Directora del medio Quinto Poder. Su homicidio pone en evidencia los nulos cambios que ha habido en la política de protección a periodistas a nivel nacional. La falta de medidas preventivas, de protección, sancionadoras y de reparación, permiten que sigamos documentando diariamente una serie de agresiones que no cesan pero se diversifican e intensifican.

En 2016 y 2018, María Elena fue víctima de varias agresiones. El 29 de marzo de 2016 denunció una amenaza de desaparición, por parte de Basilio Camerino Picazo, funcionario público y, en ese momento, candidato a Diputado local por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). De acuerdo a la documentación de Article 19 “Por la amenaza se abrió una carpeta de investigación en la Fiscalía Especializada de Delitos Electorales y en Delitos contra la Libertad de Expresión, adscrita a la Fiscalía General del Estado de Veracruz (FGE Veracruz). Sin embargo, Camerino Picazo no fue detenido. Además, la Comisión Estatal para la Atención y Protección de los Periodistas (CEAPP) le asignó medidas de protección, mismas que fueron retiradas en 2018”.  Previo a su homicidio el 30 de marzo de este año, el 12 de marzo, María Elena seguía denunciando la corrupción e impunidad con la que opera el grupo político “Totonacapan” encabezado por Basilio Picazo.

Desde hace más de 10 años, Article 19 ha señalado que ninguna medida de protección alcanza cuando existe impunidad, cuando las razones por las cuales un periodista decide acercarse al Mecanismo de protección a periodistas -federal o estatal- no son investigadas y sancionadas.

Al inicio del sexenio de López Obrador, el Mecanismo de Protección Federal se sometió a un diagnóstico profundo en colaboración con la oficina de la Alta Comisionada para las Naciones Unidas. Este estudio derivó en una centena de recomendaciones que hasta la fecha se han quedado en el papel y no han derivado en más protección y mejores condiciones de seguridad para el trabajo periodístico.  Hasta ahora, seguimos a la espera de una ruta de trabajo que nos permita identificar que realmente se busca cambiar las condiciones de inseguridad a las que se enfrenta la prensa en nuestro país.

A nivel nacional, los despedidos de periodistas, la suspensión de pagos, la falta de seguridad social sugieren la necesidad de reformas laborales urgentes que reconozcan la función social del trabajo periodístico y su relevancia en los contextos más serios y complejos a los que se pueden enfrentar una sociedad. En estos tiempos de pandemia, el personal médico desarrolla trabajos esenciales, es cierto; pero también las y los periodistas, la información juega un papel clave para combatirla.

EDITORIAL

Salud pública en riesgo

Una de las consecuencias propiciada por la emergencia sanitaria mundial debido a la expansión de la pandemia del coronavirus es que nos obliga a mirar con claridad cuales son las prioridades que tenemos como especie, como sociedad, comunidad, familiar e individual.

La acelerada expansión de la pandemia nos ha dejado en una situación que muestra la vida desnuda. En este momento parece no haber ninguna discusión respecto que lo más importante para cada ser humano, para cada sociedad, cada Estado o incluso los organismos financieros internacionales, es defender la vida.

Conviene resaltar que “en este momento” esa es la prioridad, pero no lo fue así para muchos gobernantes, para muchos diseñadores de políticas públicas que en el pasado no se tentaron el corazón para reducir el gasto público para los sistemas de salud y todo el sistema de servicios públicos. Y en el futuro, cuando parezca que volvemos a la normalidad ahora perdida, muchos gobernantes y empresarios se olvidarán que lo principal es la defensa de la vida, y querrán restablecer los privilegios y ganancias de siempre.

Con seguridad, los estados y los dueños del dinero pensarán en restablecer lo más pronto posible los flujos de capital, tratando de socializar las pérdidas y privatizando las ganancias, como ha sido la norma en el sistema capitalista.

Pero en medio de la emergencia, tanto los flujos del capital como las herramientas de gobernabilidad están enfocadas a contener la emergencia y, al menos discursivamente, señalan que la prioridad es defender la vida. Es en esta coyuntura que debemos apostar por las prioridades para la mayoría de la sociedad.

Las condiciones de emergencia nos ponen claramente frente a las prioridades, y en el otro lado de la balanza, cuales no son actividades prioritarias o riqueza socialmente producida que en este momento se destina a actividades ya no digamos improductivas, sino totalmente innecesarias.

Hay muchas en México, pero una con facilidad podría estar en el primer lugar para todos: el exorbitante gasto que hace la sociedad mexicana para mantener un pesado y oneroso sistema electoral y de financiamiento público a los partidos políticos.

En números gruesos, de 1991 a la fecha, los mexicanos hemos pagado más de 300 mil millones de pesos para mantener el sistema electoral federal y el financiamiento público a los partidos. Probablemente se han gastado otros 100 mil millones de pesos para el mantenimiento de los organismos electorales locales.

¿Cuántos hospitales de primer nivel, cuantos respiradores artificiales, salas de cuidados intensivos, equipo para situaciones de emergencia se podrían financiar con estos 400 mil millones de pesos?

Si en vez de engordar pesadamente un sistema electoral que puede ser prescindible con otras formas de organizar la selección de los representantes políticos, ese dinero se hubiera destinado para mantener y mejorar el sistema público de salud, seguramente habría menos carencias de las que se tienen en este momento de declarada emergencia sanitaria.

EDITORIAL

AMLO y el médico benevolente

Cuentan que un médico tapatío estaba frente a un enfermo terminal, cuando éste le peguntó. “Doctor, si usted pudiera pedir un deseo, ¿qué pediría?” El médico contestó sin chistar: “yo quisiera tener un corazón tan fuerte como el suyo”. El paciente se sintió aliviado. Minutos después murió de un paro cardiaco, pero feliz y tranquilo.

Por momentos pareciera que el Presidente López Obrador nos está aplicando la misma receta. Cuesta trabajo pensar que el Presidente no esté enterado de la gravedad de la situación, que de verdad crea que existen otros datos, que piense que la solución es refinar el petróleo en México con la calidad de refinerías y el costo de refinación que tenemos, pero sobre todo que realmente piense que saldremos de esto rápido y fortalecidos, que la crisis nos caerá como anillo al dedo. Cuesta más trabajo pensar que realmente crea que la crisis será transitoria (toda crisis por definición es transitoria, pero no nos pongamos exquisitos) que decreceremos menos que los que dice el Banco de México, aunque el Secretario de Hacienda comparta esa visión. La única explicación lógica es que el Presidente lo que quiere es no alarmar, sea porque en su visión paternalista del pueblo piense que es mejor no darle la información completa para no preocupar y generar más daños a las economías populares que los que de por sí tendrán, sea porque cree que las crisis con fe son menos.

El problema es que lo que ven los mercados (los mercados, esos malditos mercados) es un Gobierno pasmado en materia económica que no está tomando las decisiones que debe tomar y que, a diferencia del componente de salud de esta crisis donde hay un vocero que todos los días habla y explica lo que está pasando, la única voz que se escucha en lo económico es la del propio López Obrador negando una y otra vez la realidad, contestando con evasivas las preguntas concretas, aplicando pensamiento mágico: decir que vamos a salir fortalecidos porque no nos van a hacer cambiar es el equivalente económico al “detente” de los amuletos del sagrado corazón.

Quizá el Presidente solo esté ganando tiempo y después de su informe trimestral de este 5 de abril, en el que prometió dar a conocer un plan de reactivación de la economía, le dé, finalmente, permiso a los secretarios de Hacienda y Economía de aterrizar los planes y mandar mensajes que calmen a los mercados que comienzan a dar señales de nerviosismo y sobre todo de pesimismo sino a los mexicanos que solo vemos las contradicciones acumularse día con día. En materia económica el “yo creo”, el “yo tengo confianza” y sobre todo el “yo tengo otros datos” no funcionan.

Quizá la explicación sea más sencilla y que, como el médico benevolente, lo que quiere el Presidente es que cuando nos cargue el payaso nos vayamos todos con una sonrisa.

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La ansiedad del presidente

La sociedad de consumo encontró desde hace lustros su fuente principal de expansión en la capacidad de masificar la tecnología digital, que nos acorta la distancia y pretende capturar el tiempo a través del vértigo de la velocidad. Ciertamente somos una sociedad hipnotizada, y hoy día atemorizada sin capacidad de respirar, contagiada de una ansiedad con un poder disruptivo personal y colectivo similar al de las guerras.

Cada minuto alimentamos esta atmósfera, de fobias, miedos, y desesperación; egos nuestros que exigen un mínimo de atención. Esta densa carga se apropia de la cotidianidad y encuentra su complemento en una epidemia emotiva que busca un anclaje al ser, en su desnudez y naufragio.

El coronavirus vino a evidenciar nuestra alienación tecnológica y la naturaleza de la guerra hoy en día, cuyo campo de expansión es la mente, donde se disputa el destino de los cuerpos; es la bifurcación cultural que impacta en nuestros quehaceres y exacerba nuestras conductas prácticamente en todos los órdenes.

La cuarentena ya estaba preparada en la cotidianidad, al igual que sus jerarquías sociales y laborales, el uso de nuestros medios de comunicación (que incluso, son en muchos casos micro medios de producción), dinamizaron un sistema con sus propios códigos que no requiere el contacto físico directo.

La actual pandemia tiene estos dos niveles, el virtual y el físico, y ambos se cruzan y entremezclan. En el físico habita la política que ordena (o pretende hacerlo) la vida social y ahí es donde el país encuentra su mayor debilidad ante un sistema político al borde del colapso, que la emergencia sanitaria vino a exhibir con crudeza.

El marasmo cibernético se alimenta de la emotividad, de las fobias y filias de cada uno; las trincheras del Twitter se refuerzan y las batallas ideológicas y económicas se degradan en insultos. El imaginario está en llamas, puros y pecadores por igual se revuelcan cada minuto; la victoria no es de nadie, la derrota de todos y la descomposición se expande.

Mientras el andamiaje del poder cruje porque ya no corresponde a estos tiempos, y no hemos logrado un acuerdo mínimo para procesar los cambios que se requieren, en su lugar la fractura social y regional de México se ahonda.

El detente del Presidente debe aplicarse a la dinámica política donde él juega un papel relevante y está obligado a asumir su responsabilidad reformulando su quehacer, sin necesariamente renunciar al meollo de su actuar político: el disminuir la desigualdad. Ya lo han dicho diversas voces, una y otra vez: escuche, escuche, escuche; y no son las voces de sus adversarios.

Sus benditas redes sociales deben transformarse en un potencial para el ejercicio de Gobierno, distanciándose del campo ideológico minado por el fanatismo desde donde suelen operar. Utilizar la tecnología de la información para ejecutar políticas públicas en consonancia con la urgencia que atañe a toda la sociedad.

Si el estilo de Gobierno se entrampa en la provocación, lo que se avecina para México será una desgracia mayor.

Sin duda lo que enfrentamos en estos días es la última llamada; son y serán los ciudadanos los que decidan el rumbo, todo apunta a reconocer que la tormenta ya llegó, esperemos que seamos capaces de caminar juntos todavía.

EDITORIAL

Lecciones de una crisis

El mejor paciente es el que no se enferma y la mejor enfermedad es la que no llega, la crisis sanitaria por el COVID-19 nos ha enseñado que la prevención es lo más efectivo para lidiar con problemas de esa magnitud, ahora, gran parte del mundo se encuentra en cuarentena con la consigna de no contagiarse y no contagiar. Salvando al mundo, pero más precisamente a nuestros sistemas sanitarios, nuestros sistemas económicos y, sobre todo, a las personas que en verdad necesitan de estos servicios por lo crítico de sus enfermedades, esto porque es mucho más barato prevenir que curar, porque nuestros sistemas de salud y las estructuras económicas no estaban preparados para el nivel de emergencia.

Otra lección que hemos aprendido es que hay cosas que no deberían ser parte de la lógica de los negocios, ya que el mercado no es un administrador justo y mucho menos un buen administrador de crisis. Conforme avanza la pandemia, los mandatarios, hasta los más creyentes del libre mercado, aprueban gran cantidad de deuda para catalizar las economías, para rescatar los sistemas sanitarios que, mientras colapsan ante nuestros ojos, nos hacen revalorizar su importancia y sobre todo, su publicidad (entendido desde lo público). Emmanuel Macron ha declarado que “lo que ya ha revelado esta pandemia es que la sanidad gratuita, sin condiciones de ingresos, de profesión, nuestro estado del bienestar, no son costes o cargas, sino bienes preciosos, unas ventajas indispensables (…) y que este tipo de bienes y servicios tienen que estar fuera de las leyes del mercado”1. La salud está por encima del mercado, la salud de la gente y la salud de nuestros ecosistemas.

Pero la pandemia también nos muestra que cuando la humanidad percibe el peligro de la crisis es capaz de hacer cambios sin precedentes, dirigir la cantidad de recursos necesarios para transformar estructuras que parecían monolitos inamovibles, que ahora están moviéndose. Nada es tan valioso como la vida ¡nada! Nada es imposible cuando lo que está en juego es nuestra supervivencia.

Tenemos la primer gran prueba encima nuestro, los expertos nos advierten que ya estamos viviendo una crisis sin precedentes, en magnitud y en impacto, la crisis climática ya está aquí y ya está cobrando víctimas y amenaza la supervivencia de nuestra especie y de muchas otras, aunque desde nuestras guarniciones urbanas a veces resulta como un mito. La buena noticia es que para esta crisis tenemos muy bien diagnosticada la solución, tenemos que reducir las emisiones de gases efecto invernadero y esta tiene que ser la década de la acción climática, de la reducción ambiciosa y contundente de gases efecto invernadero.

Lo mejor es que aún estamos a tiempo de hacerle frente, estamos a tiempo de prevenir y evitar que “la enfermedad climática” siga avanzando. Las crisis ponen a prueba a los sistemas, como al sistema social en este caso, y una vez superadas los transforman, en algo diferente, en algo más fuerte, esta es nuestra oportunidad para usar la enorme cantidad de recursos económicos que se disponen para salir de la crisis y transformar nuestras sociedades para adaptarnos y mitigar el cambio climático.

Estamos a tiempo, la pregunta es, ¿seremos capaces de entender las lecciones de esta crisis y trabajaremos para prevenir la crisis climática o seguiremos agudizándola como hasta ahora?

EDITORIAL

No volver a la normalidad

La crisis sanitaria mundial producida por un virus que escapa a nuestra mirada provoca al mismo tiempo incertidumbre, temor, angustia. Las drásticas medidas de distanciamiento social y cuarentena decretadas como necesarias para enfrentar la pandemia trastocan la vida cotidiana tal como la conocíamos y muchos quisieran regresar cuanto antes a la normalidad perdida.

Pero es necesario preguntarnos si realmente queremos regresar a esa “normalidad”. Debemos preguntarnos, porque justo esa normalidad es la que nos ha traído a esta situación extrema de una pandemia que ha provocado medidas radicales de Estado de excepción y crisis económica, que serán más dañinas que la misma enfermedad para los más pobres y con menos medios.

Si queremos aspirar a un mundo mejor después de la pandemia por coronavirus, no debemos aspirar a la “normalidad” del capitalismo de desastre que teníamos. Como dice el filósofo alemán Markus Gabriel: “El orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal”.

Nos angustia y debe preocupar una pandemia que en pocos días superará el millón de infectados y los muertos se contarán por decenas de miles. Pero debería angustiarnos que antes de la pandemia cada día mueren 8 mil 500 niños y adolescentes por desnutrición, lo que suma 3.1 millones de muertes prevenibles al año, según la Agencia de la ONU para refugiados.

Con dolor y tragedia se superará la pandemia. Pero desde ahora que nos decretan distanciamiento social y cuarentena, es necesario repensar a qué “normalidad” queremos volver.

Quizá es pronto para tener las respuestas porque apenas entramos en el oscuro túnel de la emergencia, pero no es tarde para empezar a imaginarnos qué normalidad desearíamos.

No debería ser la normalidad de un sistema que se reproduce a costa de la vida. Debe ser cuestionado el modelo de capitalismo rapaz que propicia la aparición de emergencias como las que vivimos ahora. Con su expansión depredadora para ampliar la agricultura industrializada o para la extracción de recursos valiosos, el capitalismo despoja y engulle ecosistemas cuyas especies afectadas se ven obligadas a entrar en contacto con otros seres vivos y en esas interacciones se producen virus que enferman a las sociedades despojadas, mutando a veces en epidemias o pandemias. Como ahora.

No debe ser normal que la salud y el cuidado de la vida sea uno de los grandes negocios capitalistas. Debemos preguntarnos si queremos volver a sistemas de salud debilitados por la austeridad neoliberal, o a sistemas de salud universales gratuitos y de calidad para todos. Ahora frente a la emergencia los gobiernos sacan a relucir los recursos que en los años de políticas de libre mercado se negaron para la salud.

Cuando pase la pandemia, los más ricos y los más poderosos querrán regresar a sus privilegios y pasar el costo de esta emergencia a toda la sociedad, a los más pobres, como siempre han hecho. Debemos pensar y reflexionar cómo evitamos que eso ocurra. También pensar como contener las tentaciones autoritarias que se heredarán de los estados de excepción que se han impuesto con el pretexto de la pandemia.

Debemos pensar cómo salir de la cuarentena a la que se confinó a la protesta social, las resistencias contra el despojo, al movimiento feminista, y todas las luchas por la autogestión para continuar pensando-creado un mundo con relaciones sociales distintas al capitalismo destructivo que ha provocado esta crisis civilizatoria.

Debemos impedir volver a la normalidad letal que el capitalismo impone como forma de vida cotidiana.

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