EDITORIAL

México sí está recurriendo al endeudamiento

Una de las banderas que el presidente López Obrador agita de forma permanente es que su administración, a diferencia de las anteriores, no está recurriendo al endeudamiento para financiar sus programas de gobierno, entre otras razones porque la “austeridad republicana” le permite, casi, casi, “nadar en dinero”.

A contracorriente de tal afirmación, sin embargo, la información pública que proporciona el Banco Mundial indica que el actual Gobierno de la República ha tramitado no una, sino cinco líneas de crédito por un total de 2 mil 130 millones de dólares con dicha institución.

Para poner en contexto las cifras, vale la pena señalar que durante todo el sexenio de Enrique Peña Nieto nuestro país tramitó créditos ante la misma institución por un total de 2 mil 551.8 millones de dólares, es decir, una cifra apenas 17 por ciento mayor a la tramitada por el actual Gobierno de la República.

Más aún: durante los primeros 18 meses de su administración, el antecesor de López Obrador solamente tramitó ante el Banco Mundial tres líneas de crédito por apenas 395 millones de dólares.

Se podrá aducir, desde luego, que las circunstancias son distintas y que la crisis económica causada por el coronavirus justifica que el Gobierno Federal recurra al crédito internacional. Pero frente a tal afirmación habría que recordar que, al reconocer la existencia de un crédito por mil millones de dólares, la Secretaría de Hacienda afirmó que no se trataba de un financiamiento solicitado para atender la crisis provocada por la pandemia.

Adicionalmente vale la pena precisar que, de acuerdo con la información pública del Banco Mundial, tres de las líneas de crédito tramitadas por México -por un total de 1 mil 10 millones de dólares- fueron tramitadas mucho antes de que el coronavirus paralizara la economía nacional.

La primera de ellas, de hecho, fue pactada cuando el actual Gobierno de la República no cumplía siquiera cuatro meses de gestión, el 28 de marzo de 2019, e implicó obtener 400 millones de dólares que serían utilizados para un “proyecto de expansión de finanzas rurales”.

No se critica que el Gobierno de la República recurra al crédito para financiar el desarrollo nacional. Endeudarse con dicho propósito es una herramienta que no solamente no es condenable, sino que resulta deseable en múltiples circunstancias.

Lo criticable es que se mienta. Que se sostenga en público un argumento y después salgan a la luz las evidencias de que el mismo es falso, pues ello implica defraudar a los ciudadanos y, en el caso específico de este gobierno, convierte en burla su reiterada oferta de “no mentir”.

Parece claro pues que en este aspecto, como en muchos otros que se han documentado en los últimos 18 meses, el presidente López Obrador, o no está informado de lo que se hace en su administración, o miente a sabiendas amparado en el bono democrático que le sigue concediendo el ser considerado un político honesto.

EDITORIAL

Es la BOA: la nueva teoría del ‘compló’ de AMLO

Si solamente se tratara de un chiste el asunto quedaría en la anécdota y no debería prestársele mayor atención. Pero todo hace indicar que no es así y que más bien se trata de un intento –burdo, sin duda, pero intento al fin– para justificar la toma de decisiones antidemocráticas.

Nos referimos, desde luego, al Boagate, el más reciente “descubrimiento” del Gobierno de la República en relación con la existencia de adversarios suyos que buscarían organizarse para desplazar al partido en el poder de la posición que actualmente ocupa
 ¡por medios democráticos!

Preocupa, por supuesto, que sea el propio Presidente de la República quien de a conocer la existencia de un documento, presuntamente “confidencial”, llegado a Palacio Nacional en circunstancias enigmáticas, en el cual se contendría un plan para agrupar a las fuerzas de oposición en el País y aprovechar los errores cometidos por la actual administración.

Las razones para preocuparse son diversas:

En primer lugar, incluso asumiendo que el documento fuera auténtico, todo lo que allí se plantea forma parte de los mecanismos de la democracia, por más que algunos pudieran parecernos poco deseables, como el hecho de que partidos con ideologías antagónicas se unan para ir juntos a las urnas.

Pero es que incluso eso no sería ninguna novedad, pues se trata exactamente de la misma fórmula usada por López Obrador para llegar al poder: reunió en una alianza a su partido, Morena, postulante de una ideología de izquierda, con el ultraconservador Encuentro Social.

En segundo lugar llama a preocupación el hecho de que se trata de un documento en el cual se reúnen, coincidentemente, a todos los individuos, organizaciones e instituciones, públicas y privadas, a las que el Presidente ha identificado como “adversarios”, lo cual constituye una recreación milimétrica de lo que en sociología se conoce como “profecía autocumplida”.

Durante meses, el Presidente ha “advertido” a sus seguidores de la existencia de “intereses oscuros” que buscan debilitar su movimiento para regresar al período de los privilegios y de la corrupción. La “aparición” del documento en el cual se detallan las intenciones del “BOA” constituiría la prueba incontestable de que las advertencias presidenciales eran ciertas.

Para beneficio colectivo, el intento se montó de una manera tan burda que no parece tener posibilidades de éxito. Pero frente a esta circunstancia resulta obligado preguntarse por qué el Presidente de la República se atrevió a ser él mismo el portador del mensaje.

Una probable respuesta a dicha interrogante es que sólo él tiene –todavía– el capital político suficiente para lanzar al aire un anzuelo de este calibre y que una parte del público muerda la carnada.

En cualquier caso parece que se trata de un acto de extrema irresponsabilidad que debería conducir a cuestionar, con la mayor severidad, el compromiso democrático de un gobierno que hoy existe justamente porque en México el poder se renueva por medios democráticos.

EDITORIAL

Crisis en mineras

Dos de las empresas filiales de la acerera Altos Hornos de México (AHMSA) ingresaron ayer al proceso de concurso mercantil (mejor conocido como “bancarrota”) lo cual implica que dejarán de cumplir las obligaciones que tienen con sus acreedores, algo que seguramente agudizará la crisis que viven las regiones Centro y Carbonífera de Coahuila.

Minera del Norte (MINOSA, antes MICARE) y la comercializadora de carbón Corporativo Industrial Coahuila (CICSA) son las dos empresas filiales de AHMSA que han decidido acogerse a esta posibilidad, alegando que no pueden sostener sus operaciones.

Lo relevante aquí es la razón por la cual estas empresas han optado por recurrir a esta estrategia: la decisión de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) de modificar los contratos multianuales de proveeduría de carbón que tenían firmados con dichas empresas.

Como se ha informado puntualmente, la CFE decidió de forma unilateral, hace algunas semanas, que el precio pactado de un contrato de proveduría de carbón para sus plantas productoras de electricidad en el municipio de Nava se había registrado en condiciones de “desventaja” para la paraestatal, razón por la cual debía modificarse.

La empresa firmante del contrato reviró haciendo una contrapropuesta que, a juzgar por la decisión que ha tomado ahora, no fue aceptada por la CFE y ante ello ha preferido declararse en bancarrota.

Más allá de las cuestiones técnicas que implica la modificación de un contrato y el eventual cierre de empresas derivado de una contingencia, lo relevante en este caso tiene que ver con el impacto que sobre dos regiones de nuestra entidad se puede tener por las decisiones adoptadas detrás de un escritorio, en la ciudad de México, por ejecutivos de la CFE.

Porque independientemente de si los contratos -negociados en la administración de Enrique Peña Nieto- contienen acuerdos que pueden -o deben- ser discutidos, lo cierto es que hoy, con las decisiones tomadas por CFE, dos regiones de Coahuila pueden verse seriamente afectadas.

Nadie le pide al Gobierno de la República que “perdone” o “ignore” la corrupción del pasado; nadie le pide que deje de perseguir a quienes, a costa del erario público, han amasado fortunas personales. Pero lo que sí se le pide es que considere, en el contexto de las decisiones que toma, las repercusiones que para múltiples familias tienen las mismas.

Si los ejecutivos de AHMSA se coludieron con funcionarios del gobierno anterior, lo justo es que esos nexos de corrupción se investiguen y quienes tengan algo que responder frente a la justicia lo hagan. No debe haber impunidad para nadie en este tipo de actos.

Pero, al mismo tiempo, es importante evaluar el impacto que sobre la vida de múltiples personas tienen las decisiones del Gobierno de la República, pues mientras se determina si hubo o no corrupción, y en medio de los peores efectos de la pandemia del coronavirus, la suspensión de pagos de dos empresas ligadas a la acerera AHMSA pueden poner de cabeza la economía de miles de familias de la entidad.

EDITORIAL

Entramos a la segunda semana de la ‘nueva (a)normalidad’

Entender lo que ocurre en México –en relación con la pandemia del coronavirus– es, a estas alturas, sumamente difícil. Y lo es todavía más si uno toma como punto de partida el discurso gubernamental para luego contrastarlo contra las cifras que se informan diariamente.

Y es que el ingreso a lo que se denomina ahora “nueva normalidad” ha sido en nuestro País, al menos durante la primera semana, un auténtico desastre a juzgar por los números que ha proporcionado la propia autoridad.

Como lo hemos informado puntualmente en los últimos siete días, durante la semana que fue del lunes pasado al día de ayer, el equipo que encabeza el subsecretario Hugo López-Gatell ha informado de 26 mil 439 nuevos contagios y 3 mil 769 decesos, sumados los reportes de toda la semana.

Esto significa, de acuerdo con las cifras al corte de anoche domingo, que durante los primeros siete días de la “nueva normalidad” en México se ha reportado el 22.58 por ciento de todos los contagios y el 27.51 por ciento de todas las muertes provocadas por la pandemia.

En otras palabras, durante la primera semana después de que las autoridades sanitarias consideraron que era prudente levantar las medidas de confinamiento se ha reportado uno de cada cinco contagios y uno de cada cuatro decesos.

En este punto es preciso resaltar el uso de la expresión “se ha informado” pues, como ya se reconoció de forma explícita por parte de las autoridades, las cifras que se revelan diariamente no corresponden a personas a quienes se haya detectado el virus o que hayan perdido la vida en esa fecha, sino que pueden corresponder a hechos registrados, ¡incluso dos meses atrás!

Se trata del reconocimiento de que la información que se ofrece diariamente a la población es de pésima calidad y, además, que no puede ser utilizada para tomar decisiones, pues no refleja la realidad de lo que está ocurriendo en el territorio nacional con la propagación del coronavirus.

Y si a esto se agrega el hecho de que existe una “cifra negra”, es decir, un número de contagios no detectados –porque no se hacen suficientes pruebas–, así como un inaceptable número de muertes que tampoco han sido incorporadas a la contabilidad oficial, cada vez va quedando más claro que la “estrategia” gubernamental para hacer frente a la pandemia es cualquier cosa, menos algo que podamos calificar de éxito.

Así pues, con los peores datos desde que el SARS-CoV-2 llegó a México, arrancamos la segunda semana de la denominada “nueva normalidad”, un periodo que implica relajar aún más las medidas relacionadas con la movilidad social, lo cual parece el caldo de cultivo perfecto para que las cifras sigan escalando y la curva siga negándose a invertir su dirección.

Con ello, lejos de estarnos adentrando en una realidad que pueda ser caracterizada de “normal”, así sea distinta a la que conocimos hasta hace unas semanas, lo que tenemos frente a nosotros es más bien una “nueva anormalidad”, que es peor a cualquier otra cosa que hayamos vivido hasta ahora.

EDITORIAL

Los cuatro peores días: en la ‘nueva normalidad’

Las noticias respecto de la pandemia del coronavirus no han hecho sino empeorar en México durante la denominada “nueva normalidad”, de acuerdo con las cifras que diariamente dan a conocer las autoridades sanitarias en su conferencia de prensa vespertina.

Ayer, el subsecretario Hugo López-Gatell informó de 4 mil 442 nuevos contagios y 816 decesos adicionales, lo cual implica que en los primeros cuatro días de este mes se ha dado cuenta del 14 por ciento de todos los contagios y del 20 por ciento de todas las muertes.

Si se considera que, de acuerdo con lo que se ha explicado por parte de las autoridades sanitarias, los números reportados diariamente acusan un cierto “desfase” respecto del momento en el cual ocurrieron los contagios y las muertes, lo que parece muy claro es que los últimos días de la Jornada Nacional de Sana Distancia fueron particularmente desastrosos.

Y esto, desde luego, sin considerar que México es, entre los países con el mayor número de muertes por coronavirus en el mundo, el que menos pruebas por millón de habitantes está realizando y eso implica que existe una “cifra negra” de contagios no detectados así como de fallecimientos no asociados a la pandemia.

En otras palabras, lo que parece cada vez más claro es que, lejos de haber “domado” al coronavirus, el patógeno está causando estragos mucho mayores a los reconocidos por las autoridades sanitarias y que la estrategia empleada para contener la pandemia ha sido ineficaz, por decir lo menos.

No pueden leerse de otra forma las cifras: uno de cada siete contagios reconocidos se ha reportado en un periodo de cuatro días y eso implica que antes de concluir el primer mes de la “nueva normalidad” podría duplicarse el número de casos positivos en el País.

Por otro lado, uno de cada cinco decesos ha sido reportado en el mismo periodo, lo cual nos plantea la posibilidad de que al final de este mes nos acerquemos a la pavorosa cifra de 20 mil personas muertas a causa del SARS-Cov-2 en México.

Es imposible, viendo estos números, coincidir con el señalamiento presidencial de que “vamos bien” y hemos “aplanado la curva”.

Lejos de tal posibilidad, lo que se ve es un monumental fracaso en la estrategia sanitaria de esta administración y lo que puede preverse es un costo mucho mayor al que ya se acumula en términos de vidas humanas y consecuencias económicas.

No se trata, desde luego, de “alarmar” como afirmó ayer el presidente López Obrador durante su conferencia de prensa matutina. Esas son las cifras que proporciona su propio equipo, las personas que él ha puesto a cargo de informar todos los días sobre la evolución de la pandemia.

No es una “maquinación” ni animadversión hacia él o su movimiento. Es la cruda realidad retratada por la estadística, por los números fríos: el larguísimo periodo de confinamiento, que duró dos meses, no sirvió para contener la pandemia pues hoy estamos en el peor momento de esta.

Y si esa es la “nueva normalidad”, no faltarán voces que señalen que estábamos mejor, cuando estábamos peor.

EDITORIAL

Covid-19 es más letal en la nueva normalidad

Más de un mes después de que el presidente Andrés Manuel López Obrador comenzara a decir que en México “se ha domado la pandemia” –como un ningún otro lugar del mundo– arrancó el proceso de reactivación económica o, como se prefiere decir ahora, iniciamos el ingreso a “la nueva normalidad”.

En teoría, porque eso es lo que han dicho una y otra vez las autoridades sanitarias, el periodo previo, el del confinamiento más o menos forzado, tuvo como objetivo el reducir la velocidad de propagación del SARS-Cov-2, es decir, incidir en las cifras de contagios y muertes que se informan diariamente.

Esto último también tenía el propósito de evitar la saturación del sistema de salud, pues al disminuir el número de personas que requirieran hospitalización –particularmente quienes debieran ingresar a cuidados intensivos– se garantizaría que todas tuvieran la misma calidad de atención.

Sin embargo, en los primeros días de la “nueva normalidad” se ha reportado el contagio de 10 mil 574 personas y el número de muertes se ha incrementado en mil 799. Esto quiere decir que en sólo tres días de junio se ha informado del 10.44 por ciento de todos los contagios oficialmente reconocidos y el 15.34 por ciento de todas las muertes registradas por la pandemia.

Tan sólo ayer, las autoridades informaron de mil 79 nuevos fallecimientos, una cifra que es más del doble que la más alta reportada hasta ahora (el 26 de mayo, con 501 muertes) lo cual va a ubicar a la presente semana como “la más letal” desde que el coronavirus llegó a México.

Pero eso es exactamente lo que ha venido ocurriendo durante las últimas semanas: cada periodo de siete días registra una tasa de contagios y letalidad más alta que el anterior, lo cual demuestra, sin lugar a dudas, que la pandemia sigue cobrando velocidad en nuestro País.

El propio subsecretario López-Gatell debió reconocer ya que la enfermedad “no ha sido domada”, aunque con sus acostumbrados juegos de palabras se ocupó bien de no desmentir a su jefe, afirmando que López Obrador ha dicho que “se está domando” a la pandemia y eso, en opinión del epidemiólogo, sí es cierto, aunque los datos dicen claramente lo contrario.

López-Gatell ha dicho también que las medidas de control no se han terminado, sino que ahora han pasado “al control de los estados” porque cada uno padece “su propia pandemia” debido a que la propagación del virus se comporta de manera diferente en cada territorio.

En medio de la confusión en el discurso gubernamental, lo único que parece ir quedando claro es que “la nueva normalidad” es peor que la anterior, pues durante esta, el coronavirus está infectado a un número cada vez mayor de personas y está matando también a más mexicanos.

Se suponía que el confinamiento serviría para que “lo peor de la pandemia” pasara y cuando regresáramos a las actividades hubiera un número reducido de personas capaces de contagiar a otras. Las cifras dicen que ocurrió exactamente lo contrario y casi 12 mil cadáveres son el trágico testigo de esa catastrófica realidad.

EDITORIAL

Los sin ingreso

Los estragos más fuertes que la pandemia del coronavirus está causando en el mundo, se ha repetido de forma insistente en las últimas semanas, se registran en el terreno económico. Y en dicho campo la pérdida de millones de puestos de trabajo es, sin duda, la consecuencia más preocupante.

En México, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), tan solo durante el mes de abril la pandemia dejó sin ingresos a más de 12 millones de personas, la inmensa mayoría de los cuales se ubican en la economía informal.

Esto, de acuerdo con los resultados arrojados por la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo publicada ayer por el Instituto y según la cual, el índice de participación laboral en nuestro País disminuyó de 59.8 por ciento en marzo, es decir, antes de que nos golpeara la pandemia, a 47.5 en abril.

El referido índice considera que la población económicamente activa está integrada por todas las personas mayores de 15 años, de las cuales unos 12.5 millones dejaron de estar en esa categoría en abril, “principalmente por encontrarse en un estado de suspensión laboral temporal ocasionado por la cuarentena”, de acuerdo con el Inegi.

El ejercicio realizado por la institución no es necesariamente comparable con las ediciones anteriores de la misma encuesta debido a que, también producto de la pandemia, esta vez debió realizarse por teléfono, lo cual implica que tiene algún sesgo que es necesario considerar a la hora de emplear los datos para tomar decisiones.

Sin embargo, se trata de un buen indicador que permite evaluar el impacto que la pandemia ha tenido en la economía, particularmente en algunas áreas, como la industria restaurantera, en donde 2.6 millones de personas se habrían quedado sin ingresos en el periodo señalado.

Por otro lado es necesario tener en cuenta que solamente se está evaluando lo ocurrido el mes antepasado y todavía es necesario considerar los empleos que se habrían perdido en mayo.

No estamos hablando pues de cifras menores, sino de un gigantesco impacto del que aún hace falta evaluar con detalle los datos desagregados, particularmente los relativos a empleos que no serán recuperados porque las empresas que los ofrecían simplemente no pudieron soportar la presión económica que implica sostener altos costos fijos sin ingresos, razón por la cual han cerrado definitivamente.

Adicionalmente, el hecho de que las actividades hayan comenzado a reactivarse este mes no significa que las cifras negativas de la economía se revertirán, pues múltiples áreas productivas continúan detenidas y eso implica que cientos de miles –o millones– de personas siguen sin poder recuperar el ingreso que perdieron en los meses anteriores.

Y si el Gobierno de la República insiste en su estrategia de solamente subsidiar a las personas más vulnerables –lo cual es correcto, desde luego– sin voltear a ver a quienes les proporcionan empleo, es predecible que los estragos económicos de la pandemia no harán sino profundizarse al correr de las semanas.

EDITORIAL

Nueva normalidad

La “Jornada Nacional de Sana Distancia” ha concluido y a partir de hoy el País intentará ingresar a lo que todo mundo llama ahora la “nueva normalidad” pero que no termina de quedar claro exactamente qué significa. O al menos no parece estar claro que signifique lo mismo en todas partes.

Y es que la semana que concluyó ayer ha sido la peor en términos de contagios y personas muertas por el coronavirus en México, acumulando 22 mil 44 nuevos casos confirmados y 2 mil 536 fallecimientos.

Lejos de que podamos observar una “curva aplanada”, como se empeña en repetir el presidente López Obrador desde hace cinco semanas –específicamente desde el 26 de abril pasado, cuando por primera ocasión aseguró que en nuestro país se ha “domado” a la pandemia– lo que vemos es una curva en ascenso permanente.

Todas las cifras y toda la experiencia acumulados en los meses que la humanidad lleva lidiando con este virus reman en sentido contrario al discurso presidencial. Incluso los especialistas que el Presidente ha puesto a informarnos de manera cotidiana advierten que podríamos sufrir un rebrote, “si las reglas no se siguen”.

El problema es que las reglas no están claras y, sobre todo, los distintos órdenes de gobierno están tomando medidas que colocan a la población ante una situación imposible de resolver: por un lado, se ha decidido no reabrir las escuelas ni las guarderías, pero por el otro se le está pidiendo a los padres de familia que regresen a sus lugares de trabajo.

Por otra parte, las voces de especialistas coinciden en reconocer lo que todos hemos podido atestiguar: el confinamiento fue sólo parcial y en fechas específicas como el Día del Niño y el de las Madres, la movilidad fue muy alta y eso muy probablemente explica el crecimiento de contagios de las últimas dos semanas.

Finalmente, las medidas que se están adoptando para la “nueva normalidad” son contradictorias, pues mientras el Gobierno de la República ha puesto en marcha un “semáforo” para informarnos de la situación en la que se encuentra cada entidad de la República, diversos gobiernos estatales han dicho que ese modelo no aplicará en su territorio.

Así pues, en medio de la confusión y del peor momento de propagación del virus, el País se dispone a retomar actividades en múltiples áreas productivas como si realmente nos encontráramos en el declive de la pandemia, algo que diferentes estudios proyectan podría ocurrir a finales de este mes.

La vida debe continuar, sin duda, y no podemos prolongar el confinamiento de manera indefinida pues ello terminaría por hundir la economía. El problema es que la estrategia empleada por el Gobierno de la República para hacer frente a la pandemia claramente no ha funcionado y el riesgo al que cada uno de nosotros está expuesto es hoy más alto que nunca.

Casi 10 mil personas –en la cuenta oficial– constituyen la trágica evidencia de que en México las cosas no van bien. Por ello resulta imposible confiar en que la “nueva normalidad” nos depare mejores noticias a partir de hoy.

EDITORIAL

2020: perderemos empleos, ¿ganaremos felicidad?

A despecho del señalamiento insistente del presidente Andrés Manuel López Obrador, en el sentido de que “vamos bien”, los pronósticos respecto del devastador efecto que sobre la economía tendrá la pandemia del coronavirus no hacen sino acumularse.

Dentro y fuera de México las voces expertas coinciden: este año sufriremos la peor pérdida de empleos de la historia y eso se reflejará, entre otros indicadores, en un decrecimiento del Producto Interno Bruto, que bien podría ser de dos dígitos, el mayor descalabro desde que en el mundo se mide el crecimiento de las economías a partir de dicho parámetro.

El Banco de México (Banxico) se sumó ayer a las voces que ven con pesimismo el futuro inmediato, proyectando un decrecimiento de hasta 8.8 por ciento en el PIB de este año y la pérdida de hasta un millón 400 mil empleos formales.

El anterior, es importante destacar, constituye el peor de tres escenarios presentados por el banco central de nuestro País, cuyos directivos advirtieron que en el contexto actual es muy difícil realizar un pronóstico puntual debido a lo cambiante de la situación.

Pero incluso en su escenario más optimista, Banxico pronostica una caída del PIB de 4.6 por ciento, lo cual deja claro que, al finalizar este año, México habrá ligado dos años consecutivos de contracción económica.

Lo peor de todo es que, de acuerdo con la institución, las malas noticias no acabarán este año sino que seguirán en 2021, periodo durante el cual aún podríamos sufrir una pérdida adicional de puestos de trabajo.

Respecto de esta poco promisoria realidad es indispensable decir que, aun cuando lo que está ocurriendo este año es atribuible en gran medida a la llegada del coronavirus, la estrepitosa caída que seguramente sufrirá nuestra economía se debe también a que ya estábamos mal antes de que iniciara el 2020 y la pandemia apareciera en el horizonte.

No debe olvidarse que en el 2019, cuando López Obrador sostuvo reiteradamente que la economía crecería al 4 por ciento, no solamente estuvo lejos de acertar, sino que decrecimos 0.1 por ciento.

Ahora, cuando todos los pronósticos apuntan a uno de los peores desempeños de la historia reciente, el Presidente ha dicho que ya no debemos voltear a ver indicadores como el PIB, sino que es necesario “construir” un nuevo modelo para definir el desarrollo. Uno centrado en medir la felicidad.

¿Es posible que cientos de miles de familias sean felices a pesar de haber perdido su fuente de ingresos y eso los condene a pasar varios años de penurias materiales antes de recuperarse? En términos teóricos sí, pero eso habrá que preguntárselo a quienes se encuentren en esa situación.

Por lo pronto, lo que el discurso presidencial promete es que, aun cuando tengamos una economía terriblemente deteriorada, seremos capaces de sonreír y ver con optimismo el futuro. En otras palabras, perderemos el empleo y nuestra situación material empeorará, pero seremos más felices.

Es, por decir lo menos, sorprendente que durante tanto tiempo nos hayamos esforzado en alcanzar el mismo resultado, pero por el camino opuesto.

EDITORIAL

La danza de las cifras

Las cifras de muertes y contagios por coronavirus pasaron de ser una información útil cada día para convertirse en un debate ideológico. Hoy medir las muertes dejó de ser una dato necesario en la toma de decisiones de los gobiernos para convertirse en un campo de batalla, en una forma de evaluación del desempeño gubernamental en el manejo de la pandemia. No tengo duda que el primero, como siempre, en hacer uso de los datos para decir que “vamos muy bien” fue el Presidente, pero eso desató una ola de desinformación cuyo efecto puede ser una parálisis por desconocimiento, o peor, una incremento en los contagios por falta de credibilidad en las instituciones.

Ningún país ha podido tener un dato fidedigno de cuántas personas mueren a causa de este virus. Todos los días hay correcciones al alza porque poco a poco las instituciones, paralizadas por el virus, van teniendo más capacidad de generar esos datos. En México sabremos exactamente cuántas personas murieron a causa del virus cuando comparemos actas de defunción de un año a otro y sin duda, insisto, cómo ha sucedido en todo el mundo, serán muchas más de las reportadas en las rueda de prensa de la tarde. Todo el modelo de prevención y cuidado de la Secretaría de Salud tiene por objeto sí que se muera el menor número de personas, pero sobre todo que no se muera por falta de atención hospitalaria. Por eso el objetivo desde le principio ha sido manejar la pandemia de manera que no se sature el sistema hospitalario.

El dato de muertes y contagios de cada noche es muestral, un termómetro para que las autoridades de salud tomen decisiones. No es que de lo mimo si los muertos son 8 mil o 40 mil, pero el dato de cada noche junto con la saturación hospitalaria es la guía de la toma de decisiones. El problema es que esos datos, que lo importante es que sean consistente en sí mismos, se usen para presumir que vamos mejor (como lo hizo el Presidente) o peor (como se ha hecho en varios medios) que otros países. Convertir el dato de referencia en verdad absoluta, dogma de fe o fuente de duda sólo ha llevado a una absurda politización de la pandemia. El caso más claro es la dificultad para establecer un semáforo nacional pues los gobernadores, no sin razón, pero sobre todo con motivaciones políticas, ponen en duda las decisiones del Gobierno federal.

El principal riesgo de salud hoy por hoy es el manejo político de la pandemia. La destrucción de la confianza baja las defensas sociales y para la etapa de regreso a las actividades que viene a partir del lunes eso es (quizá tendríamos que decir era) lo más importante. Reabrir la economía en medio de tanta incertidumbre y desconfianza en la información hará mucho más complejo el manejo de la epidemia.

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