Rubén Martín
La conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlan el pasado 13 de agosto ha provocado un intenso y, en ocasiones, alocado debate sobre el significado de ese hecho histórico. Tradicionalmente la historiografía predominante, y en buena medida la educación nacionalista mexicana, reivindicaba esa fecha como el día de la gran derrota no solo de los mexicas, sino como la Conquista de toda Mesoamérica. Se interpretaba la caída de la gran Tenochtitlan como el sometimiento de todo el territorio de lo que hoy nombramos México, lo que provocaba un reduccionismo mayúsculo al generalizar a los cientos de pueblos mesoamericanos en la nación mexica.
Por fortuna, la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlan ha alentado otra visión, otra propuesta historiográfica en la que precisa que la derrota de los mexicas no fue la derrota de todos los pueblos mesoamericanos, y que incluso esa batalla por la capital azteca fue a su vez la victoria no de los españoles sino de otros pueblos como los tlaxcaltecas que tenían su propia rivalidad con los aztecas, como ha reivindicado el historiador Federico Navarrete.
De hecho, la idea predominante de la caída de Tenochtitlan como la gran Conquista de todo Mesoamérica no nació en 1521 sino siglos después, ha señalado Navarrete: “La idea que tenemos ahora de la conquista ‘española’, una victoria absoluta y definitiva de unos cuantos soldados españoles y su valiente capitán que derrotaron al ‘imperio azteca’ con la ayuda, siempre secundaria, de sus ayudantes indígenas, no sería inventada sino hasta el siglo XVIII y en el México independiente y poco tiene que ver con lo que pasó entre 1519 y 1521”.
Tras la caída de la capital azteca, lo que ocurrió es que la expansión del imperialismo español tardó décadas en afianzar su dominio, pero no sin encontrar la resistencia y la rebelión de cientos de pueblos del territorio mesoamericano. Sin exagerar, hubo miles de revueltas, rebeliones y guerras mediante las cuales los pueblos mesoamericanos se resistieron el dominio extranjero. Aquí cito algunos expertos que dan cuenta de estas miles de rebeliones que se extendieron por siglos por todo lo que era llamada la Nueva España.
Según Carlos Durand Alcántara fueron miles los enfrentamientos armados que existieron entre los pueblos indígenas y los españoles. Un estudio centrado únicamente en la región norte de Nueva España, elaborado por Mirafuentes Galván, encontró al menos 550 luchas indígenas entre 1680 y 1821. Es fácil proyectar a miles las luchas y resistencias de los pueblos mexicanos si ampliamos el recuento al menos al inicio de la conquista (1521) y la extendemos a todo el territorio que la Corona española fue despojando, desde su llegada a este continente, a los pueblos mesoamericanos.
De acuerdo con una “breve cronología de las rebeliones y luchas indígenas más importantes librada en México entre los años 1523 y 1775”, Durand registra al menos 88 episodios de resistencias, en recuento basado en una revisión extensa de repositorios en el Archivo General de la Nación (AGN) y en la consulta de una parte importante de la historiografía que se ha dedicado al estudio de las resistencias de los pueblos originarios. Los pueblos indios resistieron la dominación española mediante una diversidad de estrategias de resistencia, refiere Durand, entre ellas: 1) el sitio, 2) la guerrilla, 3) la negación del tributo, 4) levantamiento de trincheras en lugares inaccesibles, 5) la emboscada, 6) y la rebelión.
Por su parte, el gran historiador austriaco Friederich Katz planteó que los pueblos que habitaron lo que llamamos México se destacan del resto de las naciones de América Latina por un mayor numero de revueltas campesinas y que dicha rebeliones están presentes incluso antes de la conquista española. “¿Son únicos los campesinos mexicanos dentro de América Latina en términos de su proclividad a la revuelta? Lo han sido en épocas limitadas de la historia de México: tal vez los cinco siglos que precedieron a la conquista española de México, los años que van de 1810 a 1820 y de 1840 a 1870 lo que ante todo distingue a los campesinos mexicanos no es tanto el número de sus levantamientos como su grado de participación en las revoluciones nacionales (Katz, 1990: 23).
Katz sostiene que la conocida alianza entre algunos pueblos del centro de México con los españoles para enfrentar a los aztecas fue en realidad un “levantamiento popular contra la élite gobernante prehispánica”. Para este autor, las revueltas que dieron fin al dominio azteca en el México hacia la llegada de los españoles fueron semejantes a las revueltas rurales ocurridas entre 1810 y 1934. Otro patrón de las revueltas y rebeliones indígenas y campesinas que establece Katz es que en México (a diferencia de Perú con los pueblos incas) hubo más paz y estabilidad en la mayor parte del territorio y tiempo colonial, debido a que la Corona española decidió conservar las comunidades indígenas por dos razones: para hacer contrapeso a los terratenientes españoles y mexicanos, y para quedarse con los tributos y el trabajo que le proporcionaban los pueblos libres.
No obstante, esa Pax Hispánica se resquebrajó hacia fines del siglo XVIII cuando la Corona española, en crisis financiera y política, intentó aumentar la explotación y la tributación de los pueblos indios. Tras la independencia, alcanzada en buena medida justo por la revolución campesina, el naciente Estado mexicano debilitado y aliado a los hacendados y despojadores de tierras, no pudo contener otro ciclo de revueltas campesinas a lo largo del siglo XIX y que luego derivó en la revolución mexicana.
Pero no toda Mesoamérica vivió el mismo patrón. Los pueblos “fronterizos de Nueva España”, y en él se incluye el occidente mesoamericano, vivieron una “violencia endémica”, es decir, las revueltas se mantuvieron constantes. Una muestra de esa tenaz resistencia, señala Katz, es que si bien “la mayoría de los rebeldes campesinos sufrieron derrotas militares” hubo “excepciones notales” como las comunidades rebeldes de las riberas del lago de Chapala (Katz se refiere al sitio de la isla de Mezcala mantenido por los insurgentes de fines de 1812 a fines de 1816), la tribu yaqui de Sonora y los mayas de Yucatán.
Sirvan estos pasajes de estos historiadores para abonar al debate de que lo que ocurrió el 13 de agosto hace 500 años no fue un proceso único que culminó con la Conquista de todo el territorio mesoamericano por un puñado de españoles. Lo que ocurrió hace 500 años fue el comienzo del intento de conquistar todo un gran territorio por una potencia mercantilista europea en expansión, y las miles de resistencias que encontraron de parte de los pueblos que habitaban estas tierras. En retrospectiva, como ahora están planteando los zapatistas en su travesía por la vida por tierras europeas, muchos pueblos mesoamericanos que ahora están dentro del Estado mexicano pueden proclamar altivamente: “Nunca nos conquistaron”.
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