Jorge Luis Reyes López
El golpe sobre el trozo metálico de un riel que colgaba, producía un sonido claro, fuerte y agudo. Era la señal esperada para que los pipiolos abandonaron atropelladamente el aula escolar buscando el espacio abierto, localizado en el centro de la escuela, como un patio interior. Ahí, el recreo se vivía de diferentes maneras. Niños colgados de los volantines girando alrededor de un poste hueco de acero, mientras otros pequeños formados en círculos, ansiosamente esperaban su turno. En otro espacio la diversión estaba en el sube y baja; la resbaladilla y los columpios resultaba insuficientes ante la demanda infantil. En el patio había una gruesa capa de arena qué servía para usos múltiples: un cuadrilátero improvisado para boxeadores amateurs; para bailar los trompos; jugar a la pítima; competir con rayuelas; saltar el burro; correr al burrión, burrión. La imaginación no era escasa. Los escolapios regresaban a casa todos nejos, chorreados y a veces con las vestiduras rasgadas. No faltaba algún chichón, un ojo lastimado o quizá uno que otro descalabrado. Parecía insuficiente el patio para albergar a una población de estudiantes que excedían el centenar de alumnos en sus seis grados de educación primaria, impartidos por la escuela más antigua de Zihuatanejo, la Vicente Guerrero. De todo el caos intergrupal nacían las amistades, los desencuentros ocasionales, los sobrenombres tempraneros y las esperanzas camineras, aquellas que acompañan al camino de la vida.
Corría la década de los años sesenta. El estatus social del pueblo de Zihuatanejo, casi no se reproducía al interior de la escuela. El carácter de cada chamaco le permitía mantener su rumbo, andar su propia senda. Ahora esos estudiantes sobrepasan los setenta años.
En una de las mesas de un restaurante en la playa de La Madera, cuatro viejos camaradas esperan al quinto convocado, y de mayor edad. Pocas mesas ocupadas. Próximos a ellos, una pareja de visitantes extranjeros, adultos mayores vigorosos, parecen absortos en su conversación. El ambiente es festivo, tanto por la razón de la reunión, como por el desparpajo alegre de los setenteros. Están ahí para compartir con un colega de algunos ayeres al que unos no han visto en los últimos sesenta años. Tres varones evidencian los vendavales del tiempo que implacable arrasó con buena parte de sus cabelleras. Los colores de la piel van de un canela tostado hasta un lechoso espeso. Uno perdió un ojo y salió triunfante de un infarto. Nada le quita el brío, ni el placer por disfrutar la vida. Hombre de mar, activo. Capitán de su destino y de su propio bote de pesca deportiva. Su piel rugosa es testimonio del sol inclemente que cada jornada lo abraza. Nada le quita el sueño. Su playera blanca, trae del lado del corazón el nombre de su lancha.
Desde afuera, sin que lo vean, Serapio disfruta atento, mirando a ese grupo de chiquillos longevos. No pierde detalles del puberto cuya barba canosa tiene forma de candado. Ese rostro refleja felicidad dibujada por una sonrisa que amenaza convertirse en carcajada. Festivo como es, trae una playera de colores azul cielo, azul intenso y verde tierno, en franjas horizontales. El frente y la frente ¡ sin novedad ! En divertida y graciosa huida, el blanco cabello se retiró y se atrincheró en las sienes y nuca. Sus ojos rasgados le dan un aire oriental. Es un pensionado de la milicia del mar. Contralmirante. Con tiempo suficiente para devorar libros, no para comerlos como presas, si no para trocarlos en sus compinches. Bohemio perpetuo. Ahora los ojos de Lapo se posan en el güerito de playera roja. Cronos también le dio su sacudida. Seguramente la borrasca de los años pasados, como si de un tornado se tratara se aposentó en el centro de su cabeza haciendo estragos, sin misericordia alguna de su cabellera, para su consuelo los sobrevivientes se refugiaron en los costados y nuca. A él le celebran los amigos la fortuna de verlo después de tantos años de ausencia. El cuarto de los amigos es trigueño, del color del trigo maduro. Es de boca grande y trompudo. De sonrisa fácil. No desentona en el ambiente.
Desde afuera el abuelo no pierde detalle mira al grupo feliz. Le intriga la pareja de extranjeros que disimuladamente observan lo que pudiera ser una reunión preliminar para planear un asilo a sus medidas. Un asilo que nadie piensa utilizar en los siguientes treinta años.¡ Vaya espíritu el de estos mozalbetes ! . El ruido a sus espaldas hace voltear a Lapo y distingue al quinto de los amigos que se aproxima al lugar esperado. Profesor de educación física, ya jubilado. Porta una playera verde con letras grandes, divididas en tres sílabas verticales qué dicen IXTAPA. La cabellera completa. Nada blanco pinta su cabeza ¿ será ? . El pelo lacio, engomado, peinado hacia atrás. Junto a su fosa nasal izquierda se distingue una berruga que resalta más cuando sonríe. Camina con lentitud, ayudándose con un bastón. Al entrar al restaurante, se lleva el dedo índice de la mano izquierda a la boca, reclamando silencio cómplice a sus camaradas qué lo ven entrar, no así el güerito que está de espalda. Lapo pendiente, mira al profesor y a los extranjeros, que entre divertidos y sorprendidos siguen la escena. ¿ Qué travesura hará el profe ? , se pregunta el abuelo. A su caminar lento, el recién llegado agrega una imitación de pordiosero, extiende la mano izquierda como pedigüeño, discretamente, en silencio se acerca a su víctima. ¡Cómo es méndigo este mendigo, piensa y ríe el abuelo! Al llegar con el güerito, el profesor suavemente, pero con energía, empuja el hombro derecho de Nacho, ante las sordas y pícaras sonrisas de Gabriel y de Nico. Sorprendido, el empujado gira la cabeza en dirección a Rubén, mirando hacia arriba desconcertado. El profe no pudiendo contenerse estalla en carcajadas escandalosas. El güerito se para rápidamente y al identificar al bromista se funden en un abrazo, mientras uno a otro se llama por sus sobrenombres de la niñez: cuadrúpedos de genero diferente. El intenso momento es capturado por la cámara del teléfono celular de Kyle Westphal , ante la sonrisa complaciente de su esposa Tracy. El resto de los compañeros se levantan celebrando a carcajadas la ocurrencia de Rubén, el profe.
En las siguientes tres horas, los amigos intentaron ponerse al corriente del pasado y del presente de cada uno de ellos, dejando el futuro en manos de la providencia, pero deseando que no se le olvide el deseo de ir al asilo después de los próximos treinta años. Los amigos traen un vasto menú de recuerdos ¿sabías que fulana estaba enamorada de ti? , le pregunta Gabriel a Nacho. ! ¡No, le responde! ¿Cómo imaginarlo o pensarlo, si ella pertenecía a las alturas sociales?
La charla seguía, pero tiempo era de pagar y despedirse. El mesero llega diciendo, la cuenta está pagada. Nacho había solicitado pagar y no aceptaba negativas. Incómodo pensó en algún truco de los amigos para evitar que pagara, acrecentando su desconcierto. Entonces el mesero aclara: la cuenta la pagó el señor Kyle. Sorprendido el grupo preguntaba ¿ porqué? ¿ quienes son ?. Enterado de la razón de la reunión Kyle se emocionó. Sus ojos se enrojecieron al punto del llanto y quiso así rendir un homenaje a la amistad, sumándose a una coyuntura amorosa de amigos de la infancia.
Tracy y Kile Westphal,ciudadanos de Redding, California, se habían retirado sin ser notados, dejando abierta la puerta para ser correspondidos, en un preludio de una nueva amistad.