Jorge Luis Reyes
Ese domingo por la mañana , parecía un domingo más. Pronto la impresión de rutina se desgarró dramáticamente: al teléfono la madre del niño ,se le oía llorar. Seguramente el doctor tomó el teléfono y sin rodeos dijo: lamento decirle que el niño sa ha vuelto intolerante a la leche. No tenemos en el mercado nacional una leche más ligera que le ayude al estómago del bebé. La única solución segura es una leche qué venden en Estados Unidos. Se llama Pregestimil. ¡ consígala, y sin duda alguna el problema se resuelve ! . El padre temblaba y sudaba. Con trabajo, con mucho trabajo hablaba. Pidió platicar con la esposa ,intentó apaciguar su ánimo . Todo estará bien. Salgo en este momento a Matamoros. Cruzo la frontera y compro la leche en Brownsville, Texas. Colgó. Lo ultimo que escuchó fueron los sollozos ahogados de la madre atormentada.
Atrás del volante del viejo Safari, enfiló a Matamoros. La radio anunciaba la entrada de un posible huracán a la ciudad. Eso no le preocupaba al conductor. Iva pensando como pasar la frontera sin pasaporte, sin visa. Había que recorrer mas de 440 kilómetros de carretera sin fin, donde el sueño era un serio peligro. Las distancias extremadamente largas de las rectas, con escasas curvas, inducían a la somnolencia. Viajaba solo. El huracán Allen amenazaba al Golfo de México . A las cuatro de la tarde entraba a Matamoros. Todo se veía agitado: el viento, la gente, el tráfico . Durante el viaje se preguntaba una y otra vez ¿ que había pasado ?. Ahora buscaba la respuesta para lograr su cometido. No conocía la ciudad. Preguntó como llegar a Brownsville. ¿ También usted cruzará la frontera ?. ¿ También….? ¿ y si ese era el camino que Dios le señalaba ? . ¿ También? ¿ Porqué me lo pregunta? . Ante la amenaza del huracán, las autoridades de browsville han abierto la frontera, para que los mexicanos que quieran protegerse esta noche , lo hagan en su ciudad. ¡ No había que pensarlo ! Nunca había tenido interés por conocer ciudad alguna de los Estados Unidos, pero hoy, hoy era otra cosa. Dejó el carro cerca del cruce. Verificó su cartera y avanzó decidido. El paso estaba franco . La gente caminaba apretujada. Casi nadie salía de Brownsville. Así de franco , caminó sin temor hasta encontrar la primera farmacia. Ahí adquirido dos cajas de botes de leche y regresó por el mismo camino. Acomodó las cajas en el asiento trasero del Safari y se dispuso a viajar al aeropuerto y esperar que el huracán no tocara tierra y que pudiera obtener un espacio para volar a la ciudad de México. Dejaría el vehículo en el estacionamiento y regresaría en avión , una vez que todo se resolviera. De Matamoros haría nuevamente el otro retorno, manejando hasta la capital del país. El huracán no tocó tierra, pero los vuelos se suspendieron. No le importaba, tenía espacio para el otro
día por la mañana y lo mas importante , había obtenido la preciada leche. Ya en el aeropuerto de la gran urbe toma un taxi en dirección a la colonia Roma. Subió a saltos la escalera del hospital y golpeando la puerta de la habitación exigía que la abrieran. La madre del niño solo pregunto ¿ lo lograste ?. Pronto se iniciaron las primeras tomas de leche, que el bebé parecía disfrutar. Había que esperar el resto del día y al siguiente también. Todo de maravilla. Era necesario regresar por el carro y de inmediato emprender otra vez, el camino de vuelta a la ciudad de México, pero ahora manejando por carretera. Nuevamente los estragos físicos se notaban en la humanidad materna. Necesitaba urgentemente ser relevada. Por lo pronto la niña lo acompañaría para que la madre tuviera un poco de menos estrés.
Padre e hija , bajan del avión e inician el viaje Matamoros- Ciudad de México. Ella en el asiento de atrás y en el asiento del copiloto, ropita, y comida para la niña. El primer tramo lo harían de Matamoros a Tampico. Calculaba seis horas de camino . Si comían sin bajarse del carro, podían llegar antes de las cinco de la tarde a Tampico. Descansar un poco y comer, para continuar la travesía. La ruta trazada después de Tampico, era pasar por Pánuco Veracruz, de ahí subir a Pachuca, Hidalgo y finalmente llegar a la ciudad de México. El recorrido total desde Matamoros llegaría a poco más de 900 kilómetros. Un largo viaje , con una niña de tres años a quien cuidar sin descuidar el volante. A las seis de la tarde salieron a Pánuco. En Tampico había comprado alimento y agua para no detenerse en el camino , salvo para cargar gasolina. En los primeros 45 minutos estaban pasando por Pánuco. De seguir así, calculó , podrían llegar a la ciudad de México entre una y tres de la mañana. Estaba cansado, pero libre de mortificación, su hijo estaba en recuperación irreversible. Todo era cuestión de tiempo, paciencia y mucho cuidado con el menor. Lo difícil había quedado atrás. Solo ansiaba llegar a casa sin contratiempos y dormir . La niña preguntaba cualquier cosa. No tenía conciencia de lo cerca que estuvo la familia de vivir una tragedia. Ocurrente , de todo reía.
El padre colocó las ventanillas de plástico del Safari, previendo que el clima bajaría en la medida que ellos subieran la montaña. Deseaba no encontrarse con niebla a esas alturas. Los faros del vehículos no eran los apropiados para penetrar la niebla, sobre todo si fuera densa , algo muy común en la zona alta de la huasteca .Después de las primeras dos horas de manejar al salir de Pánuco, empezó a sentir una suave pesadez en los párpados. Una sensación francamente desagradable. La niña , con un pañal desechable, renegaba de la ropa, riéndose, siempre riéndose. No la convencía de que usara el pants y la sudadera. Le había acomodado su aposento incluyendo una almohada, pero la criatura era testaruda. Prefería hablar. Afortunadamente no se acercaba al volante. No traspasaba los límites de su territorio: el asiento trasero. La carretera estrecha y sinuosa , era atravesada por girones de niebla traslúcida . No parecía buena señal el viento y la niebla a baja altura. Faltaba subir y atravesar la zona espesa de árboles. Cada vez sentía más sueño. Calculó que no soportaría mucho tiempo manejando. Necesitaba parar y descansar. Elegir un lugar donde detenerse era un galimatías. Esta carretera no tenía márgenes de acotamiento. Eran muchas curvas. No había poblaciones cerca.
Tampoco se veía algún socavón donde guarecerse. Ahora la niebla era más pesada, obligando a tener más precaución al conductor , y a reducir la velocidad. No pasaban carros por el otro carril. Dudó si había tomado el camino correcto. Nunca antes lo había transitado de noche. Al salir de la curva lo miró. Ahí había un lugar para orillarse. La pared del socavón estaba cubierta de muzgo .El aire húmedo y frío. Para el motor de la maquina . Necesitaba orinar .Se pone la chamarra de pana, forrada de lana en el interior
y se asegura que la niña esté bien cubierta. Le pregunta si no quiere hacer sus necesidades. Solo cámbiame el pañal. Así lo hace , luego la viste y decide alteran los planes: comerán primero algo de lo que compró en Tampico. Satisfecho baja del auto y vacía la vejiga. Se introduce al carro y se acomoda en el asiento trasero, asegurando antes, todas las puertas. El machete costeño en su funda, lo pone a distancia de su mano. No supo en que momento se apoderó de él el sueño. No tenía idea de cuanto durmió. Solo supo que una risita infantil sonaba sin parar, y en su vientre , unos piececitos descalzos saltaban como resortes. Era su hija sin ropa. Solamente con el pañal puesto. No entendía nada. Hacía frío y la niña saltando y riendo sin mortificación alguna. De pronto se apoderó de su alma un miedo que amenazaba en convertirse en terror. ¿ Qué pasó hija, porqué te quitaste la ropa ? Quería jugar y tenía calor. Instintivamente miró en todas direcciones. Tomó el machete. La luna brillaba, formando una combinación de colores extraños al fundirse con la niebla .
El temor crecía. La certeza de que su hija y él corrían peligro mortal lo tornó ansioso. Quería salir lo más pronto posible de ese maligno lugar. Escudriñó con cuidado la vegetación a su alrededor. Aguzó el oído esperando oír algún sonido familiar o no. Quizá un animal desconocido. Hombres acechando. Nunca había sentido tal miedo en su vida. Le pide a la niña que se acueste y que no se levante hasta que se lo diga. Se pasa al asiento del volante y descansa el machete en el asiento del copiloto. Quiere bajar y otear de cerca. El instinto se lo impide. Siente la presencia del mal, pero no puede verlo . La piel erizada y un sudor anormal para el frío circundante le provocan náuseas. No puede vomitar, no delante de su hija. Necesita vencer al terror y estar atento a la seguridad de la niña. La voz interna lo apremia a huir. Enciende el motor y las luces. Entonces el grito interno de su conciencia estalla en alaridos diciendo , ¡ ya, ya, lárgate, acelera, no te detengas ! ¡ ya, ya, no esperes más , el tiempo puede ser vida o muerte ! El motor desbocado saca al zafarí del socavón y lo. Pone en el asfalto. La pequeña no se ha movido, ni ha hablado. No ha salido ruido alguno de su boca.
El padre sigue asustado. Entre la niebla y las curvas , el carro zigzaguea dando bandazos, alejándose loca , pero firmemente del lugar equivocado. Sin mirar a la chiquilla que es sacudida por los bruscos giros del volante, le pide que no hable, que no se levante hasta que él se lo pida. En la medida que se alejan del socavón la calma retorna hasta llegar al punto de sentirse libre, seguro, feliz. Las luces de un poblado aparecen abajo como un resplandor de vida. Al legar a la orilla se para en la primera farola. Desciende del vehículo y amorosamente abraza a la niña . No habla , solo la acaricia y agradece a Dios poder tenerla entre sus brazos y pronto hacer lo mismo con su hermano .