EDITORIAL

Mezquindad

Las situaciones límite desnudan a los seres humanos. Es fácil ser amable y ofrecer el lugar cuando el lugar importa poco o ceder el paso cuando tenemos tiempo de sobra. Pero frente a la escasez y el peligro muchas personas se convierten en la peor versión de sí mismas; la pandemia lo está mostrando. ¿O cómo entender que en un Oxxo se golpeé a una enfermera que entró a comprar un café tras una jornada infernal salvando pacientes? Su pecado, a ojos de quienes le fracturaron dos dedos, es que su sola presencia los ponía en riesgo a todos.

La mezquindad no reconoce condición social, nivel educativo o zona geográfica. La decencia y la solidaridad ni se enseñan ni se compran. En los barrios ricos y en los barrios pobres, entre gente sin primaria y gente con posgrados, hay hombres y mujeres solidarios, pero también los hay de una ruindad deplorable. La miseria no te convierte en mejor persona moralmente y ser rico no te hace generoso, está claro.

La conversación pública y las redes sociales se han enfermado de un discurso de odio y descalificación que responde al miedo, hasta cierto punto natural, pero también a la acción de actores políticos dispuestos a sacar raja de la tragedia. Medios de comunicación y periodistas que perdieron sus privilegios, partidos y políticos desbancados del poder, empresarios inconformes con la 4T.

Es comprensible, desde luego, la preocupación de los ciudadanos cuando se preguntan si las autoridades conducen la mejor estrategia posible para combatir al virus y su propagación.

¿Que el gobierno lo puede hacer mejor? Seguramente. Pero es un hecho que lo hará peor si sus críticos se aseguran de descalificar todos y cada uno de los pasos y medidas anunciadas. Llegará el momento de hacer los balances correspondientes, pero tomar como consigna destruir los esfuerzos de la autoridad para paliar la crisis termina por dañarnos a todos.

Al Dr. Hugo López-Gatel, vocero y coordinador operativo, le ha tocado de todo. No ha sido fácil demeritarlo porque es un experto que sabe del asunto más que sus críticos. Para torpedearlo se ha tenido que recurrir a su vida privada, a sacar de contexto sus frases, a tratar de amarrarle navajas con el presidente.

Los que golpean a una enfermera en el Oxxo o quieren cerrar un hospital para no correr riesgos, no son muy distintos de aquellos que reclaman por qué se vendieron a China tapabocas en febrero. El egoísmo es el mismo, pero en este caso no es para protegerse (así sea de manera improcedente), sino para desprestigiar al coordinador de la campaña de salud, abollar a la figura del presidente y sacar ventaja política. El reclamo es absurdo porque los tapabocas no eran del gobierno sino de una empresa trasnacional que las produce en México; segundo, porque eran chinos quienes las necesitaban desesperadamente en ese momento; y tercero porque las autoridades han entendido que, al ser mundial, la pandemia debe ser afrontada de manera solidaria y no convertirnos en un país paria. Hoy están llegando con creces tapabocas de China.

Cuando se construye deliberadamente una atmósfera tóxica para asegurarse de que la opinión pública quede convencida de la incapacidad o la perversidad del gobierno, se pone en riesgo a todos. Un juego peligroso y dañino en momentos en que los esfuerzos del gobierno están encaminados a tratar de proteger a la sociedad frente a la terrible amenaza. Minar esos esfuerzos por consigna o perversión política equivale a dinamitar el barco en el que viajamos todos.

ESTRICTAMENTE PERSONAL

La peor crisis, la interna

Raymundo Riva Palacio

No hay peor forma de enfrentar una crisis que hacerlo en forma desunida. Y no hay peor desunión para abordarla, que cuando la principal crisis es al interior del equipo que tiene la principal responsabilidad para afrontarla. Esto es precisamente lo que está sucediendo con las crisis del coronavirus y económica en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que a la vez que sigue rompiendo el acuerdo nacional –y ahora internacional en el caso del plan petrolero mundial-, sigue pudriéndose por dentro con su falta de control interno en política y mensaje. Es como si el gobierno viviera inmerso en el caos, donde el Presidente contradice a sus funcionarios, y estos se contradicen entre ellos, donde la mayor parte del gabinete luce fantasmal, y es inexistente un mensaje oficial unificado.

Las crisis generan incertidumbre, pero se vuelven más difíciles de controlar cuando quien lleva la iniciativa para enfrentarla produce más incertidumbre. Esta sensación reduce capacidad de liderazgo y desconfianza entre sus gobernados, que cuando se le añade el factor de las redes sociales, que exacerba las pasiones y polariza, provoca que la búsqueda de consenso para gobernar, unidad necesaria para poder enfrentarlas de la mejor manera posible, quede destruida. No ayuda, por supuesto, que el propio presidente sea el primer causante de la desunión y la incertidumbre.

Olvidémonos de su agenda económicamente ultraconservadora e ideológicamente divisiva. Centrémonos en cómo quiere tomar el control de las cosas. La semana pasada dijo que un grupo de empresas debían 50 mil millones de pesos al SAT, y que le daría una lista de las 15 principales deudoras al presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar, para que le ayudara a cobrar. Al enviar esa carta violó la ley, y si Salazar abrió el sobre con los nombres, sería cómplice de un delito. El SAT puede enviar la información al jefe del Ejecutivo porque es la máxima autoridad tributaria, pero el artículo 69 del Código Fiscal obliga a las autoridades tributarias a guardar “absoluta reserva” en lo concerniente a las declaraciones y los datos suministrados por los contribuyentes. 

La acción del presidente, que le funcionó muy bien entre sus incondicionales, es políticamente destructiva. El liderazgo no se construye a través de la coerción, que ha sido utilizada por López Obrador sistemáticamente en la Presidencia, sino del apoyo voluntario. Al alienar el Presidente a un sector de la población, lo que ejerce es la violencia, pero no el poder. Su acción ha servido de ejemplo para la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, que amenazó a las empresas que hayan despedido personas durante la crisis sanitaria con impedirles que operen en la capital, o el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla, quien prohibió que una compañía que fabrica mascarillas, reanudara su actividad esencial al no venderle sus insumos, porque tenía vendida la producción a Estados Unidos.

Las crisis, que también son impredecibles, no sólo se atacan en su momento, sino en la fase de la post-crisis. Acciones como las que están haciendo López Obrador y su camarilla, no ayudan a resolver la crisis actual y están dinamitando puentes para enfrentar las consecuencias inmediatas y posteriores a estas crisis. Piensan de otra manera y su diagnóstico es contrario, pero esta es una realidad que se ve afuera de Palacio Nacional. El Presidente no va a poder lograr la unidad que dice querer cuando pide una tregua, si él mismo es quien incumple su palabra y lanza cruzadas morales contra todo lo que no le gusta en el horizonte. La descomposición de su entorno sociopolítico se acelera aún más, cuando traslucen las contradicciones y luchas que esta doble crisis ha provocado dentro de su gobierno. 

El viernes, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, enmendó una decisión de la Secretaría de Agricultura, que llamó “error”, de restablecer la producción y distribución a la industria cervecera. Con un presidente como López Obrador, donde nada se mueve sin su autorización, la autorización de la Secretaría de Agricultura a las cerveceras no pudo haber sido hecha sin su aprobación. Se puede conjeturar que lo consultaron en Palacio, donde se aprobó la iniciativa, pero que no se pidió la opinión de la Secretaría de Salud, que reaccionó con virulencia.

Esto manda señales contradictorias a la sociedad. ¿Qué no se hablan entre dependencias? ¿Qué no hay un comité de emergencia que revise y procese todas las acciones de gobierno? Roberto Rock publicó este domingo en su columna habitual en El Universal que el secretario de Agricultura, Víctor Manuel Villalobos –muy cercano al consejero jurídico de la Presidencia, Julio Scherer-, no pudo hablar con López-Gatell durante más de 24 horas, porque no le tomaba la llamada, para hablar del tema de las cerveceras. A esas horas, agregó Rock, su equipo en Salud celebraba que su jefe iba a aparecer en varias revistas del corazón.

En una crisis, la gestión administración y el control de la información es fundamental. La narrativa del régimen no puede mantenerse inalterable, como si nada de lo que sucede afectara su rumbo original. La propaganda, como estaba diseñada, no funciona en estas condiciones, como es lo que intenta su oficina de mentiras y odio. La información debe estar respaldada en hechos, no en dichos y falsedades, características de este gobierno. Mantener el mismo discurso, que cruje con la realidad, lleva al desgaste, reflejado en las encuestas de aprobación presidencial, que muestran que la mayoría le perdió la confianza al Presidente para manejar esta crisis. 

La acción de gobierno debería ser homogénea y en la misma dirección, no salpicada de frivolidades y lastimada por los conflictos internos. Hasta ahora, ante la incertidumbre de las crisis, lo que tenemos es un presidente y un gobierno, impredecibles. No son señales optimistas.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa  

SOS COSTA GRANDE

(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, parece que va perdiendo adeptos entre los mexicanos, quienes ante la crisis económica y la pandemia de Covid-19, están buscando en quien volcar la frustración y el miedo.

Según la encuesta Mitovsky, en la última semana por primera vez desde que AMLO tomó posesión, son más los que no respaldan su gestión, que los que sí la respaldan.

De hecho, el desgaste político de AMLO ha sido paulatino y se ha venido reflejando en las encuestas, con algunos picos de popularidad, merced a algunas decisiones tomadas.

Pero en realidad, han sido 15 meses de desgaste, que vino a acelerar la crisis por el Covid-19, sobre todo a raíz del decreto de cuarentena para evitar los contagios masivos, y sobre todo debido a que no se dieron opciones para levantar la economía ni garantizar el soporte de los empleos.

Y es que, pese a que el presidente y su secretaria del Trabajo recurrentemente amagan a las empresas que despidan trabajadores, jamás podrán controlar a los micro y pequeños empresarios que no están agremiados a ningún sindicato empresarial, sino que están por su cuenta y que, según cálculos de economistas, suman unos 300 mil, pero que generan hasta 6 de cada 10 empleos, mal pagados si se quiere, pero seguros.

Además de que hay 15 millones de mexicanos en la economía informal, que en este momento están en su casa cuarentenados, para cumplir con el “Quédate en casa”.

Lo cierto es que la realidad de México se impone. Somos una economía tercermundista, diezmada por tantos años de acaparamiento de riquezas, con una banca usurera, con megaempresas trasnacionales que, aunque generan pocos empleos, sí generan ingresos por pago de impuestos y, sobre todo, por divisas. Pero son los menos. La mayoría de las empresas del país están en la lona, y el Covid vino a darles un empujón hacia la quiebra.

La incertidumbre que la gente tiene no es tanto al Covid que, cierto, es algo que provoca miedo. Pero, como la misma gente lo dice, más miedo les da quedarse sin comer, sin ingresos para pagar los servicios de su hogar, la renta, etcétera.

Todo esto ha sembrado desaliento, sobre todo porque nos hemos dado cuenta que el gobierno federal, ni los gobiernos estatales, tienen un plan de rescate económico.

Ayer, en un mensaje a la nación, el presidente nos felicitó por nuestro esfuerzo de parar actividades. Señaló que lo primero es rescatar vidas y después hablamos.

Pero tanto él como sus empleados del sector financiero, han dicho que no habrá rescate económico, sino que solamente se apoyará a los más pobres, siguiendo con la lógica de su proyecto de gobierno, que no cambió ni por el Covid-19.

Antes de esto, ese sector de “empresarios” -si es que se les puede llamar así-, que por años han luchado para mantener sus negocitos en pie, eran aliados naturales de AMLO y su proyecto de la 4 Transformación. Hoy, no se sabe.

El presidente, en realidad, sólo está escuchando a los grandes empresarios, a los que están aglutinados en sindicatos empresariales como la Coparmex, el Consejo Coordinador Empresarial, y hasta ha buscado el respaldo del grupo de Hombres de Negocios. Pero no ha escuchado a los miles de mexicanos que no tiene esa categoría, que no viajan al extranjero, que no tienen ahorros pero sí deudas; los que ganan lo gastan en el mercado local, fortaleciendo la economía de los pueblos y ciudades donde están.

Y a menos que el presidente cambie, que deje de sentirse atacado y presente una esperanza para este sector empresarial, tan necesario para México, lamentablemente la gente se irá alejando de su proyecto.

Podrán decir lo que quieran, pero a la gente se le puede pedir todo tipo de sacrificios, menos tocarle en el hambre. Imaginen a toda esta gente que votó por un cambio, gente harta de la corrupción, pero que ahora ven que está sola, sin idea de cómo reiniciar tras la pandemia, porque se les considera ricos.

Esta gente ni siquiera pide regalado, sólo que les den acceso a créditos blandos, a través de la banca de desarrollo. Piden que, por primera vez en la historia de este país, funcione la Secretaría de Economía y el Fonaes. No quieren créditos “a la palabra” de 25 mil pesos, que ni para el recibo de luz alcanzará (una fábrica de hielo, por ejemplo, paga más de eso en energía eléctrica), sino líneas de crédito mayores, a plazos razonables, para que les permita reiniciar. Es decir, piden dinero que van a devolver. ¿Dónde está lo malo en todo eso?

Según Mitovsky, en los últimos 10 meses, el presidente pasó de 62 por ciento de aprobación, al 46.5. Y eso que todavía no llega la tercera fase de la pandemia, ni se conocen a ciencia cierta los estragos de la crisis.

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