La hora de la sociedad
Raymundo Riva Palacio
En 24 horas, la narrativa del relájense que había manejado el
gobierno federal, pasó al apremio. El presidente Andrés Manuel López Obrador
dejó las gracejadas políticas de lado y comenzó a actuar con mayor seriedad. El
subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, también hizo a un lado las
frivolidades para comenzar a alertar a la población de la pesadilla que viene.
En un día, las cosas cambiaron radicalmente en el comportamiento del gobierno.
Hay que decir, para bien.
El martes, mediante un oficio de la Secretaría de Salud al cual
no se le dio mucha difusión, hubo una redefinición operacional para la
vigilancia epidemiológica. Esto quiere decir que una persona pueda pedir una
prueba para saber si estaba infectado con el Covid-19, sin presentar cinco
síntomas, sino dos del primer grupo –tos, fiebre o dolor de cabeza intenso-, y
uno del segundo grupo –dificultad para respirar, dolor en las articulaciones,
dolor muscular, dolor en el tórax, ardor en la faringe, flujo abundante por la
nariz o conjuntivitis-. Con ello, se abrió la puerta a pruebas masivas, en
contraposición a la decisión inicial de no hacerlas.
Casi en paralelo, también en contra sentido de López Obrador, se
ordenó el cierre del gobierno, salvo para las actividades esenciales,
particularmente en el área de salud, seguridad y energía. Hay dependencias que
no pueden parar, como Comunicaciones y Transportes, que seguirán funcionando
con el menor número de personas. El presidente, tardío en la respuesta
preventiva, tuvo que dar marcha atrás, en los hechos, a la crítica al ex
presidente Felipe Calderón, que cerró la actividad productiva en 2009 para
contener la influenza. Haber planteado el manejo de la pandemia en términos
políticos e ideológicos, lo forzó a tomar esa medida que no tuvo que aplicar
Calderón. Hizo lo mismo, pero de mayor alcance. Pero es dialéctico rectificar.
López Obrador, también contra todo su discurso aislacionista,
participó en la cumbre virtual de jefes de Estado y de Gobierno del G-20, el
primer encuentro multilateral en el que participa, donde pudo oír de sus pares,
un diagnóstico y una serie de propuestas y acciones por fuera de sus ataduras
ideológicas anacrónicas. Bien por el presidente por haber participado en ella.
México no podía quedar fuera de esta reunión de esfuerzos colaborativos. Bien,
asimismo, que dijera que no es momento para la politiquería, sino para trabajar
todos para enfrentar la pandemia.
Hace bien el presidente en urgir que la política se quede para
después; sólo falta que ordene a sus incondicionales que dejen de incendiar la
pradera con sus sicarios cibernéticos, que no dejan de ampliar la polarización.
Y dice algo más el presidente, que repite López-Gatell: se necesita la
colaboración de la gente. Tienen toda la razón, y por eso sobresale la queja
velada del subsecretario en una reciente conferencia de prensa, al expresar su
extrañeza de que la gente no estuviera teniendo mayor cuidado. Dicho de otra
forma, no les cree.
Se entiende, en parte, por la forma como el propio López Obrador
desestimó durante semanas las medidas preventivas. La palabra presidencial pesa
mucho, y ahora se están viendo las consecuencias de minimizar la crisis.
López-Gatell contribuyó con sandeces, pero ahora todo indica que el miedo se
metió en la epidermis del gobierno. No es malo tener miedo, siempre y cuando se
administre y controle, para poder actuar. Pero el gobierno federal, o los
gobiernos estatales, no podrán solos.
Los llamados al distanciamiento social no son inocuos. No
impiden que avance el virus, pero ayuda a ralentizar su avance. Si no se frena,
como ha sugerido López-Gatell, el sistema de salud será incapaz de atender a
los pacientes. Escuchemos bien para superar los errores cometidos. La visión
del presidente impidió que se compraran los insumos y medicinas a tiempo. No
hay suficientes cubre bocas para la primera línea del combate al Covid-19, que
es el personal médico atendiendo a los contagiados, ni tampoco anteojos de
protección, o suficientes máscaras para ampliar su defensa contra el
virus.
No se tienen suficientes camas de terapia intensiva, ni
respiradores. Los inventarios en algunos estados son tan insuficientes que una
primera ola de contagios, podrían no resistir. Mientras varios gobiernos en el
mundo salieron a comprar lo que necesitaban, aquí estábamos metidos en la
lógica de que la alarma mundial era parte de un manejo “mafioso” de la
enfermedad. Y no hicimos nada.
Eso ya no va a cambiar. Lo que sí puede cambiar es lo que todos
nosotros, como una sociedad que trabaje colectivamente, puede hacer para apoyar
al gobierno en un momento como este, y participemos en frenar la cadena de
contagio. El éxito que han tenido en el manejo de la pandemia países como Corea
del Sur y Japón, hay que reiterarlo, obedeció por un lado a la forma como
actuaron sus gobiernos para ir a cazar el virus antes de que les llegara, y
sobre todo, por la disciplina de sus sociedades, que no requirieron medidas
draconianas de distanciamiento social, para que se guardaran.
Italia y España, democracias como esas dos asiáticas, son el
caso contrario. Sus sociedades no apoyaron a los gobiernos con la contención
del virus ni los gobiernos actuaron a tiempo, y ahora viven las consecuencias
de su desorden. La lucha contra el virus en esos países ha sido muy dolorosa y
no tiene para cuándo acabar.
Creámosle a Cassandra. El Covid-19 sí existe, sí enferma, y sí
mata. Respondamos al llamado que se está haciendo. Si el gobierno se pone
serio, hagamos lo mismo. Contribuyamos en la lucha contra la pandemia, y no
esperemos que el presidente sea consistente con lo que ha dicho en los últimos
días. Ya sabemos que con él nada es seguro. Pero tomemos la iniciativa. Lo más
importante, es la vida de todos.
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