El síndrome de Andrés Manuel
Raymundo Riva Palacio
David Owen fue el ministro de Asuntos Exteriores
más joven del Reino Unido, nombrado Lord por la reina Isabel II y en la última
década, famoso por haber investigado junto con Jonathan Davidson, de la
Universidad de Duke, los perfiles sicológicos de 100 primeros ministros
ingleses y presidentes de Estados Unidos. En 2007 publicaron “El Síndrome de Hubris”
y encontraron que 14 –siete de cada país- mostraban síntomas del síndrome, pero
solamente cinco, Margaret Thatcher, Tony Blair, David Lloyd George, Neville
Chamberlain, y George W. Bush, dijeron, padecían esta enfermedad asociada al
poder. Algunas características que los unen son similares a las que
muestra el presidente Andrés Manuel López Obrador
En una conferencia magistral que ofreció Owen en el Colegio Real de
Médicos en 2008, dijo que era más probable que el síndrome se manifestara
durante una larga duración del poder y por la forma como crecía mientras se
ejercía. La enfermedad de los poderosos, aclaró, no debía ser asociada
con un daño cerebral o una enfermedad mental. “Usualmente los síntomas se
abaten cuando la persona ya no ejerce el poder”, precisó. “Es menos probable
que se desarrolle en una persona que se mantiene modesta, abierta a la crítica,
y tiene un cierto grado de cinismo o un buen desarrollado sentido del humor”.
Owen identificó un conjunto de características que
definen el síndrome. Entre ellas:
*Desproporcionada preocupación con su imagen y presentación.
*Una forma mesiánica de hablar acerca de la forma
como están haciendo las cosas, y una tendencia a exaltarlas en el discurso,
identificándose a sí mismos con la nación, al grado de considerar su perpestiva
y los intereses de los dos, idénticos.
*Propensión narcisista para ver el mundo
primariamente como una arena en la cual pueden ejercer el poder y buscar la
gloria, en lugar de verla como un lugar con problemas que necesitan ser
abordados de una forma pragmática y que no referidos a ellos.
*Predisposición a llevar a cabo acciones que
probablemente los dejen bien parados, tomadas en parte para fortalecer su
imagen.
*Confianza excesiva en su propio juicio y desdén
por el consejo o la crítica de otros.
*Pérdida de contacto con la realidad.
*Tendencia a permitir que su “amplia visión”,
especialmete su convicción sobre la rectitud moral del curso de acción
propuesto, soslayando la necesidad de considerar otros aspectos, como el
sentido práctico, los costos y la posibilidad de resultados inesperados.
*Consecuentemente, un cierto tipo de incompetencia
para llevar a cabo una política, que podría ser llamada “incompetencia
hubrística”, cuando las cosas van mal por la excesiva confianza de un líder en
sí mismo, que hace que no se preocupen con los detalles de una política.
La descripción del Síndrome Hubris puede observarse
en las acciones de López Obrador, quien resalta su autoridad moral por encima
de todos, exalta lo que hace –“somos diferentes”-, confía excesivamente en su
propio juicio -¿se acuerda cuando apostaba reiteradamente a que el crecimiento
económico sería superior al 2%?-, rechaza consejos y críticas de propios y
extraños, no analiza consecuencias de sus acciones –la cancelación de la obra
del aeropuerto de Texcoco, la austeridad republicana dogmática, el frenón a la
inversión privada en el sector energético-, la insistencia de utilizar sus
“otros datos” cuando la evidencia señala lo contrario, o frases que sugieren desmesura:
“Yo ya no me pertenezco; yo soy de
ustedes”.
Owen apuntó que el síndrome se da en líderes
demócrtas y autoritarios. La investigación que realizó con Davidson se enfocó a
aquellos que llegaron al poder por la vía del voto, pero en su conferencia en
Londres, Owen incluyó entre quenes padecieron del síndrome del poder a Joseph
Stalin, Mao Zedong, Pol Pot, Idi Amin y Robert Mugabe.
Uno de los factores que provocan el síndrome,
explicó, tiene que ver con los controles mínimos sobre un líder que ejerce una
fuerte autoridad personal. La soberbia y la arrogancia los acompañan, que en el
caso de líderes electos democráticamente, los colocan en situaciones más
vulnerables que los autócratas, porque dependen del voto, como sería el caso de
López Obrador.
Pero a diferencia de los 100 dirigentes que
analizaron Owen y Davidson, los contrapesos de López Obrador son inexistentes.
Tiene bajo su control a la Cámara de Diputados, el Senado y la presidencia de
la Suprema Corte de Justicia. La oposición está borrada y cuando se mueven,
aparece una filtración en la prensa sobre presuntos actos de corrupción. Los
empresarios no se pelean con él, ante la sombra amenazante del SAT y la Unidad
de Inteligencia Financiera.
En su conferencia magistral, Owen citó a Bertrand
Russell, quien en su Historia de la Filosofía Occidental, publicada en 1961,
escribió: “El concepto de ‘verdad’, como algo dependinte de ls hechos en gran
medida fuera del control humano, ha sido una de las formas en que la filosofía
ha inculcado hasta ahora el elemento necesario de humiladad. Cuando se elimina
este control sobre el orgullo, se da un paso más en el camino hacia un cierto
tipo de locura: la intoxicación del poder”.
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