Un país patas arriba
Raymundo Riva Palacio
La marcha por la verdad, la justicia y la paz que encabezaron Javier
Sicilia y Adrián LeBarón, fue el nuevo catalizador del odio en México, que no
se sabe cuánto es real y cuánto es artificial, que sale de la poderosa
maquinaria de propaganda de las redes en apoyo del presidente Andrés Manuel
López Obrador, y que tiene ramificaciones en Palacio Nacional y la Secretaría
de Seguridad y Protección Ciudadana, desde donde salen parte de las
instrucciones sobre qué tema y qué individuos hay que neutralizar a través de
insultos y amenazas, de descrédito y de violencia. Las turbas lópezobradoristas
confrontaron a los marchistas el domingo, y el lunes, para profundizar más los
agravios, el presidente reforzó la animadversión.
Las reacciones oficiales a la marcha mostraron la hipocresía del grupo
gobernante, que ejerce una empatía discrecional, que aplica en los casos donde
las víctimas no representan un reto a la prominencia o credibilidad del
presidente. En el Zócalo, donde agredieron a los marchistas, la estrategia fue
la del sabotaje, mediante la intimidación violenta y las agresiones miserables
contra un grupo de personas que han perdido a sus hijas e hijos, madres y
padres, nietos, parientes, amigos, que sólo pedían paz y justicia. No lo
lograron.
La ideología es mucho más fuerte en este régimen que la empatía con
quienes han sufrido la violencia de forma irreversible. La politiquería,
mediante la desacreditación, es para el gobierno mejor salida que enfrentar
cara a cara a personas que no tienen nada que perder, porque ya lo perdieron, y
que lo confronten, no para que pague lo que otros hicieron, sino para que deje
de mirarse al ombligo y haga la justicia que tantos años y tantos meses en el
poder, prometió hacer con quienes han sido víctimas de la delincuencia. No va a
pasar, porque para el presidente, hay víctimas que para la mayoría son
victimarios, y victimarios que son más peligrosos para él que los cárteles de
la droga, como los críticos a su gobierno.
López Obrador que ganó las elecciones con el 53 por ciento del voto, que
representa al 30 por ciento de los electores, dentro de los cuales se ubicaron presumiblemente
los cárteles de la droga, por las promesas de darles amnistía y no combatirlos,
consistente la señal de la gracia juarista para los criminales y la mano
estalinista contra quienes piensan distinto a él.
Para los primeros, que en su cuenta deben decenas de vidas, siempre
habrá mensajes de apoyo humanitario y llamados a la sociedad para que los
comprendan; para los segundos sólo habrá atención cuando coyunturalmente le
convenga, como sucedió tras el asesinato de tres madres y seis de sus hijos,
miembros de la familia LeBarón el año pasado, donde los recibió y visitó cuando
el ambiente político lo exigía, y ahora, como miembros de la marcha, vituperó y
rechazó.
La seguridad nunca debe verse desde un ángulo político, como hacerlo
llevó al desastre al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Lo ha
reiterado el presidente López Obrador, con un agravante, el odio que desparraman
todos los días él y su equipo con sus francotiradores cibernéticos. Es muy
difícil, si no imposible, que la interacción política sea asimétrica, donde el
gobierno, que por definición tendría que contener sus inmensos recursos para
aplastar a cualquiera, opte por lo contrario en lugar de buscar que sea la vía
del debate y la confrontación de ideas lo que alimente a la opinión pública.
Cuando se tiene una tribuna como la del Salón de la Tesorería todas las
mañanas en Palacio Nacional, desde donde se puede actuar con impunidad y cuyos
excesos nunca resuelve con rectificaciones o disculpas, sino que escala con más
ataques, los espacios para actuar políticamente en México se van cerrando. El
presidente debería saber que cuando se acorrala y no se dejan puertas de
escape, la respuesta de aquellos a los que quiere aniquilar, puede ser extrema,
en los mismos términos políticos.
Dicho de otra forma, si la arena pública para el debate de los asuntos
políticos es inexistente en México, buscar otra para discutir los temas
mexicanos, es la alternativa más viable. Se vivió durante la negociación del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1992 y 1993, cuando la
discusión de los asuntos fundamentales para México se dio en Washington. López
Obrador está empujando a muchos actores políticos a trasladar la arena pública
a la capital de Estados Unidos, sabedores que lo único que doblega al
presidente es Washington, y como el presidente Donald Trump es al único que
respeta. Si López Obrador sí tiene un contrapeso, lo natural es que hay que
llamar la atención al contrapeso.
La ventana está abierta con su inexistente política de seguridad. Hay
muchos apoyos en Estados Unidos para quienes difieren de la estrategia del
presidente López Obrador, cuya política entreguista con los cárteles de la
droga tiene muchos opositores. López Obrador ha descuidado la forma y las leyes
con su actitud militante. Maltratar a activistas como Sicilia y LeBarón, a
adversarios políticos como al ex presidente Felipe Calderón, a periodistas y a quienes
muestran ideas distintas a él, está volando para convertirse en un tema ya no
sólo de seguridad y complicidades no escritas con los criminales, sino también
de hostigamiento, pérdida de libertades y persecuciones políticas.
Esto es lo que provoca gobernar para una tercera parte de los mexicanos,
soslayando la máxima que el poder no es para siempre. Hoy podrá no importarle
nada de esto, y su maquinaria de propaganda seguir incendiando las redes
sociales y acercando el momento en que la violencia se convierta en física.
Pero todo tiene su punto de inflexión. Robespierre, ya que le gusta la
historia, tendría que ser su referencia.
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