ESTRICTAMENTE PERSONAL

La Marina, castigada

Raymundo Riva Palacio

El secretario de Marina, el almirante José Rafael Ojeda, refrendó el sábado, en el Día de la Armada, su lealtad absoluta al presidente Andrés Manuel López Obrador “bajo cualquier circunstancia”. En respuesta, el presidente lo colmó de miel y dijo que desde el sexenio pasado le correspondía ser secretario de la Marina, “respetando los escalafones, pero por cuestiones que no viene aquí señalar, se le hizo a un lado y se estaba cometiendo una injusticia”. El almirante sabe que eso no es cierto, no porque en efecto le pasaran encima, de acuerdo a su carrera, sino porque el propio López Obrador hizo lo mismo con el actual secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, al ignorar que una veintena de generales, que estaban por encima de él en el escalafón.

Pero la institucionalidad se paga con amor público, que es lo único que tiene la Marina hoy en día del gobierno lópezobradorista. Desde hace tiempo, el almirante Ojeda es una figura decorativa. Es parte de la primera línea del gabinete de seguridad, aunque lo tienen de reservista. Lo muestran pero no le piden mucho. Normalmente aparece en el asiento de atrás, y aunque es una fuerza a la par del secretario de la Defensa, predomina la percepción que es subordinado. Incómodo para la Marina, que durante la última década se colgó medallas por su exitoso -y letal-, combate contra los cárteles de la droga.

La marginación de la Marina ha sido notable. La exclusión más notoria fue dejarla al margen del operativo para capturar para capturar a Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán. Los marinos fueron sólo figuras decorativas en las conferencias de prensa del gabinete de seguridad para explicar las razones de la acción fallida. Haber sido relegada en un caso que involucraba al Cártel de Sinaloa, fue una afrenta, por haber sido por más de una década su responsabilidad.

La Marina generó la inteligencia para golpearlo e intercambiaba información con agencias de inteligencia de Estados Unidos, que preparó a sus comandos de élite. Todo ello fue tirado prácticamente a la basura. “No les tiene confianza”, dijo un colaborador del presidente Andrés Manuel López Obrador. “Los ha hecho a un lado por su cercanía con Estados Unidos”.

La Marina desarrolló una cercanía con las agencias de seguridad y los cuerpos de élite estadounidenses desde hace casi 15 años. Durante el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, cuando cambió los términos de la cooperación bilateral de seguridad, la Marina se rebeló y mantuvo su colaboración. La captura de El Chapo Guzmán en Mazatlán en febrero de 2001, la ejecutaron comandos de la Marina, que iniciaron la operación sin informar al gobierno, y la realizaron con el apoyo de la CIA, que aportó los drones para monitorear las comunicaciones, y de la Oficina de Alguaciles, quienes interpretaron la información de los drones. El exitoso operativo fue encabezado por el “Comandante Águila”, jefe de los comandos de élite.

El “Comandante Águila” encabezó también la búsqueda de El Chapo Guzmán después de que se volviera a escapar del penal de El Altiplano, en 2015, con la participación de veteranos del Bloque de Búsqueda que cazó a Pablo Escobar y abatió al jefe del Cártel de Medellín, enviado por el entonces presidente Juan Manuel Santos a petición del presidente Peña Nieto, la DEA y la CIA.

La Marina era el cuerpo de seguridad mexicano con quien más relación y confianza tenían los estadounidenses, y llevaron a entrenar a sus mejores cuadros a los centros de adiestramiento de los SEALs, acrónimo en español de Mar, Aire y Tierra, como les llaman a los comandos de élite estadounidenses. La Marina fue exitosa también en el operativo contra Arturo Beltrán Leyva, a quien abatió en un departamento en Cuernavaca en 2009, y contra Antonio Cárdenas Guillén, Tony Tormenta, jefe del Cártel del Golfo, a quien también abatió en su búnker en el centro de Matamoros en 2010.

La estrechísima relación de la Marina con los servicios de inteligencia de Estados Unidos es un factor para la desconfianza que le tiene el presidente López Obrador, aunque no la única. También existe preocupación por la forma quirúrgica y letal con la que suelen operar. Como los SEALs, no toman prisioneros. La fama que generaron los comandos de élite mexicanos provocaron que cuando el embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, recibió la fotografía que mostraba a Édgar Valdés, La Barbie, capturado en 2010, la filtró a la prensa para evitar que los marinos, que creía eran quienes lo habían detenido, lo matara. En Veracruz aniquilaron, literalmente, a todos los criminales, como lo hicieron en otras zonas del país. 

La Marina existe siempre en el discurso oficial, con elogios abiertos y equitativos con el Ejército. Pero en el día con día de las operaciones tácticas, está fuera de los asuntos delicados. En Culiacán no participaron en la operación contra Guzmán López porque el general secretario Sandoval así lo dispuso, y entregó al Centro de Inteligencia Antinarcóticos, que depende de la Secretaría de la Defensa, y a la Guardia Nacional, que aunque reporta a la Secretaría de Seguridad Pública es dependiente del Ejército, el operativo que fue diseñado por el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, en Lomas de Sotelo.

El resultado le costó al Ejército y a la Secretaría de Seguridad Pública. La Marina no pagó los mismos costos de manera inmediata, pero eso no significa que deje de formar parte del gabinete de seguridad, y que las facturas que se tendrán que pagar en el futuro por la desastrosa estrategia de seguridad impuesta por el presidente, tendrán un valor negativo para ellos cuando este gobierno rinda cuentas por lo que hizo y dejó de hacer. 

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa 

Editorial

De Cortés y los usos de la historia

Los 500 años de la llegada de Hernán Cortés al territorio que hoy es México se ha convertido en una excusa perfecta para el uso político de la historia. Cortés es sin duda el personaje más odiado de la historia del libro de texto; es el antihéroe necesario para que los otros brillen, el malo de la película que hace lucir al protagonista.

De aquí al 2021, que se conmemore la caída de Tenochtitlan, la figura de Cortés será recordada, novelada, discutida, vapuleada por unos y ensalzada por otros. Libros, miniseries, películas, pero sobre todo discursos políticos nos llegarán a raudales para recordar al militar extremeño. Unos privilegiarán la figura del invasor, el conquistador sanguinario, el hombre voraz, traidor y falto de escrúpulos. Otros rescatarán al estratega militar, al político capaz de entender las contradicciones y las luchas políticas al interior de un imperio no menos sanguinario que tenía sojuzgados a los pueblos vecinos para imponerse con muy pocos hombres (y unos cuantos virus) a un pueblo de guerreros. Entre unos y otros vamos sin duda a aprender mucho de Cortés, y vamos a escuchar enormes barrabasadas de sus aplaudidores y sus detractores.

Pero si de algo podemos estar ciertos es que Cortés estará en la boleta electoral del 2021. En su gran capacidad para polarizar y manejar elecciones que tiene Andrés Manuel López Obrador, la figura del conquistador está ni mandada a hacer para dividir a los que están con él, del lado de indígenas, de los pueblos originarios, de los que fueron vencidos, despojados y orillados desde hace 500 años a la pobreza, pero que ahora tienen la oportunidad de reivindicarse, frente a los otros invasores, los que representan los intereses extranjeros, la imposición, los que vencieron a la mala y condenaron a los habitantes originales a ser extranjeros en su s propias tierras.

Algunos conservadores de oposición (es importante hacer la distinción porque hay también muchos conservadores en el gobierno) ya mordieron el anzuelo y han entrado a debatir la figura de Hernán Cortés. Independientemente de que tengan o no razón histórica es una batalla perdida de antemano, cada vez que intenten matizar o contradecir la versión del presidente (como la falacia genial de esta semana de que Cortés hizo el primer fraude electoral del país) se van a colocar solitos del lado de los malos, pues no están luchando contra una simple versión de la historia sino contra la religión de la Patria, esa historia escrita en mármol, que solo tiene blancos y negros, generada después de la revolución como una estrategia de unidad y exaltación del nacionalismo.

Lo Cortés no quitará al debate lo estridente.

SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

El grito de los pueblos indígenas de Guerrero no se hizo esperar durante los dos días de gira del presidente Andrés Manuel López Obrador a la entidad.

Organizados de antemano, presentaron oradores en las reuniones de Chilpa y Tlapa, los días 23 y 24 de noviembre, que expusieron la descarnada realidad que viven como pueblos originarios, a los que AMLO reconoció que son los verdaderos dueños del país y a quienes prometió acciones de gobierno tenientes a prodigarles un poco de bienestar y justicia social.

“La desigualdad y el neoliberalismo nos han causado mucho daño, también la corrupción de las instituciones y la falta de honestidad de los gobernantes”, expuso una de las representantes indígenas este domingo en Tlapa.

Exigió obras y acciones que los saquen de su asilamiento, así como servicios de educación  y salud.

Pero sobre todo pidieron respeto a sus derechos y cultura indígenas, sin que estos sean impedimentos de igualdad, y motivo para que se les considere como ciudadanos de tercera clase.

Aun con críticas de por medio, le presidente se ha propuesto pagar la deuda que el país tiene con los pueblos originarios, incluido el pueblo afromexicano, la tercera raíz, que hasta hace poco no se reconocía, aunque ha estado presente incluso en los rasgos del mestizaje.

Gracias a una larga lucha de grupos no gubernamentales, sobre todo de las costas de Guerrero y Oaxaca, la africanidad se ha ido reconociendo como parte de la identidad del México de hoy, y se les comenzó a integrar a estas comunidades a los organismos que antes sólo reconocían a los pueblos indígenas.

¿Qué importancia tiene que México voltee a ver a los pueblos originarios? Primero, como dijo el presidente, es un asunto de justicia. Segundo, un tema de desarrollo, porque no podemos hablar de crecimiento como país, si tenemos debajo de la alfombra datos que nos colocan como un país violador de los derechos humanos de parte de su población, pues tenemos pueblos con índices de desarrollo similares a los que sufren los países más pobres de África, y desafortunadamente esos pueblos están en Guerrero, la entidad que ocupa el séptimo lugar nacional por su población indígena, pues coexisten aquí en territorios bien delimitados los pueblos amuzgos, mixtecos, tlapanecos y nahuatls.

El reclamo de estos pueblos es tan real y contundente, que el gobernador Héctor Astudillo Flores no ha dudado en montarse en el carro de la Cuarta Transformación, haciendo propio el slogan de “Primero los pobres”, pues muchos de ellos están en Guerrero.

El presidente AMLO agradeció a Astudillo el respaldo a sus políticas públicas; y el mandatario guerrerense dijo que será solidario con todo lo que tenga que ver con desarrollo, aplaudiendo que López Obrador esté rompiendo esquemas al centrarse en aquellos pueblos que nunca han tenido nada.

Sin embargo, le dijo que para resolver la profunda crisis se necesita inversión, y que ésta es corresponsabilidad de los tres órdenes de gobierno.

Los programas Sembrando Vida, Fertilizante y La Escuela es Nuestra, son la apuesta del presidente de la República para generar oportunidades de empleo entre los pueblos indígenas y afromexicanos de Guerrero.

En cuanto a la infraestructura carretera, que fue una de las principales exigencias, fue que se organicen para hacer obras directas, como se hará en Oaxaca.

Con todo, a pesar de todas estas buenas intenciones, el 2020 se antoja que será un año de austeridad. El gobierno federal reducirá sus participaciones en materia de proyectos de coinversión, y lo que se aplique de manera directa será lo que se logre aterrizar.

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