El tsunami de López Obrador
Raymundo Riva Palacio
El acuerdo presidencial se mantiene sólido. Andrés Manuel López Obrador
hiló cinco meses consecutivos de estabilidad, con 68% de aprobación ciudadana,
en la encuesta mensual que publica El Financiero. Pero además de sentirse
satisfecho, López Obrador probablemente ve un consenso revigorizado, al
revertir tendencias a la baja que se veían observando en sus atributos y
políticas en los meses anteriores. Todo subió en esta nueva encuesta publicada
el lunes, su honestidad, su liderazgo, su credibilidad. Incluso, hasta que una
mayoría sienta que la seguridad va mejorando, que su lucha contra la corrupción
va en camino ascendente y que la economía está bien. La estrategia de
comunicación política a través de las
mañaneras va funcionando.
Al mismo tiempo, sin embargo, la brecha entre sus gobernados se está
ensanchando. La sociedad que invierte, que mueve la economía, la que provee los
equilibrios, la que le ayuda a reducir la opacidad y permite que lo califiquen
en el extranjero de buen gobierno, que con los contrapesos que colocan permite
que la gestión sea más eficiente, está bajo acoso y ataque permanente por parte
de López Obrador, embarcado en un proceso de desinstitucionalización, no para
desaparecerlas, como en un principio parecía ser su agenda, sino para colocar a
sus incondicionales dentro de sus órganos de dirección para influir en ellos y
que no dificulten el cambio que desea.
La renuncia de Eduardo Medina Mora de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, le permitirá presentar una terna con tres personas que respondan a su
proyecto. Próximamente enviará sus propuestas para el relevo en la presidencia
de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Recientemente hizo lo mismo en el
Consejo Regulador de Energía y está cambiando a los consejeros independientes
de Pemex. A través de los instrumentos democráticos que se fueron construyendo
en el último cuarto de siglo, está mediatizándolos. El presidente está tomando
el control de los pilares del Estado, como el Congreso, que sólo acata sus
deseos, y la Suprema Corte, cuyo presidente, Arturo Zaldívar, luce
crecientemente subordinado a López Obrador.
El presidente tiene en esto el mejor de los mundos. Alto consenso ciudadano
para lo que quiera hacer, con un mandato poderoso. Contra sus enemigos utiliza
la mañanera para amedrentarlos y
hostigarlos, utilizando como fuerte arma política al SAT y a la Unidad de
Inteligencia Financiera, que suelen acusar públicamente con investigaciones sin
terminar. Esta el último caso de Medina Mora, que hace dos semanas no tenía
entre sus planes renunciar a la Corte, y que fue ablandado la semana pasada cuando la UIF congeló las cuentas de
varios de sus hermanos, como parte de su investigación por el presunto delito
de lavado de dinero y enriquecimiento. A quienes expresan puntos de vista
distintos, los descalifica y etiqueta de conservadores que defienden el status
quo, entendido este, para la verbena popular del nuevo gobierno, como
defensores de un sistema corrupto y lleno de privilegios.
La encuesta de El Financiero revela que el discurso del presidente, la demagogia
y la propaganda, recuperaron energía y está penetrando eficientemente entre la
población. Ello le da espacio de maniobra y le reduce presiones. López Obrador
tuvo éxito en el último mes, si uno ve los resultados del estudio demoscópico,
en la administración de las expectativas, que es como un gobernante tiene que
caminar durante su gestión. Levantó esperanzas sobre el combate a la
corrupción, a partir probablemente de las acciones contra la ex secretaria de
Desarrollo Social, Rosario Robles, que a su vez llenaron el imaginario
colectivo -expresado a través de la prensa política- con su sed de venganza
para que el ex presidente Enrique Peña Nieto sea sometido a juicio. Mejoró
sustantivamente (8%) la percepción sobre el combate a la delincuencia, sin
hacer nada salvo manejar el discurso de la contención. De la misma manera, sin tampoco
hacer nada visible, el respaldo a la Guardia Nacional creció cinco puntos, de
62 a 67%, y sus negativos cayeron seis, de 22 a 16.
Las mañaneras, que han sido
criticadas ampliamente en los medios, mostraron un nuevo apoyo para López
Obrador. Entre agosto y septiembre, según la encuesta, repuntó 5% el apoyo
nacional a ese modelo de comunicación, colocándolo en una aprobación de 59%, un
nivel que no había tenido desde febrero, cuando estuvo en 69%. Los negativos de
las mañaneras también se redujeron
significativamente, de 21 a 16%, casi igual que lo que tuvo de febrero a mayo.
Es decir, el presidente no se desgastó, pese a que en las últimas semanas se ha
equivocado de manera con informaciones abiertamente falsas.
Los mexicanos, siguiendo con los datos de El Financiero, le están perdonando todo a López Obrador. El
discurso, por tanto, está teniendo impacto y éxito. Sin embargo, como el mismo
admite en privado, la aprobación no será para siempre, y suele repetirlo entre
sus colaboradores para que no se dejen engañar por la magia efímera de la
demoscopia. La administración de expectativas que le funciona se sostiene en
temas económicos de bolsillo, donde el incremento al salario mínimo, el
diferencial de tasas de interés, la transferencia directa de recursos en sus
programas sociales y las remesas, neutralizan las preocupaciones en otros
campos, como el de la seguridad y el empleo formal.
El problema de lo bien que lo hizo en el último mes es, paradójicamente, su
principal riesgo. Las expectativas pueden administrarse hasta el momento que se
tienen que entregar resultados, particularmente económicos. No puede alterarse
el ingreso y el dinero en el bolsillo. Si López Obrador puede torear desafíos
como las guerras comerciales del presidente Donald Trump, o que no se apruebe
el acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá, o que haya una baja
calificación para Pemex, mantendrá el apoyo de 7 de cada 10 mexicanos. ¿Es
probable? Sí. ¿Posible? Eso sí que no.
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