Editorial

Lozoya-Ancira: desde el salinismo, la suma de muchos escándalos

Desde los tempranos noventa, cuando Altos Hornos de México (AHMSA) fue privatizada y quedó en manos de Xavier Autrey Maza y Alonso Ancira Elizondo, el rumor se expandía apuntando a que el entonces presidente, Carlos Salinas de Gortari, en cuyo período ocurrieron esa y muchas otras privatizaciones, había adquirido con prestanombres la mayor acería mexicana.

Nunca hubo pruebas sobre ese supuesto negocio de Salinas de Gortari pues quien afrontó las buenas y sobre todo las malas –además de los miles de trabajadores despedidos con la privatización—fue Alonso Ancira, el magnate acerero y del carbón. Por otra parte, lo mismo se decía de Telmex, Carlos Slim y otros beneficiarios de la desincorporación de paraestatales.

En general, la historia en torno a esas personas y sus negocios se relaciona con los peores episodios de la política mexicana de los últimos 30 años: privatizaciones, fraudes electorales, Fobaproa, deterioro del campo, desempleo y corrupción.

En 1991, Rogelio Montemayor Seguy, un político cercano a Salinas de Gortari –tan cercano que, el expresidente ha dicho, fue Montemayor quien le presentó a Luis Donaldo Colosio—avanzaba su carrera política: se lanzó al Senado y, dos años después, se convirtió en gobernador de Coahuila, mientras que en el intermedio 1992 alcanzaba parte del reparto privatizador al adquirir, en sociedad con sus hermanos, Fertimex, la fábrica de fertilizantes del Estado.

Los Montemayor eran ricos de pueblo. En Sabinas, Coahuila, tenían una agencia automotriz, minas de carbón por toda la región y algún otro negocio… mucho dinero aunque nunca tanto como hasta entonces, como para despuntar en las ligas mayores de aquella privatización.

Su socio era Fabio Covarrubias, un inversionista conocido por sus conexiones políticas asociado al Banco Unión, presidido por Carlos Cabal Peniche, el banquero tabasqueño a quien en 1994 se le detectaron malos manejos. Las operaciones en apoyo a la campaña de Roberto Madrazo, como candidato a gobernador de Tabasco, fueron denunciadas por un derrotado Andrés Manuel López Obrador en 1995 que acusaba, con motivos de sobra, un fraude electoral.

Aquel fue uno de los asuntos que catapultaron al hoy presidente de México a la política nacional y al que le dio seguimiento como presidente nacional del PRD a finales de los noventa. Nota al margen: la protección a Cabal Peniche y el intento de ocultar las cuentas del PRI, en 1998, fue entre otros, a cuenta de Javier Arrigunaga Gómez del Campo, el pariente de Margarita Zavala y por entonces director del Fobaproa.

Para 1992-1993, después de adquirir la planta, los Montemayor y Covarrubias vendieron acciones a AHMSA, cambiaron el nombre de la empresa y se dispusieron a operar como un monopolio de los fertilizantes, pero todo se complicó, la producción se redujo y en sólo seis años, terminaría en la quiebra, con el país —dada la falta de competencia nacional y por lo tanto de producción—importando la mayor parte de los fertilizantes. Así terminó la autosuficiencia que como paraestatal había mantenido Fertimex.

Como muchas de las empresas privatizadas en la década precedente todo terminó en el Fobaproa, el rescate que (me ha sorprendido que muchos jóvenes no sepan de qué va) los mexicanos seguimos pagando desde que se subió el IVA del 10% al 15% (ya con Felipe Calderón se fue al 16%).

Con las plantas paradas desde 2000-2001, la recompra por el Estado se concretó en 2014, cuando Emilio Lozoya Austin era director de Pemex, en la historia conocida por estos días de adquisición de chatarra, a sobreprecio y con presunta corrupción, que dio origen a las órdenes de aprehensión contra Alonso Ancira y Lozoya, hijo del mejor amigo de Carlos Salinas, Emilio Lozoya Thalmann, quien fue titular de la entonces secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestatal entre 1993 y 1994.

En la edición más reciente de Proceso, otro asunto que implica a Lozoya padre y Lozoya hijo, es el de la empresa de Lubricantes Pemex, objeto de una larga y fraudulenta privatización iniciada con el primero y concluida por el segundo, respecto a la que hasta ahora no se sabe si hay línea de investigación abierta.

En general, el caso de estos días resume en nombres e historias la narrativa de denuncia al salinismo, “neoliberal o neoporfirista”, de López Obrador como opositor y como presidente, pero también revive los escándalos que han ofendido al país en las últimas tres décadas.

SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

¿Qué se vaya Pablo? Tarde o temprano, de continuar el delegado federal de programas sociales con su pose de diva, sus detractores lo harán barbacoa, y pedirán su destitución.

Bueno, tal vez esto no les convenga mucho a los priístas, panistas y perredistas, que aunque están muy disminuidos políticamente, nadie dijo que estuvieran muertos. Siguen activos, y conforme se acerca el 2021, apueste usted, amable lector, a que usarán todo lo que esté a su alcance para ir remontando posiciones, lo cual sólo lograrán haciendo bajar al enemigo, léase Morena y sus precandidatos.

Por lo tanto, ésta es una carrera de resistencia y de largo aliento, en la que aquel que tenga más saliva, tragará más pinole. Y esto parece faltarle a Pablo, porque aunque es delegado del gobierno federal, “súperdelegado” dicen algunos, lo cierto es que su oficina opera casi sin presupuesto, sujeta a una severa política de austeridad, al grado de que se tuvieron que crear grupos de “servidores de la nación”, para que elaboraran de manera voluntaria los censos de los programas que antes manejaba la Sedesol, así como los programas que son la columna vertebral del gobierno lópezobradorista.

De paso, Pablo tiene una pésima política de comunicación social, pues primeramente su talante agrio no le ayuda en nada. Lo peor, es que pretende que sus actividades le sean difundidas de gratis, pensando en que es obligación de los medios cubrirle su agenda. De su parte, divulga los programas y acciones de gobierno mediante su Facebook (la verdad que se les debiera prohibir a los políticos usar esta red social para emitir su información oficial, y obligarlos a divulgarla por páginas formales, aunque luego se retomen por otros medios); Pablo usa esta red, decíamos, a la que sube información muy escueta de sus actividades, y desde donde opina acerca de los problemas que debe resolver.

¿Qué nos indica esto? Que eso lo puede hace desde cualquier lado, incluso desde el baño, porque cualquiera que tenga un teléfono de los llamados “inteligentes (aunque el que lo tenga no sea tanto), puede estar navegando en la red y emitiendo comentarios, pensando que con ello arregla el mundo, pero sin involucrarse de manera directa, como ha estado sucediendo en el conflicto por el retraso del fertilizante, en el que Pablo Amílcar pretende arreglar los problemas a fuerza de facebookazos, con el perdón de la palabreja.

A diferencia del gobierno estatal, que tiene toneladas de dinero para meterle a los medios, creando inclusos sitios digitales que son fácilmente detectables como “oficialistas”, para divulgar al “instante” las actividades, opiniones y obras, Pablo pretende abrir camino a salivazos.

Si visita las regiones, ni se sabe. Si encabeza alguna reunión, lo clásico es leer un párrafo en su “face”, con algunas fotos, y punto.

No digo que lo uno sea mejor que lo otro; lo que pretendo hacer notar es la diferencia en cuanto al dinero y al poder que Pablo tiene que enfrentar, y no será por su linda cara que podrá superar esta evidente falta de proyección.

Se equivocó Pablo al pensar que el contundente triunfo de Morena en la elección de 2018, le allanaba el camino rumbo a la gubernatura. Nunca pensó que tendría que pasar por un territorio plagado de dinosaurios, y lo que es peor, que lo haría con las bolsas vacías.

Más le valiera volverse al Congreso local, donde al menos estaría hablándole al gobernador de tú a tú. De hecho, la animadversión de Astudillo hacia Pablo viene desde cuando era diputado local, y sobre todo porque se le quiso montar a las barbas, pensando en que el presidente de la República sería tan tonto como para hacer a un lado a los gobernadores.

Si Pablo no cambia, será reventado políticamente. Y eso no es lo más grave, pues será por su gusto. Lo peor que está sucediendo es que están poniendo al gobierno federal en entredicho, con los enemigos de Morena echándole encima toda la frustración de los sectores sociales, para los que los apoyos tardan, a fin de ir creando entre el electorado la sensación de que se equivocaron al votar por AMLO.

De parte del PRI, PAN, MC, PT y PRD –en esto sí están juntos-, todo error es oro molido, y para eso mueven a sus organizaciones sociales, que están muy activas, como Antorcha Campesina, CNC, CODUC, entre otras, para azuzar problemas donde pueden, en lugar de apagarlos.

Cierto que hay descontento e inconformidad entre los campesinos, pero si el objetivo fuese agilizar la entrega del fertilizante, lo último que harían sería bloquear carreteras y caminos. Basta analizar el asunto desde todos sus ángulos para entender que hay manos que mecen la cuna.

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