La derrota de los ingenuos
Raymundo Riva Palacio
Las autoridades migratorias en Estados Unidos
están muy sorprendidas porque la migración indocumentada hacia ese país es
extraordinariamente anómala. El diario The
New York Times reportó este domingo que en ciudades
tan distantes como San Antonio y Portland, en Maine, en la frontera con Canadá
en la costa este, arribaron inmigrantes procedentes del Congo y de Angola,
después de un largo recorrido que los llevó primero a Ecuador, y de ahí
emprendieron su viaje al norte a pie o
en autobús a través de Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras,
Guatemala y México, por donde cruzaron la frontera con Texas. Son parte de los
más de 144 mil inmigrantes capturados en mayo que provocaron la reacción del
presidente Donald Trump contra México, y que provocó una de las declaraciones
más inverosímiles que se hayan escuchado en la política mexicana: “No sé por
donde pudieron pasar”.
La perla es de la secretaría de Gobernación,
Olga Sánchez Cordero, la responsable de la política migratoria hasta hace unos
días, cuando si no formal pero sí factualmente, la despojaron de su
responsabilidad primaria en la materia. El presidente Andrés Manuel López
Obrador se había tardado. La forma como manejó Gobernación el fenómeno
migratorio fue un desastre, y peor aún, está demostrado con estadísticas, que
la política de puertas abiertas con visas humanitarias disponibles para todo
aquél que quisiera viajar a México, detonó la más grande crisis en las
relaciones bilaterales de México con Estados Unidos que se recuerde en una
generación, incluida una crisis humanitaria de niños en la frontera entre los
dos países, y provocó la pérdida de soberanía mexicana, al haber tenido que
tomarse decisiones que se acomodaran a los dictados de la Casa Blanca.
La primera victima visible fue Tonatiuh
Guillén, cuya gestión como comisionado del Instituto Nacional de Migración se
volvió insostenible. El viernes pasado, de manera escueta, el INAMI informó de
la renuncia de Guillén, sin ninguna
explicación sobre los motivos de su salida. El final de Guillén y su breve paso
por la administración pública es la derrota completa de la Secretaría de
Gobernación que encabeza Olga Sánchez Cordero, donde la ingenuidad de sus
funcionarios le permitió a Gillén impulsar la política de brazos abiertos a
quien quisiera viajar a México rumbo a Estados Unidos, otorgándoles visas
humanitarias, techo, comida y protección de la Policía Federal. El ex
comisionado no actuó de manera unilateral. Dentro de Gobernación existió el
consenso de que ese debería de ser el camino, sin alcanzar a ver las consecuencias
de su reduccionistas visión del fenómeno.
López Obrador no puede decirse sorprendido. La
división dentro de su gobierno entre las dos posiciones antagónicas sobre qué
hacer, entre Gobernación y la Secretaría de Relaciones Exteriores se arrastró por
meses. En no pocas reuniones de evaluación estratégica sobre el creciente
fenómeno, expuesto de manera amenazante con represalias económicas por la ex
secretaria de Seguridad Territorial, Kirjsten Nielsen en febrero, y subrayado
por el consejero y yerno de Turmp, Jared Kushner, directamente al presidente en
marzo, Guillén fue la cara beligerante de Bucareli.
Cuando le exigían al ex comisionado explicación
del porqué habían desarrollado esa política de brazos abiertos, expresaba como
valor supremo la protección de los derechos humanos, sin matices. Cuando le
exponían que ello podría tener repercusiones y reacciones por parte de Estados
Unidos, respondía que no importaba, pensando que lo iba a doblegar. La soberbia
de Guillén fue la ceguera de Gobernación, montada en un gobierno naciente donde
la incompetencia por desconocimiento de su desconocimiento que lleva a tomar
decisiones sin contemplar los diversos escenarios, provoca reveses costosos.
El presidente es quien más los ha tenido. Todos
sus compromisos de campaña sobre cómo iba a lidiar con Trump han sido
modificados radicalmente. Toda su bravuconería se volvió docilidad. Toda la
fortaleza prometida se convirtió en una debilidad, que al tener cerradas las
opciones por los flujos de migración inéditos en la Historia entre los dos
países, se volvió una vulnerabilidad. El secretario de Relaciones Exteriores,
Marcelo Ebrard, ganó 45 días de tiempo, quizás hasta 90, con la negociación en
Washington. Sabe que la prórroga de la imposición unilateral de aranceles
podría extenderse más allá del plazo acordado con Estados Unidos, pero será una
amenaza permanente durante toda la campaña presidencial, que termina en
noviembre del próximo año.
La urgencia por evitar los aranceles se
resolvió temporalmente con la militarización de la frontera sur y convertir a
seis mil elementos de la Guardia Nacional en coadyuvantes del INAMI, reforzado
con 647 elementos de la Policía Federal, que comenzaron a desplegarse en
Chiapas este fin de semana disfrazados como agentes migratorios, para ir en
busca de los migrantes que se hayan quedado varados o se perdieron en
territorio mexicano, y llevarlos a la frontera con Guatemala.
Las maromas de Ebrard habrían sido innecesarias
porque también se pudo haber evitado la crisis con Estados Unidos. Dejemos lo retórico,
porque lo que falta, aunque parezca una obviedad, es lo que viene. Sabemos las
tareas encargadas al gabinete de seguridad y que el presidente nombró a
Francisco Garduño, militante de Morena sin experiencia en el tema migratorio,
como sustituto de Guillén, manteniendo el papel periférico del INAMI en donde
debía ser cabeza, que funcionará como una ventanilla administrativa. La
estrategia y las decisiones tampoco caerán en Sánchez Cordero o el
subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, otro de los arquitectos
de esta crisis, lo que lleva a pensar si su permanencia en el gabinete se volvió
ociosa y es tiempo que, ante la nueva realidad, los cambios en el gabinete que
vienen, comiencen por ahí.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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