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¿Y a dónde está el carnaval?

Cuentan lo oriundos de Zihuatanejo que hace muchos años, el carnaval era la festividad más importante de la región. Participaban lo mismo pobres que ricos. Autoridades y ciudadanos.

Sin embargo, en algún punto de la transición del Zihua pueblo al Zihua ciudad, el carnaval se perdió. Y cuando digo “se perdió”, hablo en términos de identidad cultural. De ser la fiesta más esperada del año, pasó a convertirse en meros intentos de feria patronal. De ser una fecha en donde la gente convivía y fortalecía la personalidad costeña (algo, por cierto, ninguna autoridad ha atendido, o cuando menos, analizado), pasó al olvido, hasta el punto de que, actualmente, la gente no tiene bien claro cuál es la fecha exacta del carnaval.

Todos los intento han quedado en eso, en meros intentos por revivir algo que parece extinto. Y es que, para el fortalecimiento de la identidad costeña no basta con un puñado de cargos en una oficina como la Casa de la Cultura; tampoco basta una regiduría de Cultura y espectáculos que, generalmente, ocupa una persona que ni siquiera sabe definir “cultura”; no es suficiente un programa populachero que más parece feria de barrio. Hace falta, para empezar, una introspección sobre el tema para saber porqué lo perdimos y empezar a buscar estrategias para recuperarlo. Pero ahí está el problema: la reflexión se ve, utópica.

Desde principios del año 2000, muchos gobiernos municipales en todo el país, descubrieron que desde la cultura, pueden fortalecer su imagen pública, como por arte de magia. Un buen festival, una buena colección de libros, una temporada de teatro, algunas buenas esculturas o uno que otro mural, durará más tiempo en la memoria colectiva, que cualquier imagen política, por muy costosa que esta sea.

Sin embargo, en Zihuatanejo, los gobiernos municipales han tenido una visión decimonónica del quehacer cultural. Algunas administraciones se ha remitido a meter todo en el mismo cesto “cultural”: esculturas de arenas, pastorelas, bailes populares, tianguis, danzas tradicionales, manualidades y todo lo que se les ocurra a los funcionarios en turno.

Una de las obligaciones de un gobierno es contar con una oferta cultural seria, amplia y profesional, encaminada a incidir en la población. Y lo deben hacer no porque ellos quieran, sino porque están obligados a ello. El Instituto Municipal de Cultura de Zihuatanejo, debe ser precisamente eso y no un tinglado donde se “enseña” lo mismo zumba, que punto de cruz. No es que lo anterior no sirva. Sí sirve y mucho, pero no es arte. Una ciudad donde el arte es relegada, se condena a si mismo a la ignominia.

No es posible que Zihuatanejo, un lugar con cierta fama a nivel internacional, no cuente con espectáculos, ni espacios para la reflexión artística. No tanto para su gente (porque ya sabemos que la gente les importa un comino), sino por el turismo. Vivir con la idea de que el turismo solo quiere playa, es pecar de reduccionista. Y en estos tiempos de convulsión económica y social, no podemos darnos ese lujo.

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