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Tlahuelilpan: todos tienen culpa

Martín Moreno

Como en la aclamada película Roma, veamos las cosas en blanco y negro. Sin radicalismos que ciegan o crucifixiones que exacerban.

En la aterradora muerte de 93 personas quemadas – hasta la hora de entrega de esta columna-, hay un coctel de irresponsabilidad, negligencia y criminalidad que, a pesar de su alta peligrosidad y a la luz de los hechos revelados, se pudo haber evitado. Pero no ocurrió así.

De nada sirven, ahora, ni acusaciones viscerales ni disculpas huecas o fanatismos extraviados.

Es momento de asumir responsabilidades por que, solo así, se podrán evitar este tipo de tragedias a futuro. Sería, sin duda, un primer paso.

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Echemos un vistazo a la postragedia, a las omisiones criminales, a las imprudencias mortales:

PUEBLO. No nos confundamos: una alta dosis de irresponsabilidad hubo en la mayoría de las víctimas en Tlahuelilpan. Cierto: la desesperación lleva al ser humano a cometer locuras. Muchos de ellos no tenían gasolina por días y se conformaban con un garrafón para uso personal. Eso sería entendible y hasta justificable. Sin embargo, había otros dos grupos: los que hacían negocio abiertamente cargando varios bidones para venderlos en la carretera, y los civiles que de forma irresponsable bailaban, se bañaban – literal- y festejaban estar en torno a un chorro de gasolina cuyos olores embotaban sus sentidos y los hacía naufragar en la inconsciencia. Esa imprudencia no puede ser atribuible a nadie más, tan solo a ellos mismos. “La gente no atendió las advertencias”, aseguró el presidente municipal, Juan Pedro Cruz. Se acercaron a libre albedrío y murieron en el intento. Algunos, justificados. Unos, irresponsables. Otros, para lucrar. Sin más.

EJÉRCITO. La omnipresencia de los militares – la hacen de policías, de ingenieros y albañiles en Santa Lucía, de reclutadores de piperos y más chambas que se acumulen-, nada más no acaba de cuajar. Poco aprieta el que mucho abarca, y sin leyes definidas, mucho peor. Y como la pongan: los soldados no pudieron contener a quienes se arremolinaron en torno al ducto mortal. Que quede claro: no estamos hablando de represión, sino de contención. No hablamos de atacar, sino de estrategia. No hablamos de golpear, sino de eficacia. Para eso hay planes, equipos y adiestramientos, y se deben aplicar a rajatabla, precisamente, para evitar tragedias. Pero cuando hay descoordinación, se le abre la puerta a la tragedia. “El Ejército mexicano supo de la toma ilegal de gasolina casi cuatro horas y media antes de la explosión”, es la cabeza del diario El País (a reserva de que lo llamen fifí). Con ese tiempo de anticipación, se pudo haber acordonado la zona y aquí no pasa nadie. Pero se reaccionó tarde. Nada más no se hizo. Las líneas militares fueron rebasadas por la muchedumbre, y allí están las consecuencias. El secretario de la Defensa Nacional debe aclarar a sus generales, capitanes, tenientes y sargentos cuál es la diferencia entre reprimir y contener. Mientras siga esa confusión, que no nos extrañen más tragedias. En Tlahuelilpan, los soldados fueron un cero a la izquierda. Inoperantes. Invisibles. Fallaron.

PEMEX. “El viernes a las 14:30 horas, Sedena detecta la toma clandestina. A las 18:20 se cierran las válvulas. A las 18:52 es la explosión y esto se debe a que la zona de las válvulas está en la parte baja del ducto y se conserva una buena parte del producto y de la presión. A las 18:52 horas, el cuerpo de bomberos de Tlahuelilpan recibe el reporte de explosión en toma clandestina”, palabras del propio secretario de Seguridad Pública federal, Alfonso Durazo. Casi 4 horas se tardó Pemex en cerrar el ducto y evitar así mayor acumulación de combustible. (El lunes pasado, en Teocalco, Hidalgo, cerca de Tlahuelilpan, se registró otra fuga en ductos, pero allí sí se reaccionó rápidamente: se cerraron válvulas a tiempo y se acordonó la zona. No hubo desgracias. ¿Verdad que sí se puede?).

CRIMEN ORGANIZADO. A estos criminales se les debe cercar, arrinconar, detener y encarcelar. Mientras no haya un escarmiento en contra de los huachicoleros – mostrándolos públicamente al ser detenidos, exhibiéndolos con nombres y apellidos-, seguirán bajo el manto de la impunidad, que es la madre de las tragedias. ¿A cuántos huachicoleros se han detenido? ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Qué procesos enfrentarán? Mientras el gobierno no responda a estas interrogantes que están en la boca de millones, persistirá la percepción de que no se les está castigando de manera ejemplar.

AMLO. El presidente de México no debe llamar públicamente “traviesos” a los huachicoleros, como ya lo ha hecho. No, señor López Obrador: son criminales a los que hay que enfrentar con dureza y un primer paso es identificarlos ante el mundo por su nombre. Tampoco debe AMLO seguir confundiendo conceptos y orígenes, cuando recalca que “la pobreza obliga a la gente a robar gasolina…”. Tal vez haya algunos casos así, pero la mayoría de quienes participan en el huachicoleo pertenecen a estructuras criminales que no responden precisamente al concepto de pobreza y sí, en cambio, a los parámetros del crimen organizado: el robo, el dinero fácil, la violencia, la impunidad. Ni todos los pobres son buenos ni todos roban por necesidad. Y mientras AMLO siga con esa confusión, seguirá contagiando de incertidumbre a su equipo y generando decisiones erróneas.

Van 93 muertos y contando en Tlahuelilpan. Otro tanto de heridos, algunos graves. Mientras autoridad irrelevante y pueblo irresponsable se mezclen, continuarán las tragedias. Esa es una ecuación mortal.

Los fanáticos que todo le aplauden al gobierno trepados en 93 cadáveres, seguirán así, cegados por la adoración. No tienen remedio.

Los enemigos a muerte del gobierno de AMLO trepados en 93 cadáveres, seguirán así, cegados por el odio. Tampoco tienen remedio.

Y quienes estamos en medio, intentemos entender las cosas para poder explicarlas y así evitar que la autocomplacencia o el juicio precipitado también nos cieguen.

Por lo pronto, a seguir rezando para evitar otro Tlahuelilpan.

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