(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
En México, 6 de cada 10 niñas y niños menores de 14 años han experimentado algún método de disciplina violenta. Es común que los padres recurran a los golpes para disciplinarlas, sembrando en ellos rebelión.
En el mundo actual, estos métodos que usaron nuestras madres con nosotros, como la chancla y la vara, ya no funcionan. Pero no porque hayan pasado de moda, sino porque los padres actuales perdieron de vista el motivo de la disciplina, y se exceden hasta incluso matar a sus menores, o lastimarlos gravemente.
En nuestros tiempos, sólo los desvergonzados necesitaban de la chancla, porque la mayoría ya habíamos aprendido que no podíamos traspasar ciertos límites, sin recibir el clásico chanclazo. Y como era el método de todas las familias, nadie ponía objeción.
Otro motivo por lo que el método de la vara de corrección ya no funciona, es por la insana rebelión que traen los hijos casi como marca de nacimiento. Una disculpa pero esto es real. Basta ir a una reunión de familias, para entender que los padres ya no educan a sus hijos. Estos hacen lo que quieren: gritan, corren, saltan, tiran basura, y si los corrigen contestan airados. Concretamente, actúan sin ningún temor hacia sus progenitores. Los padres, ante la afrenta, se hacen los desentendidos, no vaya a ser que les tomen fotos nalgueando a sus hijos, o dándoles el chanclazo.
La mayoría se tira al piso y hace rabietas cuando se les corrige verbalmente o cuando se les niega algo que piden en ese momento de manera exigente. Incluso hay algunos que se golpean contra el piso o contra las paredes, y hasta se golpean con sus propias manos. Otros contestan con groserías marca llorarás, sin que los padres puedan hacer algo al respecto.
¡Esto es tan pero tan lamentable! ¡Cuántos de estos episodios hemos visto! Y no es que los niños de hoy sean distintos a los de nuestra época. Lo que ha cambiado es la manera de educarlos, y podemos decir que nuestros padres –si bien fueron rigurosos-, estuvieron en lo correcto porque hicieron de nosotros gente de bien. Pero nosotros fracasamos, porque fue precisamente nuestra generación, la de los 40 y los 30 años, la que está fracasando, al grado de que hay madres que ya perdieron a sus hijos por la violencia, las drogas, la vida en la calle, etcétera. Estos padres renunciaron demasiado pronto a educar a sus hijos, y se los dejaron al sistema político, que prohíbe los procesos de disciplina porque los considera violentos. Y cuando esos hijos que nunca fueron corregidos se convierten en un problema social, entonces los estigmatizan, los encarcelan, o los van a recoger a la calle, acribillados.
Se habla de desintegración familiar como la causa de todos estos problemas. Y es cierto que el aumento de los hogares monoparentales, el alarmante incremento de los embarazos en adolescentes, son algo grave, pero no son la causa principal. Al contrario, el hecho de que haya hijos varones que embarazan a las mujeres y las dejan, y a que haya niñas embarazándose, es una consecuencia de la falta de educación en el hogar.
Antes, hasta los profesores tenían derecho a corregirnos. Hoy, si poquito les alzan la voz a nuestros hijos, vamos a enfrentarlos y a acusarlos por violencia.
Insisto que es necesario revisar los métodos de disciplina de los hijos, generación que está siendo educada por la realidad virtual.
Decían nuestros padres que el que no oye consejo, no llega a viejo. Y que según el tamaño es la vara. Recordemos que el principal fracaso social de los Estados Unidos comenzó precisamente cuando el gobierno comenzó a prohibir la disciplina en los hogares, y aleccionaron a los hijos para denunciar a sus padres, quienes por miedo a la cárcel, dejaron de disciplinar a sus hijos.
Hoy por hoy, el vecino país es el más grande consumidor de drogas y alcohol, y número uno en asesinatos masivos por parte de jóvenes que nunca aprendieron a dominar la frustración, y acostumbrados a tenerlo todo, aunque para ello sus padres se contramataran trabajando.
Esos altos niveles de adicción nos arrastraron. La siembra y trasiego de estupefacientes en México se debe, precisamente, al gran mercado de consumo que hay en el vecino país.