(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
El sismo de 4.5 grados registrado ayer al noreste de Zihuatanejo, sumado a los dos ya registrados el lunes y martes en Ometepec, no son nada bueno. De acuerdo con los sismólogos no oficiales (que no trabajan para el Sistema Sismológico Nacional), estamos ante un “enjambre sísmico”, que involucra también a Oaxaca, y que estos movimientos telúricos podrían ser precursores de un gran terremoto.
De acuerdo con estos sismólogos, así como de medios independientes, se puede esperar uno de hasta 7.5, o incluso de 8 grados.
Los sismos registrados en la zona de subducción de la placa del Pacífico con la placa de Cocos, además, incrementan el riesgo de erupción del volcán Popocatépetl, ya que se encuentra en la línea de flexión de la placa Norteamericana (la placa continental) y la placa de Cocos, que subduce o se mete por debajo del continente. Una zona de flexión es el punto donde la placa que subduce o la placa subducida se quiebran, provocando fallas terrestres.
Estudios demuestran que después del gran sismo de Chiapas, del 7 de septiembre de 2017, la zona de flexión que se tenía tierra adentro, alcanzando Puebla, en realidad se multiplicó y ahora se tienen por lo menos otros dos puntos de quiebre, y de ahí la vulnerabilidad de los estados de Oaxaca, Puebla y Veracruz, así como la posibilidad de que uno grande tenga lugar en el Itsmo de Tehuantepec.
Sin ser aves de mal agüero, solamente personas conscientes de una realidad que ya no pueden omitir las autoridades –algo que suelen hacer con el argumento de no generar alarma entre la población-, consideramos que es tiempo de que los gobiernos federal, estatal y municipal hagan su parte, y que la población se organice y esté consciente de manera permanente acerca de la posibilidad de un sismo.
Suele suceder que cada que se registra un terremoto, la gente está desprevenida. Se carece de una cultura de la prevención, pese a que harto se ha dicho que estamos en una zona de alta sismicidad, ubicados en el cinturón de fuego del Pacífico, llamado así por la cantidad de volcanes que existen en las márgenes del gran Océano, tanto en Occidente como en el Oriente, donde hay también una gran placa marina suelta, que está moviéndose constantemente, conocida como la Placa del Pacífico.
Si revisamos las estadísticas del SSN, desde 1990 a la fecha, es obvio que la sismicidad ha aumentado de manera alarmante, y que esto es exponencial.
Es decir, que si en 2017 tuvimos 26 mil 363 sismos, para 2018 esa cifra aumento a 30 mil 193. En 2016 el registro fue de 15 mil 547 movimientos telúricos, y para 2015 la cifra alcanzó solamente 10 mil 946.
Es decir, que en un periodo de 4 años, de 2015 a 2018, se triplicó el número de sismos en México, pasando por los grandes terremotos de Chiapas y Pueblas, de cuyas secuelas el país todavía no se recupera. En 1990, tuvimos sólo 796 sismos.
¿Cuándo comenzó a incrementarse la sismicidad en México? Desde 2009, cuando se registraron 2 mil 301 sismos.
Pero en 2015 se dio un gran salto, al pasar de 7 mil 608 sismos en 2014, a 10 mil 946. Desde entonces, la tierra en México no se ha dejado de mover y en los últimos 4 años ha temblado más que en los anteriores 25 años.
Algo está pasando en la tierra, y nuestra entidad y nuestro país. Pero inmersos como estamos en asuntos que replican las redes sociales, y que involucran a los políticos y sus peripecias, no nos estamos ubicando en lo realmente importante, que por un lado son los sismos, y por otro lado la devastación ambiental.
¿Hasta cuándo?