(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
El Ejército lo sabía. Siempre lo supieron. Siempre estuvieron al tanto de lo que ocurrió hace 7 años en aquella larga noche de Iguala y los días siguientes.
Sabían que los estudiantes de Ayotzinapa fueron detenidos por policías y entregados a los sicarios de Guerreros Unidos. Sus sistemas de espionaje estuvieron activos y pudieron saber que los delincuentes reclamaron a “todos” los detenidos.
Incuso se dieron cuenta de que los que ya estaban en un camión fueron liberados a propósito para dejarlos a merced de los sicarios, quienes los cazaron sin misericordia, sabiendo que eran estudiantes.
“Dicen que son ayotzinapos, pero vienen encapuchados y armados”. Sí, ese fue el error de los que llevaron a los muchachos a Iguala a tomar autobuses, justo cuando estaba en pleno apogeo la guerra de Guerreros Unidos contra un grupo de la Sierra (antes se decía que temían de Los Rojos que operan en Chilapa y sus alrededores).
Siempre hemos dicho que la investigación está incompleta. Que se están centrando en la matanza, pero no en las razones de porqué los muchachos fueron llevados a Iguala. Claro, dirán que no se puede hacer porque eso revictimiza a los estudiantes asesinados, pues solamente iban a tomar camiones. Y, en todo caso, lo que importa es que los masacraron de diversas formas, ya no sólo quemados.
Pero el hecho de que entre ellos haya ido gente armada indica que ellos no fueron, sino que los llevaron a propósito.
Ese pequeño gran detalle nos revela que los que movilizaron a los estudiantes más allá de la famosa “Casa Verde” ubicada entre Chilpancingo e Iguala, y que sería la frontera entre los territorios de los grupos delincuenciales de la Sierra, Zona Centro y Zona Norte, sabían a lo que estaban exponiendo a los muchachos. Es decir, no fue un acto inocente ni mucho menos. Y eso por supuesto no puede pasar desapercibido.
El uso de capuchas en sus movilizaciones, de hecho, ha sido duramente criticado por la sociedad, pues no se sabe si son realmente estudiantes los que están tomando casetas o bloqueando autopistas, o si se trata de gente infiltrada o disfrazada de ellos.
Y pese a que el hecho de portar capuchas los expuso a una de las más terribles matanzas de este país, aún así persisten en usarlas, poniendo en riesgo su integridad pero también las de los ciudadanos, que ya no sabemos si son ellos o no son.
Si nos atenemos a las conversaciones divulgadas entre delincuentes y presuntos policías, los matones no les creyeron que eran estudiantes, por el hecho de que llevaban capuchas y algunos iban armados. Luego entonces, los consideraron parte de los adversarios con que día a día se enfrentaban los Guerreros Unidos, quienes para entonces ya tenían los cerros de Iguala llenos de víctimas, algo que tampoco ha tenido gran relevancia entre la sociedad, pues todos nos enfocamos al caso de los estudiantes, olvidando que antes que ellos murieron a manos de los Guerreros y sus cómplices en el gobierno (de todos los niveles) decenas, cientos de personas, entre hombres, mujeres y niños, gente inocente cuyo único delito fue habitar en una región infestada de delincuentes que tomaron el territorio como propio y a los que las autoridades nunca les pusieron límites, al grado de que llegó al poder uno de los suyos; mejor dicho, el esposo de una de sus miembros, María de los Ángeles Pineda Villa, hermana de los jefes de Guerreros Unidos, para quienes todo iba viento en popa hasta que los muchachos de Ayotzinapa fueron cazados, secuestrados y asesinados.
Quiero tocar este punto, amable lector, porque casi nadie lo hace. En ese contexto, ¿si los “ayotzinapos” no hubieran ido el 26 de septiembre de 2014 a Iguala, en el contexto en que María de los Ángeles Pineda Villa rendía su segundo informe de gobierno frente al DIF municipal….o si los Guerreros Unidos no los hubieran confundido con sus adversarios y los hubieran dejado salir y entrar como si nada, guardando todas las formas, significa eso que las matanzas en la ciudad tamarindera habrían continuado? ¿Significa que la colusión entre delincuentes y autoridades -de todos los niveles, insisto- habría proseguido sin más control que el cobro de sueldos por hacerse de la vista gorda?
Por eso es que la investigación debe llegar hasta sus últimas consecuencias y no sólo hurgar en los archivos del Ejército (que los tienen todos sin duda porque son la única institución en este país que por decenios se ha dedicado a fortalecer sus redes de información y espionaje, pero sólo para ellos mismos), para saber qué pasó aquella noche, sino ir más allá, y determinar cómo es que la próspera Iguala terminó siendo rehén de un grupo delincuencial y nadie le puso freno.
En resumen, todos lo sabían. La Policía Estatal, por ejemplo, la tarde de ese 26 de septiembre de 2014 había impedido que los estudiantes tomaran camiones en Chilpancingo y vieron que fueron rumbo a Iguala, sabiendo que una vez traspasando la Casa Verde corrían peligro. Aún así, no alertaron o no quisieron alertar a la coordinación regional de la Zona Norte para que les dieran protección, o por lo menos para que estuvieran al tanto.
Tampoco actuaron las policías ministerial y federal en defensa de los muchachos; al contrario, los ministeriales llegaron 7 horas después del primer ataque y los federales, de acuerdo con los testimonios que se han ido divulgando a lo largo de estos últimos 7 años, participaron en la cacería. Por lo menos se les vio persiguiendo a un camión que iba rumbo a Chilpancingo, y por eso se les acusa de estar detrás del ataque en contra del camión en el que viajaba el equipo de Avispones de Chilpancingo, quienes los describen como hombres con uniforme negro.
Hay mucha preguntas en torno a este caso. El objetivo no sólo debiera saber cómo mataron a los muchachos y dónde están sus restos, sino cómo fue que Iguala, Guerrero y México mismo, llegaron a este nivel de criminalidad.