(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Mientras esto escribo, amable lector, lectora, los candidatos a diferentes cargos de elección popular de todo el estado y en el país, estaban dando sus últimos discursos y haciendo sus últimas publicaciones, pues ayer a las 12:00 de la noche concluyeron los días concedidos por la ley para hacer actos proselitistas; es decir, la búsqueda de aliados a sus proyectos, mediante la exposición de sus propuestas de gobierno o legislativas.
Aunque, claro, es harto sabido que se usan también otros artilugios para conseguir adeptos, y no solamente mensajes de saliva, sino lo que el ex presidente Álvaro Obregón señalaba de “cañonazos de dinero”. E incluso decía que a estos no hay quien resista. Todos caen, pues.
¿Pero quién recurre a esta práctica? Dos tipos de personas: una, las que son presionadas por el mismo electorado -y me consta que sí lo hacen-, a cambio de apoyar con el voto a algún candidato. O bien, los candidatos que está abajo en las encuestas y quieren alcanzar y rebasar mediante los “cañonazos de dinero”.
Aunque, sinceramente, no son tales cañonazos, porque a lo sumo reciben 500 o mil pesos por voto. Incluso 200, aunque hay quien dice que la política ya se encareció y que ahora cobran por familias.
¿En todo caso, quién sería el responsable de esto que la ley ya contempla como un delito electoral, y que puede ser causal de que un triunfo se caiga en la mesa de los tribunales electorales? ¿Acaso es culpable el pueblo bueno y sabio del que habla el presidente Andrés Manuel López Obrador? ¿O es el pueblo el que se quedó acostumbrado a la dádiva electorera con la que lo han venido cebando por años?
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que las dos cosas prevalecen hoy en día. De un lado, los políticos que no pueden acostumbrarse a hacer una campaña normal, sin conceder dádivas para nadie, aunque pierdan. Y del otro, el pueblo organizado mediante liderazgos que ya son una costra caciquil en México que sobrevive desde hace muchos años, decenios tal vez.
Apostamos a que esto será lo último que cambie en este país y aún en esto hay dos rutas. O cambia para bien, o cambia para mal. Es decir, cambia para peor, o cambia para mejor.
Por eso resulta paradógico que los traen en su discurso el combate a la corrupción como una de sus estrategias de gobierno, estén asimismo involucrándose en estas prácticas porque, de lo contrario, están condenados a perder.
Y no es que quieran darlas, o tengan dinero para ello, porque la mayoría debe endeudarse para realizar una campaña que incluye obviamente el cochupo electoral, mínimamente a los líderes de colonias, comunidades, sindicatos de todo tipo y más.
Ojo, no estamos hablando de los gastos normales de una campaña, que esta vez fueron harto restringidos, sino de gastos extraordinarios que los candidatos se ven obligados a hacer, pues es parte de la competencia.
Cerrar los ojos a esta realidad sería ser muy ingenuos, tanto de nuestra parte, como de parte de los partidos políticos e incluso de parte de las autoridades, porque incluso a esos niveles gubernamentales también se mueve el cochupo electorero, el favoritismo y cosas peores.
Por eso se dice que un pobre no puede ser candidato, so riesgo de quedar en la lona desde el arranque. También se dice que los partidos eligen no al hombre más honesto ni al más popular, sino al que tiene más dinero. ¿Por qué? Porque las prerrogativas no alcanzan para tanto candidato, les dan una bicoca, si es que les dan. Luego entonces, son los candidatos los que tienen que costear sus propias campañas y, créame, amable lector, he sido testigo de muchos que se han quedado pobres en el intento, pues pretenden ponerse con Sanzón a las patadas.
¿De verdad? ¿No habrá otra realidad en este país? ¿Acaso AMLO no fue la excepción? Del cochupo tal vez el presidente sea la excepción, aunque tampoco podemos afirmarlo. Lo que sí es cierto es que durante todo su movimiento que terminó convirtiéndose en el partido que lo llevó al poder, el mandatario estuvo recibiendo donativos y, digamos, ofrendas de grupos políticos, de la gente, etcétera. Imposible que él pudiera sostener su vida personal, y a la vez sostener al movimiento que, dicho sea de paso, una vez que cobró vida se revolucionó por sí solo.
Pero estamos hablando de por lo menos 10 años que se necesitaron para que el proyecto madurara, pues comenzó desde que eran parte de la estructura del PRD.
Volviendo al tema, estamos hoy hablando de cochupos porque a partir de este jueves y hasta el domingo, es lo que sigue. La compra de votos, credenciales, promesas post-electorales, etcétera, a fin de sacar a la gente a votar.
Lo ideal sería que la gente acudiera sola, a ejercer este derecho cívico, pero esa no es la costumbre. Quizás dentro de unos 10 años, cuando la ley se aplique con rigor, vaya desapareciedo el mapachismo electoral. Mientras tanto, apueste usted, amable lector, que esta práctica electorera está vivita y coleando, así en general.