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SOS COSTA GRANDE

(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

¿Quién dice que Morena está unido entorno al proceso electoral de 2021? Hay que asistir a una de sus reuniones (las únicas que se han hecho desde el también convulso proceso electoral de 2018), para entender que el partido lópezobradorista está peligrosamente fragmentado.

Sobre todo, no hay consenso en torno a la candidatura para gobernador. Unos son de una facción y otros de otra. Y son precisamente los líderes del partido en distritos y municipios, así como algunas facciones que se han tomado atribuciones ejecutivas, junto con personajes con cargos de elección popular, quienes están alentando abiertamente esa división.

Bien dice Victoriano Wences Real, líder del PT, que Morena tiene muchos problemas internos. Claro, más lo que él mismo está creando como aliado.
Lamentablemente, a lo largo de los últimos dos años, Morena no tuvo un dirigente estatal que se encargara de hacer la famosa “operación cicatriz”, de las heridas que dejó el proceso de 2018 y que de no haber sido por el efecto AMLO, los morenistas hubieran mordido el polvo también en las elecciones legislativas locales y federales, como sucedió con los ayuntamientos. 

Y todo por la imposición de candidatos sin respetar las convocatorias y los acuerdos de coalición.

Bueno, lo que comenzaron esta guerra tienen nombre y apellido, y si como dice el dicho que no hay quien escupa al cielo, que a la cara no le caiga, entonces estaríamos a punto de ver un efecto bumerang de acciones pasadas. O como otros dicen, aquellos que dividieron el partido, tendrán su karma irremediablemente, pues todo lo que sembrare el hombre, eso también cosechará, advirtió Saulo de Tarso, conocido como Pablo en la Biblia, en su carta a los Gálatas.

Al contrario, la dirigencia nacional (tanto en tiempos de Yeidkcol Polevsnky como en tiempos de Alfonso Ramírez Cuéllar), dejaron la iglesia en manos de Lutero, con un dirigente que nunca supo entender su papel, y que prolongó su pleito con otros lídres, sobre todo con Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros, algo a lo que también le abonaron la gente del finado César Núñez. Y, por supuesto, los amilcaristas hicieron lo propio, avanzando y defendiéndose de sus adversarios, sin importarles que el partido llegara a esta fecha fatídica peor que como comenzó.

La guerra dentro de Morena es a muerte. No hay quien ceda. Parece que los esfuerzos de Salomón Jara por unificar al partido son infructuosos, y todavía le falta conciliar los intereses en distritos y municipios, donde seguramente los grupos ya mencionados también irán mano y pelearán con uñas y dientes estos espacios, pues de ellos depende, en parte, el triunfo en la gubernatura.

Imposible no ver esta terrible realidad.

Imposible tampoco que la dirigencia nacional del partido no tenga opciones y se vea incapaz de poner orden, colocando a cada cual en su lugar, quitando al que no sirva, ubicando al desubicado y simplemente aplicando sus estatutos internos. No es gran ciencia esto. Habría que aprender un poco del viejo PRI, aquel que decía que el que se mueve no sale en la foto, y todos tenían que esperar para conocer al “tapado”. Conviene aprender esas viejas mañas, decíamos, sobre todo porque los grupos morenistas están aplicando el adagio favorito del nuevo PRI, que dice que “niño que no chilla, no mama”.

Y por eso están todos moviéndose, porque saben que sin importar quién resulte candidato a la gubernatura, lo obligarán a repartir el pastel, no sea que les ocurra lo que a los perredistas con Zeferino Torreblanca, quien terminó llamándolos “cerdos come heces”, o lo que les pasó con Ángel Aguirre Rivero, quien les dio cargos porque ya tenía al chamaco atravesado, pero a los que poco a poco fue corriendo de su gabinete.

Pero, claro, eso no sucede en el partido más democrático de México. Aquí no se puede venir a callar a nadie, ni siquiera al que no le asiste la razón y que habla por hablar.

Concluimos que el viejito Porfirio Muñoz Ledo tiene harta razón cuando dice que Morena está lejos de ser un partido. Es apenas un movimiento social, con categoría de partido, cuyas facciones que se juntaron en torno a la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, ahora pelean entres sí por el gran pastel del poder.

Eso no es nuevo, de hecho. Es lo más natural en los movimientos sociales y armados. Nos sucedió cuando la Revolución Mexicana, cuando los grupos que pelearon contra Porfirio Díaz, se traicionaron y comenzaron a matarse entre sí, llevando al país a una gran desgracia, en la que niños menores de 15 años fueron la carne de cañón (en 1910 México tenía una población infantil mayoritaria), así como las mujeres.

¿Veremos algo parecido en Morena? Al paso que van, así parece. Si nadie lo evita, claro.

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