(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Este lunes, más de 30 millones de estudiantes de todos los niveles escolares dieron inicio al ciclo escolar 2020-2021, en condiciones históricas por la pandemia de covid-19 en México.
Pese a que otros países decidieron aplazar mejor el inicio de las clases, México, al contrario, diseñó un modelo de clases a distancia, para garantizar que los estudiantes reciban desde casa las clases correspondientes al grado que están cursando, pues el gobierno en todos sus niveles determinó que la pandemia no puede detenernos ni estancar a los estudiantes en su preparación académica.
En Estados Unidos, por ejemplo, muchos estados autorizaron el retorno a clases presenciales, desde el nivel preescolar incluso, hasta el de preparatoria y profesional, tomando las medidas de control correspondientes. Claro, no en todos, pero la inmensa mayoría de los estadounidenses está en lo suyo, atendiendo sus negocios. Habiendo pasado por la cuarentena correspondiente, parece que lo que sigue para ellos es continuar, pese a las críticas en contra del gobierno de Trump por los decesos que, si somos conscientes, eran inevitables, tal cual sucede en México, donde primeramente ha sido imposible mantener a la gente en su casa, esperando la muerte económica, la quiebra y la ruina.
Pero este inicio de clases no es histórico únicamente por el método elegido, sino por los contrastes económicos y sociales que salieron a relucir una vez más, pues mientras que los niños nacidos en hogares ricos tienen a su disposición lo mejor de la tecnología cibernética y saben cómo manejar los programas de enseñanza adoptados por el gobierno federal, los niños de clases sociales bajas, que difícilmente han tenido acceso a este tipo de tecnologías, se conformaron con un viejo televisor, para recibir clases a distancia, a través de la señal de televisión abierta.
Desde que se fraguó la reforma educativa de Enrique Peña Nieto se les hizo notar que el atraso tecnológico para millones de hogares era precisamente lo que limitaba y dificultaba el nuevo modelo educativo, comenzando por los profesores, quienes de un día a otro se reconocieron ignorantes del uso de tecnologías básicas de la educación, pues muchos de ellos se habían formado en el tradicional pizarrón, gis y borrador. ¡Ah!, sin faltar la regla que pega.
En esta etapa en la que es obligatorio el uso de tecnologías, los profesores demostrarán de qué están hechos. Los niños también. Son precisamente estos los que nos van a sorprender, porque pareciera que traen chips tecnológicos archivados, y los grandes pueden auxiliar a los pequeños en estas artes.
Lo digo por experiencia, que los hijos son autodidactas en materia de tecnologías digitales, conocen el lenguaje y, es sólo cuestión de tiempo para que aprendan cómo usarlas.
El lenguaje audiovisual no les es ajeno, pues han crecido con él. A diferencia de las viejas generaciones, quienes éramos de libro, cuadernos y pluma, hoy son de Tablet, Smartphone, computadora, etcétera. Saben navegar, instalar, desinstalar y miles de cosas que para nosotros son un dilema, y que nos está obligando a estudiar para no quedar en la prehistoria educativa y de la información.
Será un ejercicio excepcional. Los profesores desde sus hogares, los estudiantes desde su propia casa, con los padres vigilando, conectados únicamente por una señal de Internet o de televisión, de algún modo vendrá a modificar nuestro estilo de vida.
Muchos padres que habían estado alejados de estos asuntos, tendrán que involucrarse, y aprender cosas nuevas.
Los profesores, por su parte, acostumbrados a una relación más cercana e íntima con los estudiantes, pasarán a comunicase con ellos mediante mensajes en dispositivos electrónicos.
Y aunque nada sustituirá nunca la relación personal maestro-alumno, tampoco hacerlo de este modo es despreciable. Al final de cuentas, se cumple la teoría de Marshal McLuhan: vivimos ya en una aldea global.