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SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

El novelón del Caso Lozoya, digna de Netflix, comenzó el martes con la primera comparecencia del acusado, que por causa de la pandemia fue vía internet y no de manera presencial.

De entrada, Lozoya, a través de sus abogados pidió el beneficio de ser “testigo de oportunidad” (la versión mexicana de testigo protegido), como garantía para desembuchar todo lo que sabe de las redes de corrupción que montó Enrique Peña Nieto y su equipo, siendo el titular de Hacienda, punta clave en ese entramado que incluía, por supuesto, al propio indiciado.

El martes se le inquirió por el caso de la compra fraudulenta de Agronitrogenados, una empresa productora de fertilizante que era del gobierno, pero que durante el Salinato fue privatizada. Con la llegada de Peña Nieto, su dueño la revendió a Pemex, pero ya convertida en chatarra y endeudada con Banco Azteca. De ahí el sobreprecio a su valor real, con cargo al erario público.

Lozoya quedó ese mismo martes vinculado a proceso, pero sin ir a la cárcel. El juez únicamente pidió se le pusiera un brazalete, para monitorearlo, y tendrá que ir a firmar al reclusorio Norte cada 15 días.

En este contexto, y una vez que le fue concedida la garantía de ser “testigo de oportunidad”, Lozoya se declaró “no culpable” y prometió que daría pormenores de ese delito y a los autores materiales e intelectuales.

En su segundo día de comparecencia, Lozoya conoció del caso Odebretch, desde la aportación millonaria para la campaña de Enrique Peña Nieto, en 2012. Lozona también se martirizó. Sus abogados expusieron: “El señor Emilio Lozoya ha sido utilizado en su calidad de instrumento no doloso, en el marco de un aparato de poder conformado por altas autoridades del Estado mexicano que estuvo constituido con el objetivo de abusar de ese poder que legítimamente les había sido concedido”.

Algo así como “yo no quería, fui forzado a actuar”.

Sin embargo, la Fiscalía le comprobó que de los sobornos que dio la empresa Odebretch para la campaña de Enrique Peña Nieto, algo así como 4 millones de dólares, Lozoya se quedó con su parte. Es decir, entonces no fue forzado ni mucho menos, sino que había dinero de por medio también para él, y se le documentaron depósitos en sus cuentas en Suiza, y el ex director de Pemex usó a su hermana para hacer triangulaciones de efectivo.

Pero eso no es todo, la Fiscalía expuso que testigos protegidos en manos del gobierno de Brasil declararon que entre 2011 y 2014 se pagaron sobornos por 10.5 millones de dólares en México para que Odebrecht asegurara contratos en diversas obras públicas. Estas negociaciones las hizo de manera personal Emilio Lozoya, en su calidad de director de Petróleos Mexicanos.

¿Y qué esgrimió el ex amigo de Peña Nieto? Lo mismo: “No soy culpable ni responsable de los hechos que se me imputan y en el marco de la investigación. Quiero hacer de su conocimiento, su señoría, que con relación a los hechos que se me imputan fui intimidado, presionado, influenciado e instrumentalizado.

“Asimismo, manifiesto a usted que denunciaré, señalaré a las personas responsables de estos hechos y los posibles beneficiarios de los mismos”, declaró.

Por este caso, Fiscalía General de la República formuló la imputación del exdirectivo de Pemex los delitos de asociación delictuosa, cohecho y lavado de dinero, delitos que el acusado no negó, sólo dijo que no es responsable de ello, ofreciendo que probará y señalará a los verdaderos beneficiarios de estos sobornos.

¡Wow! Ya sabíamos que estábamos frente a un espectáculo de grandes dimensiones, pero no que veríamos semejante descaro. Ni un rubor de por medio, ni una brizna de vergüenza de alguien que ya está siendo visto por la opinión pública como el Judas del sexenio pasado.

Y claro, no es que los otros sean santos, y por supuesto que merecen su castigo, pero no deja de ser vergonzoso que Lozoya, para salvar su pellejo, esté exhibiendo a sus jefes. Aunque, bueno, como dice el dicho: En política no hay amigos, hay intereses.

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