(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Iniciamos este domingo la semana epidemiológica número 31 en Guerrero, con 73 nuevos casos confirmados de Covid 19, para un acumulado de 9 mil 952 casos.
Este lunes, seguramente, la entidad rebasará los 10 mil casos, con mil 333 víctimas mortales del virus. Definitivamente, los números no son los esperados, ni a nivel estatal, ni a nivel nacional. Algo estamos haciendo mal todos, como para que esto esté ocurriendo.
Y no nos referimos a los casos de contagios, porque mientras estos se superen, no habría problemas. Al contrario, es bueno que la gente se contagie, para que haya inmunidad entre la población. El problema es que la gente está muriendo en una proporción más elevada de lo previsto.
Por ejemplo, nos decían que a los jóvenes el Covid-19 no los afectaría, sino que sólo a los viejos y enfermos. Pues sí, la premisa se ha cumplido, pero sólo en parte. En Guerrero, por ejemplo, 879 personas del grupo de mayores de 60 años, han muerto; lo cual representa el 66 por ciento del total de muertes. Pero, ¿y entonces quiénes son los que están dentro del otro 34 por ciento?
Lamentablemente, gente madura y todavía en edad productiva. Algunos niños, y otros jóvenes. Tan sólo por este caso, se cae abajo la versión de que el Covid-19 era algo que afectaba únicamente a los viejos.
Estos números son meras cifras frías. La verdad, de tanto decirlas nos hemos ido acostumbrando a ellas. Esto ha venido a ser como los casos de violencia, que nos impactaban al inicio, pero que -a fuerza de ver y oír de crímenes diversos-, nos fuimos acostumbrando, lamentablemente.
Una sociedad que se acopla a su realidad, se resigna, y no promueve cambios. Eso está pasando, desafortunadamente, con el Covid-19. Las conferencias de prensa vespertinas que se diseñaron para informar acerca del Covid-19, se volvieron intrascendentes de algún modo, porque de poco han servido para cambiar la realidad. Al contrario, han servido para su uso político de parte de opositores y retrógradas, que confunden la amnesia con la magnesia, y piensan que todo se puede traducir en votos a favor o en contra.
Con la salud, entonces, nos ha pasado lo mismo que con la pobreza. Las cifras se esconden, se maquillan, pero la realidad supera la ficción. Y la clase política usa sin pudor los números de nuestra vergüenza, para sacar raja.
De muy poco nos sirve conocer cuántos casos de Covid-19 se han registrado en nuestra entidad y en el país, así como la cantidad de personas que han sucumbido ante la enfermedad, si eso no se traduce en cambios en nuestra actitud como individuos, como familias y como sociedad.
Lo que estamos viendo en estos días, alrededor de los festejos religiosos tradicionales en por lo menos 3 regiones de la entidad (Costa Chica, Montaña y Zona Centro), avergüenzan, porque por un lado nos rasgamos las vestiduras y criticamos acremente en redes sociales (ya no hace falta otra cosa), por la mortandad por Covid-19, así como por otras enfermedades que se desencadenaron por el temor a la pandemia, y por otro nos vamos a la pachanga.
Ojo, no estamos hablando de eventos que se celebran dentro de un templo, a donde la gente va a rezar, a presentar alguna ofrenda, y luego vuelve en orden a su casa; si no de los bailongos, procesiones, jaripeos, bailes y beberecuas en torno a ellos. Esto es lo que se conoce como la tradición religiosa de los pueblos, que nada tiene que ver con las celebraciones eucarísticas.
En estos festejos están inmiscuidos tanto los gobiernos locales como las parroquias, como desde antaño se hace. Pues ni uno ni otro sector fueron capaces para contener esa avalancha de gente paseando a sus santos, danzando, y simplemente conviviendo entre sí, en medio de una pavorosa pandemia que ha impedido que el estado pase al semáforo amarillo; y que, al contrario, nos puso en tela de juicio y podríamos volver al rojo.
De aquí a 2 semanas, que es el periodo de aparición de los síntomas y multiplicación de los contagios, estaremos enterándonos de un incremento inusitado de casos. ¿Por qué? Porque la gente salió a festejar a su santo patrón, creyendo que éste los va a blindar contra el Covid-19. Y no, eso no es fe. Eso es tentar a Dios. Por fe sabemos que, si nos contagiamos, el Eterno nos guardará. Pero andar buscando el contagio, es tentarlo, retarlo y verlo como nuestro criado.
Lamentablemente esto es México, un país formado de muchos retazos, y forjado en torno a la tradición heredada. Tanto, que ni una pandemia ha sido suficiente para contener a la gente en sus casas, y salieron a exponerse. La tradición pudo más que la razón.