(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Esta semana México será, de nuevo, noticia de 8 columnas a nivel internacional, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador se reúna con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca, sede del imperio occidental.
Serán dos días en que los mandatarios dialogarán de temas diversos, incluidos los temas de geopolítica y geoeconomía (y es que a ese nivel ya no se puede hablar de asuntos domésticos), y se dejarán ver ante la comunidad internacional como lo que hemos sido ambos países a lo largo de nuestra historia reciente: como parte de un mismo proyecto económico regional, cuyo ensayó real y profundo comenzó en la era del Salinato.
Aquello fue realmente un cambio de rumbo para nuestro país. Y para que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (hoy desplazado por el T-MEC), fuese posible, Carlos Salinas fue enviado desde el imperio para desmantelar al Estado propietario, y dar paso a la economía de mercados regional y global.
Fue bueno ese adelgazamiento, porque había sectores que en manos del Estado simplemente no funcionaban y venían de un pasado caduco. La banca, los ferrocarriles, teléfonos, puertos, ingenios, y un sinfín de sectores estaban acaparados por el gobierno, y aquello era infernalmente opaco, empobrecedor e ineficiente.
Pero algo se hizo mal, que la nacionalización de las empresas del Estado no significó para nada mayor desarrollo para México, entendido éste con un mejor nivel de vida para las familias. Al contrario, ese TLCAN marcó un éxodo de connacionales a los Estados Unidos, mientras que del vecino país ingresaban a nuestro territorio empresas que venían en busca de mano de obra barata, pero también venían en busca de nuestros todavía cuantiosos recursos naturales, amparados -claro-, en leyes hacendarias y ecológicas muy laxas.
Han transcurrido 26 años desde aquella firma. Se dieron 10 años de gracia para sectores primarios, como la agricultura y la ganadería, a fin de que México se actualizara en materia tecnológica. Pero eso tampoco ocurrió. Al contrario, el campo mexicano se desplomó, se empobreció y se despobló, quedando en el medio rural solamente ancianos, mujeres y niños, que conforme iban creciendo se fueron yendo.
En el año 2000, el voto campesino se volcó por Vicente Fox, candidato del PAN, pensando en que este hombre de aspecto campirano, y quien se ocupa él mismo de negocios agrícolas en los valles de Guanajuato, que además era creyente y católico practicante (encabezaba procesiones al Cerro del Cubilete), les haría justicia.
Sí, durante el gobierno de Fox se desplegaron muchos recursos al agro, pero se quedaron en lo que los campesinos llamaban “los fierros”, pues los subsidios para el sector primario se lo quedaron los agroindustriales, dejando a los campesinos de a pie nada más viendo cómo el dinero fluía en su nariz, sin que les tocara nada. Las importaciones nos inundaron. Los mercados locales se desplazaron, la gente ya no podía vivir con lo que producía, y todo se fue haciendo cada vez más difícil, hasta convertirnos en una economía dependiente del exterior, hasta en materia de hidrocarburos.
En electricidad, aunque somos un país que produce suficiente energía eléctrica, modificaron la ley para comprar a particulares “energías limpias”, y entonces la CFE fue mutilada y subutilizada, mientras compraba y distribuía energía limpia, sí, pero muy costosa para el consumidor final.
Han sido casi 30 años de esta aventura que ahora, con el T-MEC, se rectifica, pero a favor del imperio. Donald Trump dio por concluido el TLCAN de manera unilateral, considerando que la balanza comercial le era desfavorable. Recién llegó al poder, en 2017, hizo este anunció y a lo largo de los últimos dos años del gobierno de Peña Nieto, nada más no le avanzaron. Mejor dicho, parece ser que Donald no quiso negociar con nadie del viejo régimen, y esperó el triunfo de AMLO para sentarse a negociar con su equipo de transición.
Fue así que se le dio forma a lo que en lo sucesivo será el nuevo tratado comercial de América del Norte, que entró en vigor el 1 de julio, y por el que el día 8 y 9 los mandatarios de México y Estados Unidos (y posiblemente el de Canadá), se reunirán para festejar, pese a que los adversarios de ambos se oponen a ello, pues el país vecino está en medio de una elección muy competida, en la que Donald Trump pretende reelegirse por otros 4 años.
De ganar Donal Trump la reelección, estará en su segundo periodo gobernando al mismo tiempo que AMLO, y entregarán el poder casi al mismo tiempo. La tentación para ambos es mucha, sobre todo porque se ve que se llevan bien. Mejor dicho se ve y se siente que Donald no le tiene tanta tirria a AMLO, como sí se la tenía a Peña Nieto.
Bueno, dicen que Donald usará a AMLO de chaperón, como antes usó a Peña Nieto, quien lo recibió en Los Pinos cuando apenas era un candidato y no un jefe de Estado. Aquella fue una puesta en escena tramada por Luis Videgaray, el amigo del yerno de Trump. Pero, ¿qué más da? Nunca nadie estará por encima del imperio; entonces, de lo que se trata es de jugar el juego ganar-ganar. AMLO promete que hará un papel decoroso, que no nos dejará avergonzados. Esperemos que así sea. De lo contrario, que mejor se quede en México, en lugar de ir a hacer un papelón a la Casa Blanca.