(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
La gente en México muere de hambre. Los que poquito tenían, ya están viviendo de prestado, pues la pandemia se ha prolongado demasiado, y quedan 2 semanas más para que se abran los negocios no esenciales.
Estamos todos atorados. Aún los negocios esenciales, que han seguido laborando en medio de la pandemia, apenas sobreviven con los magros ingresos.
Y aunque hay sectores, como el comercial, a los que sí les fue bien al principio, sobre todo por el acaparamiento inicial de productos, a estas alturas todos se quejan de bajas ventas.
Estos venden forzosamente caro y de mala calidad. Se excusan de que son parte de una cadena comercial y ellos también tienen que enfrentar incrementos injustificados de sus proveedores. El huevo sigue por los cielos, lo mismo que el pollo. Incluso da el caso que comprar pollo en las costas es más caro que comprar cerdo. Las verduras son escasas. El pan también subió de precio y bajó de tamaño, una treta a la que los panaderos han recurrido siempre que se ven en aprietos, así ganan por ambos lados.
Lamentablemente, el reparto de despensas ya paró. Son pocos los apoyos que a estas alturas están entregando a la gente, sea desde el gobierno estatal, pasando por los gobiernos municipales, y obviamente los particulares.
Comenzaron con bríos y acabaron con desvaríos. Pensaron que sería fácil, como en campaña. Pero el Covid-19 terminó por asfixiar también a los que tienen por costumbre alimentar a sus copiosas redes humanas, que son las que los mantienen en el poder.
Ellos, quienes llaman al pobrerío de barrios y colonias populares como “mi gente”, están ahora en su mayoría también cuarentenados, sosteniendo reuniones digitales, enviando mensajes de ánimo por Facebook, desde donde critican a las autoridades que sí están trabajando; no tanto porque quieran hacerlo, sino porque son servidores públicos y la patria se los demanda.
De verdad que esta pandemia esta pandemia está colocando a todos en su justa medida. Y pocos están pasando la prueba, por no decir ni ninguno. Vamos, ni siquiera las autoridades en turno pueden decir que están haciendo lo mejor que pueden, porque ni siquiera saben qué es lo mejor. La pandemia nos agarró a todos desprevenidos, ignorantes de cómo actuar en este tipo de emergencias. Esa es la verdad. Entonces, estamos improvisando, partiendo de alivios temporales, mientras la muerte avanza y la entidad se plaga de enfermos y muertos.
Y más allá de ellos, campea la pobreza y el hambre, con lo cual se corre el riesgo de una crisis social también sin precedentes, aderezada con un repunte de la inseguridad.
Por ejemplo, ayer, la encargada de la Sala Covid del hospital general de El Quemado, en Acapulco, fue despojada de su vehículo en plena Avenida Escénica, cuando transitaba por la zona del fraccionamiento Pichilingue.
Afortunadamente, los robacoches, entre los que figuraba una mujer, le respetaron la vida.
Y así, poco a poco, si la economía tarda en repuntar, se irá incrementando la delincuencia común.
Esa es la historia de Guerrero, que al cabo. No salimos de una, cuando ya estamos entrando a otra prueba, cada vez de mayor proporción.
Al menos los gobernadores panistas anunciaron ayer que han decidido enfrentar la pandemia con recursos propios, ante la estrategia del presidente AMLO de centralizar decisiones y recursos. Van por la reactivación de sus economías, ante la desastrosa pérdida de millones de empleos.
Bien por ellos y lástima por nosotros, pues no todos los estados cuentan don dinero propio. Guerrero, por ejemplo, depende casi totalmente de las participaciones federales.
Entonces, que Dios nos agarre confesados. Dos semanas de encierro, la pandemia en su apogeo, y contando y aguantando.