SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Tremendo revuelo se armó ayer que el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, anunció su disposición a cancelar los puentes vacacionales de fin de semana, también conocidos como “fin de semana largo”, que se instituyeron desde la era panista con el propósito de fomentar el turismo y reactivar la economía de los sitios vacacionales del país.

Estos fines de semana largos, según el sector turístico, han resultado todo un éxito, pues la gente ya está acostumbrada a ellos y se programan para estos días de asueto, aprovechando que se suman al sábado y domingo, añadiendo el viernes y el lunes.

Estos descansos son obligatorios sobre todo para los burócratas, lo cual incluye a los profesores de todos los niveles, bancos, y otros tipos de empresas, aunque la verdad es que no todos los empleadores los acatan.

La razón que dio el presidente está basada en un trasnochado patriotismo, pues considera que las fechas históricas de la nación, deben celebrarse con todo el honor que merecen, en lugar de que se les tome como días para descansar y vacacionar.

Actualmente, los fines de semana largos no siempre coinciden con la fecha a celebrar, como sucedió con este 5 de febrero, que cayó en miércoles, y los días de asueto fueron del viernes 31 de enero al lunes 3 de febrero, favoreciendo el desplazamiento de familias a los centros turísticos más cercanos.

De este modo, la gente que no gusta de vacacionar en navidad y año nuevo porque los puertos están muy saturados, suelen esperar estos otros días de descanso para salir, aprovechando que las carreteras están más despejadas y hay mayor oferta hotelera, además de más barata.

Con los puentes vacacionales o fines de semana largos, no sólo se incentiva al sector turístico, que incluye generación de ingresos a todos los prestadores de servicios turísticos, sino que también se contribuye al sostenimiento de empleos.

En lo personal no le veo nada de malo a esto.

Si se consuma el plan del presidente López Obrador, en cambio, con las fechas cívicas que no coincidan con los fines de semana ocurrirán dos cosas: de todos modos las escuelas y entidades de gobierno perderán el día de trabajo, lo mismo que los bancos, pero como no se tiene mayor margen de maniobra, las familias evitarán desplazarse más allá de su lugar de origen.

Volverán los puentes de entre semana, perdiendo horas clase, situación que aprovecharán los profesores sobre todo, quienes eran los que más se beneficiaban con estos descansos, al grado de que ya les decían los ingenieros, por tanto puente que hacían.

Luego entonces, el daño será director al turismo y eso incluye de lleno a Guerrero, donde la Autopista del Sol, además de ser de las peorcitas a nivel nacional, es también una de las más caras, y a la que por cierto ayer se le incrementó el peaje en 3 por ciento.

Para nada es esto una buena idea, y no se puede anteponer el bienestar de miles de familias que viven del sector, y que dependen del flujo de visitantes, por un esquema rígido de civismo.

Los empresarios ya alzaron la voz desde ayer. Recién se conoció el anuncio del presidente, unos le pidieron que esa decisión no sea unilateral, sino que sea llevada a consulta, a propósito de que están de moda.

Hoteleros y empresarios guerrerenses advirtieron que habrá una severa afectación en la economía de las ciudades turísticas, si prospera la disolución de los fines de semana largos en el calendario escolar que propuso el presidente Andrés Manuel López Obrador durante su conferencia matutina de este miércoles.

Comentan que la eliminación de los fines de semana largo, reduciría a la mitad los días de ocupación que actualmente registra, y con ello se desplomaría el empleo en los lugares turísticos.

En resumen, cuestión de prioridades. Esperemos que Miguel Torruco Marqués, secretario de Turismo federal, dependencia que es la cabeza del sector a nivel nacional, se atreva a decirle a su jefe que la conmemoración de algo que ya sucedió y que se sigue festejando como algo que es parte de nuestra identidad como nación, no puede estar por encima de lo actual.

No hay mayor acto de civismo que velar por el bienestar de los vivos.

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