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SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

México está ante un momento sumamente delicado, frente a la comunidad internacional. Los vientos de desestabilidad social soplan desde Sudamérica, y desde el Norte viene un viento de intervencionismo golpista, como siempre ha ocurrido a lo largo de nuestra historia, bajo cualquier pretexto.

Nada es casualidad en política. Y desde que este gobierno ganó las elecciones en 2018, recordaremos que comenzó un proceso de desestabilización, con la salida masiva de migrantes centroamericano hacia Estados Unidos, pero pasando por territorio mexicano, donde todavía permanecen en campamentos, lo cual fue excelente pretexto para que el gobierno de Donald Trump exigiera al gobierno de México que detuviera ese flujo migratorio masivo, organizado en caravanas formadas por familias enteras.

Mucho se especuló al respecto, porque este tipo de actos es inusual en países que están en paz. Sólo en los países en guerra se observan esos desplazamientos masivos, de gente que huye de la violencia. Acá el pretexto era la pobreza y la falta de oportunidades, sumada a la violencia callejera de grupos delincuenciales, pero no estamos hablando propiamente de un conflicto armado entre países, o de una revolución.

Además, no se entiende que estos hondureños y salvadoreños hayan decidido migrar y cruzar por un país que está en peores condiciones que los suyos, gracias a una guerra que propició el mismo gobierno estadounidense desde tiempos de Felipe Calderón. Este fue el precio que Felipe tuvo que pagarle a los socios del norte a cambio de que le reconocieran su triunfo en 2006.

Ante las amenazas de la imposición de aranceles a todos nuestros productos de exportación, el presidente AMLO se vio obligado a cerrar la frontera sur, así como a modificar la política migratoria frente a quienes huyen de problemas en sus países de origen.

Pero lo de ahora es distinto. A raíz de la matanza de mujeres y niños de la familia LeBaron en el norte del país, los líderes mormones del grupo se presentaron en Washington y le exigieron a Donald Trump que declarara a los grupos del narcotráfico en México como “terroristas”.

Todos los mexicanos leímos eso, pero pocos vieron qué implicaría una declaración de Trump en ese sentido.

Simple y sencillamente la ocupación de nuestro territorio, alegando que se trata de un asunto de seguridad nacional para ellos.

Y entonces, el gobierno mexicano quedaría enteramente subordinado.

Trump tiene enfrente de él la mayor tentación de su gobierno, sobre todo ahora que está por comenzar la batalla electoral por su reelección en 2020, que los demócratas tratan de arrebatarle.

Ese proceso comienza a partir de esta semana, precisamente el jueves, cuando el país vecino celebrará el Día de Acción de Gracias.

En este mismo contexto, los demócratas, que son mayoría en el Congreso federal estadounidense, amenazan con no votar el T-MEC, tratado que sustituyó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), lo cual es también una terrible presión para nuestro país.

Volviendo al tema, en lo personal estoy en contra de la propuesta de la familia LeBaron. Su tragedia es grande, claro que sí; y si alguien lo reconoce son los mexicanos que tenemos 13 años sufriéndolo de manera ininterrumpida.

“No podemos permitirnos continuar con las mismas políticas fallidas que se usan para combatir el crimen organizado. ¡Son terroristas, y es hora de reconocerlo!” se lee en la solicitud que hicieron las familias a la Casa Blanca, el día domingo. Tienen hasta el 24 diciembre para juntar 100 mil firmas, con lo cual, lograrían su cometido.

Pero esta propuesta es una traición a este país que les abrió sus puertas hace casi 100 años, y que les permitió aposentarse en el norte de México, donde no siempre han estado a la altura, pues son públicas sus rencillas por el agua para sostener la agricultura extensiva que practican, dejando a las comunidades vecinas a sus ranchos y propiedades sin el vital líquido. Tampoco podemos obviar sus propios escándalos como familia, que incluye asesinatos y denuncias graves de pederastia.

Los LeBaron saben que una declaratoria de esa magnitud pondría a México de rodillas. Y, con la pena, pero no son los únicos que han perdido familiares en esta guerra que comenzó un gobierno panista, insisto, a petición de Estados Unidos. Tampoco podemos ignorar que el poderío de los grupos delincuenciales que ellos denuncian, se debe a las 250 mil armas que entran a nuestro país provenientes nada más y nada menos que de Estados Unidos, sin que hasta ahora el gobierno vecino haya puesto un alto a ese contrabando armamentístico.

Y, para no variar, el peritaje de la escena del crimen de las mujeres y niños LeBaron, muestra que fueron asesinados con armas de fabricación norteamericana.

Y la cereza del pastel es el consumo de drogas. Ahí está el verdadero negocio del narcotráfico. Los consumidores de Estados Unidos gastan ¡60 mil millones de dólares anuales en sus vicios! Y esa industria está en el vecino país, no en el nuestro.

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