SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Como nunca antes y en aras de la tradición por el Día de Muertos (que en realidad se juntó con el día de brujas, fiesta pagana venida desde Europa y transferida a nosotros desde los Estados Unidos), los mexicanos se solazaron con la muerte, más que con sus muertos, desafortunadamente.

Las catrinas y todos sus acompañantes: zombies, vampiros, diablos y demonios de todo tipo, y hasta niños sicarios con todo y embolsados, sin faltar el niño Ovidio, que fue el personaje de moda tras los sucesos del 17 de octubre en Culiacán, tomaron por asalto pueblos y ciudades, antes, durante y después del día de los fieles difuntos, festividad instituida por la iglesia Católica como día de todos los santos, pero que una vez en América se sincretizó con la tradición de los pueblos de nuevo mundo, que tenían –ellos sí- un fervor por los ritos, tradiciones y festividades que se vinculan con los muertos y, de manera más profunda, con la visión que diversas culturas tienen sobre la muerte.

Hoy en día, resulta casi imposible desligarse de esto. Si bien son los estados del centro y sur del país los que más se involucran en estos festejos, a diferencia de los pueblos del norte, donde ya son una mera información cultural, no podemos negar que 40 grupos indígenas todavía conservan estos rituales, pero ya no puros de origen, sino mezclados con la fe católica, primero; y que poco a poco se están mezclando con el Día de Brujas, día que según Anton Lavey, el autor de la Biblia Satánica, es el cumpleaños de satanás.

Vaya usted a saber, amable lector, si esto es verdad. Pero por sí o por no, vale más que cada quien vaya tomando sus precauciones, porque los que saben de asuntos de fe, insisten en que nada es casualidad.

Desafortunadamente, en el mundo mestizo todo es un batidillo, pues este año sobre todo vimos una mezcla muy sui géneris –por decir lo menos- entre el aquelarre por el día de brujas, y la solemnidad de la fiesta de los muertos, nuestros muertos, los que ya se nos adelantaron en el camino, pero que en estricto sentido es también una fiesta a la muerte.

Poco a poco, pero inexorablemente, brujas y muertos terminarán siendo uno solo, y nuevamente veremos cómo lo que comenzó con la cosmovisión de los pueblos indígenas, en la era precolombina, al paso de los siglos se fue transformando, hasta el día de hoy en que la gente ya no sabe qué celebra, y ha hecho de esta fiesta un carnaval, en el que salen a relucir los muertos de cada quien, pero también los demonios de cada cual, demostrando que desafortunadamente en México la cultura de la muerte está más presente que nunca en el imaginario popular, pero ya no sólo entre el pueblo, sino también en los gobiernos, que han tomado esta fiesta otrora solemne entre los pueblos indígenas, como un mero folklor y ocasión para “echar desmadre”, y hasta para mezclar costumbres y tradiciones que no son de aquí, que parecen inocentes pero que no lo son, y que tarde o temprano vendrán a moldear a las nuevas generaciones, de por sí demasiado influenciadas por “Gringolandia”.

Como nunca antes, decíamos, los mismos gobiernos municipales sobre todo en el estado de Guerrero, encabezaron estos festejos, que antes eran someros y se constreñían a concursos de altares en escuelas.

Sorprendentemente, los presidentes municipales encabezaron los desfiles por el día de muertos, en los que los ediles y todos los funcionarios municipales iban con disfraces tradicionales, ya no sólo como catrinas.

También instalaron tianguis en los que se podía encontrar de todo: flores de cempazuchil, velas, calaveritas de dulce, y comidas especiales de estas fechas que se usan para colocarlas como ofrendas en los altares.

Asimismo, organizaron festivales en las plazas públicas y montaron altares como un memorial público para los hijos predilectos de cada localidad.

Todo parece cotidiano, pero no lo es. Antes no se hacían estas cosas de manera masiva. La gente ponía sus altares en lo privado. Y las instituciones públicas, sobre todo del área cultural, recordaba esta fecha con algunos altares que eran más bien una muestra representativa. Pero de ahí a que se hicieran esas fiestas y desfiles de catrinas, financiadas por los gobiernos municipales y de los estados, nunca lo habíamos visto.

Sólo la Secretaría de Educación, como parte de sus actividades culturales, determinó que se les enseñara a los jóvenes estudiantes la tradición del Día de Muertos, los pueblos heredada de los antepasados, y se organizaban concursos, cuyos premios eran para los altares más originales y los que reunieran los requisitos.

Esta vez fue distinto. Hasta el presidente de la República se involucró en esto, pasando por gobernadores y alcaldes, en el ánimo quizás de preservar esta fiesta que ya fue declarada patrimonio intangible dela humanidad.

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