(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Los mexicanos, como ningún otro país en el mundo, gozan de sus fiestas patrias. Eso me lo comentaba siempre un amigo chileno, quien decía que si algo le tenía que admirar a este pueblo, es su alegría a pesar de los tiempos difíciles y la amargura de su diario vivir.
Y así es. Los mexicanos somos alegres al grado de que somos capaces de burlarnos de nuestras propias desgracias. De hecho, hoy en día hacemos memes hasta de la muerte. Tal vez eso nos ha salvado hasta el día de hoy, y nos mantiene de pie a pesar de que el país cumple 13 años de mortandad constante, una guerra sin cuartel que no es nuestra, como sí lo fue aquella de 1810.
En las muertes de hoy, no hay nada heroico. Es la muerte por la muerte. No se pelea por la patria, ni contra la injusticia, ni contra el opresor. Se pelea por dinero, poder, y se mata por nada. Como decía José Alfredo Jiménez, “la vida no vale nada”.
Tal vez hoy como nunca el país está rodeado de tinieblas, pero acá abajo, los mexicanos de a pie seguimos buscando motivos de alegría, y las noches mexicanas de cada 15 de septiembre, día en que se conmemora el inicio de la gesta de independencia de México, es uno de ellos, pues nos recuerda que eso del amor por la patria, el terruño, el sueño que nos vio nacer, el que es herencia de nuestros hijos, etcétera.
Aquellos debieron ser años muy oscuros también, pues tras 300 años de opresión imperial (Santa Inquisición incluida), las ideas de libertad venidas del viejo continente, dispersadas por el fenómeno de la ilustración e introducidas a América por masones –también llamados liberales-, quienes se oponían a los gobiernos católicos de la Nueva España usando el nacionalismo como herramienta, enraizaron entre criollos y mestizos –incluido entre los miembros del Clero-, y lograron por fin crear un sentimiento de pertenencia como pueblo.
Fue así que en aquella noche del 15 de septiembre de 1810, el cura Miguel Hidalgo y Costilla llamó a la guerra al pueblo de México, que entonces no existía como tal, sino como un conjunto de castas que se identificaban como un Virreinato de la Nueva España, tierras imperiales que abarcaban hasta Centro y Sudamérica.
Pero realmente, la gesta independentista fue posible porque España como cabeza del imperio, cayó en manos de Napoleón. Dos de sus reyes habían abdicado a favor de Bonaparte: Carlos IV y Fernando VII. Y entonces se puso como cabeza de la corona a José Bonaparte, hermano del emperador.
En México, eso tuvo grandes consecuencias, pues el virrey José de Iturrigaray, aliado con algunos criollos, reclamaron la soberanía de la Nueva España.
Obviamente el movimiento de 1808 fracasó. El Golpe de Estado fue aplastado y sus cabecillas puestos en prisión, incluido el Virrey.
Luego vendrían otros alzamientos, como el de Valladolid (Morelia); y finalmente el de Querétaro, que se fraguó en silencio con el apoyo de los corregidores, y que fue finalmente el que tuvo éxito, encendiendo la guerra.
Todo esto fue el fermento de la guerra de Independencia que comenzó en México el 15 de septiembre de 1810, y culminó en 1821 (11 años después), con la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México.
Mientras tanto, uno a uno, los países de Sudamérica se fueron también libertando del yugo español, cada cual bajo la directriz de un caudillo.
Cada año el 15 de Septiembre, por lo tanto, el pueblo entusiasta grita con gran pasión ¡Viva México!, como preámbulo al día 16, en que se celebra el desfile cívico-militar, y se recuerda a los padres de la patria.
Esta es la tradición más importante y pasional de México; nuestras Fiestas Patrias. En cada estado de la República Mexicana, el pueblo tiene su participación y manera de festejar.
El día que esta pasión por la patria se termine, entonces acabará toda esperanza. ¡Qué Viva México!